Ezzati, el evangelio y el fútbol

Varias décadas antes de tener que enfrentar los conflictos de la Iglesia chilena, el arzobispo de Santiago dedicaba buena parte de su tiempo al fútbol. Como parte de su formación salesiana, a los 17 años jugó en el seminario en Quilpué. Más tarde, disputó pichangas con el cardenal Bertone, en Roma, y tomó un curso de árbitro cuando, a fines de los 60, le asignaron la misión pastoral sobre unos 30 clubes de fútbol amateur en las afueras de la capital italiana. El arbitraje lo dejó tres años después, pero dice que esas reglas le han servido para misiones posteriores. Esta es su desconocida relación con el fútbol.




Angelo Henríquez, Christian Bravo e Igor Lichnovsky están en primera fila. En la segunda hilera de asientos se ubica Bryan Rabello y, más atrás, el goleador Nicolás Castillo. Varios están de brazos cruzados. Son las 8.30 de la mañana del martes 28 de mayo y toda la selección Sub 20 de Chile está sentada en el auditorio de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), el mismo donde los presidentes de clubes discuten sistemas de campeonato y reparten millonarias utilidades televisivas. El Mundial de Turquía comienza en tres semanas. Al frente, el entrenador Mario Salas se mantiene circunspecto, como para mantener a raya a sus muchachos. Esta vez no es él quien está dando la charla previa al entrenamiento, sino la máxima autoridad de la Iglesia nacional.

El arzobispo de Santiago y presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, Ricardo Ezzati, de 71 años, les cuenta una parábola de una oruga que lucha por subir una colina, a pesar de que otros animales que encuentra en el camino le dicen que desista.

-Para llegar a la altura, hay que caminar, esforzarse y sacrificarse, pero una vez que uno ha hecho ese camino, se puede transformar en algo maravilloso, en donde se puede contemplar la belleza de una victoria- expone el obispo.

El defensa Valber Huerta agradece la visita a nombre de sus compañeros y el técnico Salas le dice a Ezzati que se quede tranquilo, pues sabe que dentro de su plantel hay testimonios de lucha. Al final del encuentro, que no dura más de 45 minutos, todos comparten un pedazo de torta e intercambian regalos. El sacerdote salesiano le regala cruces a cada uno de los jugadores y recibe una medalla que guardará en la pequeña capilla que tiene al lado de su habitación, en la casa arzobispal de Simón Bolívar. Les promete rezar por su éxito. Pese a las oraciones, el equipo será eliminado dramáticamente por Ghana en cuartos de final, con un gol en el último minuto del tiempo suplementario.

Ezzati se retira contento de Quilín. La visita ha sido idea suya y a través de ella ha revivido una escena familiar. Alguna vez, las charlas de este estilo fueron su especialidad. Eran otros tiempos, en los que no tenía que lidiar con el peso de escándalos como el caso Karadima, ni buscar la manera de influir en las agendas valóricas de los candidatos presidenciales -en las últimas semanas se ha reunido de manera privada con varios de ellos-.

Lo de Quilín se conecta con los años 60, años en que la misión pastoral de Ezzati podía tener de aliados el deporte y, en particular, el fútbol.

Antes de llegar a Chile, Ricardo Ezzati sólo festejó dos campeonatos del Inter de Milán: las temporadas de los años 52-53 y 53-54. Aunque nunca fue al estadio, pues pasó su juventud entre las regiones de Vicenza y Piamonte, conocía por radio y revistas a figuras como Benito Lorenzi, el sueco Lennart Skoglund y el húngaro István Nyers, grandes ídolos del Inter. A los únicos partidos de fútbol profesional que asistiría en su país serían los de Lazio y Roma en el estadio Olímpico, cuando regresó a estudiar Teología algunos años más tarde. Según cuenta, lo mejor de esos encuentros era escuchar las groserías de los romanos, que eran distintas a las que él conocía. "Eso sí, el fútbol y los hinchas son iguales en todas partes", aclara.

Una temprana vocación religiosa, producto de sus estudios en el Colegio Salesiano de Penango, lo trajo a Chile como misionero con apenas 17 años, en 1959. En Italia quedaron sus padres, Mario y Asunta, junto a sus cuatro hermanos mayores.

El seminario de la congregación estaba en Quilpué. A sus compañeros les llamó la atención que ya usara sotana negra, como los curas. Uno de ellos, el padre Hugo Strahsburger, recuerda que Ezzati no tuvo mayores problemas de adaptación. Entendía bien el castellano y estaba más adelantado que el resto en conocimientos de griego y latín, pero le costaban los ramos científicos, como matemáticas y química.

