Daniela Vega es la heroína del año. Heroína de la película más aplaudida de 2017 creada en Chile, Una mujer fantástica, donde interpreta a una mujer transexual navegando el duelo por la muerte de su amado, mientras sufre abusos, acosos, violencia y discriminación. Es una heroína que en medio del lodo al que se enfrenta se levanta siempre digna, casi aristocrática en su mover y hablar, de presencia magnética. Es una heroína porque ella, al igual que su personaje, es una mujer trans chilena, y este año se convirtió en vocera, modelo, ídolo y reina de la alfombra roja internacional. Mientras los candidatos, partidos políticos y analistas se desviven por detectar cuál es el nuevo Chile y así poder hablarle directamente, Daniela Vega aparece retratada espléndida en The New York Times, como nuestro mejor producto de exportación.
Ahora, cuando la temporada de premios se toma Hollywood, los rumores de una posible nominación al Oscar por mejor actriz aparecen en sitios especializados y en reportajes sobre su interpretación. Es muy difícil, pero de lograrlo, sería la primera actriz transgénero nominada al Oscar, y el símbolo que es Daniela Vega para Chile, uno de cambio y apertura, se convertiría en uno para el resto del mundo también. Ya el mero hecho de que exista esa conversación, esos titulares, hace de Daniela Vega la mujer más importante de Chile hoy. Justamente porque no nació con un cuerpo de mujer, y eso en un año donde el feminismo se ha tomado la agenda –es la palabra del año, según consignó el diccionario Merriam Webster-, hace que nos preguntemos qué es exactamente ser mujer. Daniela Vega, en su elegancia y valentía –porque la suya en Una mujer fantástica es una interpretación corajuda-, pareciera encarnar esa respuesta muy bien.
Puede ser coincidencia, pero dos de las películas más internacionales dirigidas por chilenos en el último tiempo se centran en una mujer en duelo. Tanto Pablo Larraín en Jackie como Sebastián Lelio en Una mujer fantástica han sabido acercar la cámara de manera casi invasiva a ese tiempo enrarecido que son los días tras la muerte de un ser querido. Una, claro, lo vive tras un asesinato y como primera dama de un país. La otra, como una chilena parte de una minoría sexual (¡cuántas dificultades hay ahí que sortear para vivir!), a quien se le niega acudir al funeral de su pareja para no avergonzar a la familia del fallecido. Una se debe contener porque es considerada casi parte de la realeza y eso le impide entregarse al caos, y la otra debe contenerse porque puede quedar en la calle o incluso la pueden matar. Lo hermoso de esas actuaciones, de Natalie Portman y de Daniela Vega –y lo hermoso de poder compararlas de igual a igual-, es que en este tiempo de mareo y aterrizaje forzoso que retratan sus películas, logran traspasar tanto el desgarro como esa especie de piloto automático en el que se preparan funerales, despedidas, se organizan trámites y se vuelve a casas que se sienten vacías.
Lo de Daniela Vega es sin duda una actuación muy singular –Sebastián Lelio, claro, quien también dirigió a Paulina García en Gloria, se consagra hoy internacionalmente como uno de los grandes directores de actrices-, porque debe contenerse; sin llantos golpeando paredes, ni pelos arrancados, ni muecas y caras desfiguradas, tan fáciles de encontrar en el cine dramático hollywoodense. Daniela Vega interpreta a Marina como una mujer que sabe que no tiene otra que resignarse a todo lo malo que le ocurre, porque probablemente viene otra cosa peor. Se deja llevar en cada ola de odio, porque ella habita un país que quiere hacer como que no existe, y donde cada prueba de su felicidad pasada es una ofensa directa a quienes no la ven como persona, y que siguen peleando por dónde tendría que ir al baño. Incluso cuando salta, exasperada, arriba de un auto, nunca se desarma.
¿Qué hace a una buena heroína en el cine? Que nos haga apostar por ella, querer que lo logre, disfrutar de su revancha. La clave en una heroína de cine reside, siempre, tanto en lo extraordinario de su persona y presencia, como en la empatía capaz de generar en el espectador. Y en eso Daniela Vega hace una maravilla: una actuación que en prensa internacional han comparado, por ejemplo, a la de una Marion Cotillard, pero que a veces trae recuerdos a algo anterior, una Bette Davis de ojos enormes y orgullo en medio de la humillación. Aunque todo el resto de su entorno lo dude, los policías, los doctores, los enemigos, Marina en la película siempre tiene una cosa clara: que es mujer. Si eso no es una revolución del género, nada lo es.
Está también Daniela Vega, el personaje público, y cómo ha manejado la atención que comenzó ante los flashes de la alfombra roja del Festival de Berlín de febrero –donde la película se llevó el trofeo a mejor guión-, hasta esta semana, cuando Una mujer fantástica se aseguró una nominación al Globo de Oro y a los Premios Goya de España. En cada entrevista, en cada publicación, Daniela Vega lleva un año sin quejarse de la exposición, sino agradeciendo la valoración de su trabajo. No maldice Chile, pero sí recuerda en su manera siempre coqueta y articulada, que este sigue siendo un país sin ley de identidad de género, por lo que nuestra gran actriz frente al mundo sigue teniendo nombre de hombre en su carnet de identidad. Aboga por la inclusión –"déjame preguntarte una cosa", respondió ante preguntas sobre la vida trans en Chile, "¿cuánta gente trans trabaja contigo en Vanity Fair?"-, sin ir al choque. Lo de ella es la seducción, y el humor.
Todo lo anterior hace de Daniela Vega una habitante de la dimensión política del arte, tantas veces ausente siendo que debería ser intrínseca si la creación es sincera, que no necesita de activismos desmedidos para entregar su mensaje. Su alegría es su mejor arma; parafraseando a Víctor Jara, es su derecho a vivir en paz.
*Editora de espectáculos de La Tercera y coautora del libro Mujeres Bacanas, que se lanza la próxima semana.