-Tenía una formación más humanista. Era un tipo estudioso, bien despierto, aunque algo reservado. También me acuerdo que era muy servicial, porque no tenía problema en ofrecerse para limpiar los baños. Estaba siempre metido en aseo y ornato- dice el sacerdote, actualmente coordinador pastoral del Liceo Industrial Salesiano de La Serena.

Dentro del modelo educativo de la congregación salesiana, el deporte tiene un rol fundamental. Por eso, todas las tardes, los más de 40 alumnos salían al aire libre para realizar algún tipo de actividad física por dos horas, como mínimo.

-La espiritualidad salesiana está vinculada a la alegría, desde la experiencia de lo lúdico. Un salesiano puede ser hasta payaso o saltimbanqui. Esa es su identidad. El deporte y el trabajo en terreno están en el ADN de la congregación- explica César González, antiguo seminarista en Quilpué, que estaba dos cursos más abajo que Ezzati, pero que terminó retirándose a principios de los 70.

Ambos se reunían afuera de las aulas, cuando los curas los enviaban a los bosques de eucalipto que rodeaban el predio para talar árboles y cargar leña. También compartían las interminables caminatas que se organizaban durante el verano, en la casa de retiro de Las Peñas, cerca de San Fernando. El grupo salía antes del alba, a las seis de la mañana, y regresaba cuando caía la noche, cerca de las ocho. Ezzati era uno de los que mejor resistía estas expediciones, cuando muchos de sus compañeros se quedaban atrás. Le gustaba tomarse el tiempo de poder estar en la naturaleza y contemplarla.

De acuerdo a sus contemporáneos, esas condiciones físicas privilegiadas brillaban principalmente en el vóleibol, un deporte en el que era mucho más entendido que el resto. "Conocía muy bien las reglas, porque a nosotros nos cobraba puras faltas", se queja Strahsburger, quien prefería jugar básquetbol, como buen valdiviano.

La práctica de estos deportes, sin embargo, no alcanzaba a amenazar la hegemonía del fútbol, que acaparaba las preferencias de la gran mayoría. Los partidos se jugaban con pasión, pese a que las faltas violentas, los insultos y las peleas propias del juego no se veían tan a menudo como en otras canchas. Los compañeros describen a Ezzati como un jugador entusiasta, pero que no estaba al nivel de los mejores.

-Se defendía. No era torpe con la pelota y ahí se le notaba la cepa italiana. Ellos vienen con el fútbol metido adentro desde muchas generaciones. Había dos italianos más, pero sólo uno era bueno. Al lado de nuestro curso era difícil; siempre les ganábamos, no tenían posibilidad- comenta González, uno de los mejores jugadores salesianos, que estuvo a punto de ser reclutado por Everton, de no ser por la intervención del padre Guillermo Quiroz. Por esa época, los seminaristas no tenían permitido jugar fuera de la Iglesia, una prohibición que sería eliminada después del Concilio Vaticano II.

El propio Ezzati, con cierta resignación, coincide con González respecto de su habilidad con el balón en los pies.

-De joven me atraía mucho el fútbol, pero nunca fui un gran campeón- reconoce con una sonrisa.

Pese a sus limitaciones como jugador, durante esos cuatro años en Quilpué, el joven italiano participaba activamente de las pichangas. La que más recuerda tuvo un final trágico. Osvaldo Toro Rodríguez, un seminarista del curso de González, jugaba de arquero y se golpeó la cabeza contra uno de los postes por desviar un remate. El choque fue tan fuerte que no pudo seguir en cancha. Las consecuencias también fueron importantes. Según relata Ezzati, Toro nunca fue el mismo desde ese día. Desarrolló un tumor en la cabeza y su salud se fue debilitando hasta que falleció tiempo después, el 18 de mayo de 1966, con apenas 23 años. Sus restos están enterrados en la casa salesiana de Lo Cañas, ubicada en La Florida.

-Eramos muy buenos amigos, por lo que el fútbol también tiene ese recuerdo doloroso. No todo es color de rosa. Incluso los momentos hermosos de la vida tienen sus bemoles- rememora el obispo.

A los estudiantes del Liceo Salesiano Camilo Ortúzar Montt, de Macul, también les sorprendía ver al joven Ezzati vestido con sotana, especialmente, cuando se metía a jugar un partido de fútbol con los estudiantes o cuando se lanzaba al piso practicando vóley. El seminarista italiano llegó allí a hacer su práctica como profesor de Historia en 1964, justo cuando el Concilio Vaticano II reformaba la añosa cosmovisión católica. Estas reformas ejercieron una fuerte influencia sobre él y toda su generación de jóvenes religiosos.

El hoy sacerdote Pedro Cuadra llegó al colegio a los 13 años y fue alumno de Ezzati. Posteriormente, lo tendría como superior en otros dos períodos: primero, en el Colegio Salesiano de Concepción, donde el italiano fue rector entre 1973 y 1977; y luego, en el Seminario Mayor de Lo Cañas, donde Ezzati se desempeñó en el mismo cargo entre 1978 y 1983. De su primera época con él recuerda:

-Nos llamaban la atención los problemas que le daba la sotana cuando jugaba fútbol. Se la arremangaba, se la amarraba a un bolsillo, pero permanentemente se le soltaba y tenía que tomársela de nuevo. Era interesante, porque pese a esa incomodidad se las arreglaba bien. Lo importante era compartir con nosotros. Si hubiera habido andinismo, hubiera escalado montañas, así son los salesianos. También nos hablaba mucho de fútbol italiano. Varias décadas antes de Zamorano y Salas, yo ya me conocía todos los equipos y jugadores.

Al igual que Cuadra, el obispo de Punta Arenas, Bernardo Bastres, compartió en Concepción con Ezzati cuando comenzaba a desempeñarse como docente.

-Cada vez que nuestros alumnos competían en algún deporte contra otros colegios, don Ricardo los animaba desde la barra. Al igual que en la casa de formación, estaba presente en los partidos de los estudiantes e intervenía cuando había alguna falta y el árbitro no sancionaba- dice.

A esas alturas, Ezzati tenía conocimientos muy específicos sobre las 17 reglas del fútbol, tras varios años de estudio en Italia.

Después de cumplir con su práctica de dos años en Macul, regresó a su país en 1966, para estudiar Teología en la Universidad Salesiana de Roma. El día comenzaba antes de las ocho de la mañana con una oración y las clases se extendían hasta las 13 horas. El actual arzobispo de Cochabamba, Tito Solari, fue compañero de Ezzati en la capital italiana.

-Era una vida muy dedicada al estudio y hubo algunas protestas contra la administración por ese exceso. Era 1967, poco antes de las protestas juveniles de París, en mayo del 68. Con Ricardo participamos de ese movimiento. El era muy prudente, pero es capaz de intervenir con mucha autoridad cuando sus convicciones se lo dictan. Tuvimos asambleas en las que exigimos un diálogo con nuestras autoridades. Eramos sensibles a los cambios culturales- relata el prelado italiano, que por muchos años organizó vueltas ciclísticas que cruzaban toda Europa.

Al igual que en el seminario, el deporte estaba incluido dentro de las actividades universitarias. Ezzati jugó ahí con su entonces profesor de moral social y derecho, el cardenal Tarcisio Bertone, ex secretario del Estado vaticano (recientemente reemplazado por Francisco I), y también con el cardenal Raffaele Farina, archivista emérito de la Santa Sede. Además de todo lo que se hacía dentro del campus, cada estudiante debía salir a la ciudad a colaborar con la comunidad. La misión que le fue encomendada a Ezzati fue acompañar a clubes de fútbol en Fidene, un barrio en la periferia norte de Roma, a orillas del río Tíber. Entre lunes y viernes ocupaba sólo una tarde, pero luego se pasaba todo el fin de semana mirando fútbol de aficionados. Había más de 30 equipos allí, que giraban en torno a la diócesis. Para llegar al lugar, cruzaba un inmenso campo de trigo. La travesía siempre lo dejaba mojado: en invierno por las inundaciones, y en verano por el calor. Una vez en su destino, les hablaba a los jugadores de los valores detrás del deporte y trataba de acercarlos a la Iglesia.

El silbato y las tarjetas se integraron casi naturalmente en su atuendo. Después de darse cuenta de que los árbitros no llegaban a muchos partidos, Ezzati decidió hacer un curso, en la misma universidad, que le tomó varias tardes a la semana, a lo largo de un par de meses, para consolidar sus conocimientos reglamentarios. Otros compañeros lo imitaron.

-La organización era básica y faltaban árbitros. Yo quería que el acompañamiento a estos jóvenes fuera lo mejor posible, también desde la dimensión técnica. Me di cuenta de que para mantener sereno el partido y evitar ser un "saquero", había que conocer bien las reglas- cuenta el arzobispo.

Como referí, Ezzati evitó sacar del bolsillo la tarjeta roja. Hasta donde recuerda, puede contar con una mano todas las que puso. En su opinión, las amarillas son mucho más útiles, pues educan, mientras que las rojas castigan. Los jugadores también ayudaron a que cumpliera con su objetivo. En los cientos de partidos que dirigió, sólo tuvo que separar un par de peleas y nunca recibió un garabato. Las patadas no las considera, por ser "algo normal en la vida". Este buen comportamiento lo veía como una señal de respeto. La explicación a su teoría la entrega en una frase de San Francisco de Sales, patrono de su congregación: "Con una gota de miel se cazan más moscas que con un barril de vinagre".

Después de tres años, los estudios teológicos de Ezzati en Roma ya habían concluido. Posteriormente, un máster en pedagogía religiosa realizado en Estrasburgo puso fin a sus días como estudiante. El contacto con algunos de los jugadores de Fidene lo mantuvo por más de 20 años, hasta que el nexo desapareció naturalmente. Lo mismo pasó con el arbitraje formal. Luego de ser ordenado sacerdote el 18 de mayo de 1970, las nuevas responsabilidades le empezaron a quitar tiempo y se limitó a impartir justicia en los recreos. Iba en camino a convertirse en uno de los más estrechos colaboradores y confesor del cardenal Raúl Silva Henríquez. Otras pasiones, como la música clerical, el arte y la naturaleza, ocuparon el lugar del deporte.

En retrospectiva, el arzobispo piensa que el arbitraje le sirvió en sus desafíos posteriores, como en Concepción, donde medió exitosamente en varias crisis, como el conflicto de 2007 entre la empresa Bosques Arauco y los trabajadores forestales, en la que murió el obrero Rodrigo Cisternas, o para terminar con una huelga de hambre de 34 presos mapuches en 2010.

-Se parecen mucho. En ambos casos, debes estar entrenado para indicarle el camino correcto a la persona. Ambos tienen que ver con la justicia y con una visión del hombre. Me parece que el árbitro debe ser como el buen samaritano y hacer tres cosas: ver, tener compasión y preocuparse de las personas. Estar con los ojos bien abiertos a nivel social para detectar las injusticias.

La última vez que el prelado ítalo-chileno (le fue otorgada la nacionalidad por gracia en 2006) ofició de juez en una cancha fue hace seis años, en la casa de retiro de Las Peñas, el mismo lugar donde solía dar paseos interminables cuando joven. Entonces pitó un partido entre seminaristas de Concepción. Todavía guarda una foto de ese encuentro.

Monseñor Ezzati no ha hablado de fútbol con el Papa, pero conoce bien su pasión por San Lorenzo de Almagro. "El club lo fundó el misionero salesiano Lorenzo Massa, que venía de trabajar en la Patagonia. Era un gran educador. Me alegra que el Papa sea 'tifoso' de ese club. Es un bonito homenaje póstumo para un gran salesiano", explica. De Francisco I, o Jorge Bergoglio, recuerda el trabajo que hicieron juntos en la Conferencia Episcopal de Latinoamérica (Celam) y su último encuentro en el Vaticano, donde lo vio "rejuvenecido".

-Santo Padre, el peso que le han colocado sobre sus hombros le ha cambiado la cara.

-Es cierto. Desde que me di cuenta de que los votos estaban concentrados hacia mí, le dije al Señor: "Estoy a tu servicio". Desde entonces, me siento en paz- le respondió el Papa.

Así como Bergoglio tiene carné de abonado de San Lorenzo, Ezzati es socio honorario de dos clubes chilenos: Universidad Católica y Audax Italiano. Hinchas de ambos equipos le han regalado camisetas, por lo que estaría equipado para ir a San Carlos de Apoquindo o al Bicentenario de La Florida. Pese a las invitaciones, no ha encontrado el tiempo de hacerlo. El insiste, además, en que su verdadero equipo es el Inter, del cual se entera poco, pues no tiene televisión por cable en la casa arzobispal. Por eso, los únicos partidos que termina viendo son los de la selección chilena.

Algunas semanas después del Mundial Sub 20 de Turquía, el arzobispo ofició la misa en la iglesia Santa Clara, ubicada en la comuna de La Cisterna. Al final de la ceremonia, se le acercó un joven con cara conocida, seguido de sus padres. Se presentó como Alejandro Contreras, defensa de Palestino y de la selección chilena juvenil. "Nos fue bastante bien. Me alegro mucho", le dijo Ezzati. En aquel breve encuentro, Contreras le mostró la cruz con la bandera chilena que él les había obsequiado semanas antes del campeonato. Todavía la usa.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.