El día en que a Marco Antonio Figueroa le pidieron el nombre de un jugador para reforzar la parcela atacante de la U con vistas al inicio del Apertura 2013 y pronunció el de Rubén Farfán, muchos pensaron que se había vuelto definitivamente loco. Su petición era, qué duda cabe, realizable, pero no dejaba de resultar llamativa. El joven y escurridizo futbolista de apenas 22 años era un completo desconocido, venía de cuajar un excelente Torneo de Transición en Unión La Calera, pero apenas acumulaba seis meses de experiencia en el profesionalismo. Un año antes, de hecho, cobraba poco más de 100.000 pesos mensuales por perforar (fecha sí y fecha también) las redes de las polvorientas canchas de Tercera B al servicio del modesto Deportes Santa Cruz, conjunto al que había sido desterrado por el desdén del cuadro cementero, dueño de su pase.
La dirigencia laica, claro, accedió al deseo del estratega y el futbolista -sondeado también aquel invierno de ensueño por el archirrival Colo Colo- se vistió de azul completando una de las ascensiones más meteóricas que recuerda el fútbol chileno reciente. En la diminuta localidad minera de El Melón, cuna del jugador, aquel 12 de julio de 2013 fue día de fiesta.
"Empecé a jugar fútbol en un club de barrio, el Minas Melón. De ahí me fui a las cadetes de Unión La Calera, y un día, después de pasar por Santa Cruz y volver a La Calera, se me dio la oportunidad de dar el salto a un club grande como era la Universidad de Chile", rememora hoy, en diálogo con La Tercera y de forma asombrosamente sintética, el jugador, mucho cómodo a la hora de encarar a un defensor junto a la línea de cal que al enfrentar un micrófono de prensa.
La decisión de decantarse por la U en detrimento del Cacique fue sin embargo mucho más sencilla de lo que cabría imaginar, pues atendía a razones más profundas, más arraigadas, conectadas con lo emocional. "Se me dio la posibilidad de llegar a un equipo del que toda mi familia era hincha, y del que de chico yo era hincha también, un equipo que mis padres me llevaban a ver al estadio. Pero ahora ya no veo esto como hincha, lo veo como un trabajo y si tengo que partir a otros clubes o jugar en contra de la U no tengo problema en hacerlo", manifiesta.
Pero la estadía de Rubén Ignacio Farfán Arancibia (25) en el club de sus amores estuvo marcada por la irregularidad. "Creo que podría haber dado mucho más en la U", reconoce, con modestia. Y después se explica: "El año que llegué, cuando me pilló el profe Marco (Antonio Figueroa) hice muy buenos partidos, jugué mucho, la Sudamericana, la Libertadores, me llamaron incluso a la Selección. Ese año fue sin duda mi mejor año en la U, pero cuando el profe Marco se fue, me dejaron un poco más de lado y prefirieron gente de la casa".
En el año 2014, Farfán partió a préstamo a Antofagasta, y aunque Martín Lasarte pidió su regreso a Ñuñoa cuando apenas se había cumplido la mitad de su período de cesión, la operación jamás llegó a concretarse por motivos contractuales. En 2015 recaló en la U, pero ya nada fue lo mismo: "Volví, me jodí los meniscos, estuve como cuatro meses afuera y ya no volví a tener continuidad en el equipo".
Volver a empezar
Cada vez que las cosas se ponen feas, Farfán echa la vista atrás para recordar los tiempos en que todo parecía mucho más negro. Es una especie de mecanismo de defensa. O tal vez una suerte de reafirmación personal. Y ningún momento profesional fue tan difícil e incierto en la trayectoria del delantero como el vivido en Santa Cruz, compartiendo alojamiento en las dependencias del club con otra docena de jóvenes aspirantes, tan solo seis meses antes de que el fútbol le cambiara definitivamente la vida. "Siempre que estoy pasando un mal momento me acuerdo de mis inicios, y de aquel año en Santa Cruz. Porque no fue fácil estar lejos de casa, viviendo en una pensión no muy buena, por decirlo así, ganando poco menos que la nada. Pero me sacrifiqué y en un año salí goleador de Tercera. Nadie me regaló nada, todo fue gracias al sacrificio mío y al de mi familia", proclama.
Tras abandonar definitivamente la disciplina de la U, Rubén Farfán probó suerte en Palestino, sin éxito, y contribuyó después, durante toda la temporada pasada, a salvar a Santiago Wanderers de las llamas del descenso. Con la llegada del presente Transición se alistó en Temuco, con la idea -dice- "de aportar al equipo, de seguir siendo opción para el profe o de poder jugar desde el arranque"; pero sobre todo con la firme intención de recuperar el rutilante nivel que un día lo llevó a la U desde las entrañas mismas de la quinta categoría del fútbol chileno y que obligó al Fantasma Figueroa a pronunciar su nombre -de entre los cientos de nombres posibles- aquella tarde de julio en una oscura oficina del CDA.
Y el sueño de resurrección de Farfán no pudo comenzar de mejor manera. El pasado domingo, en el debut liguero de Temuco, una auténtica exhibición del puntero en el Estadio Germán Becker dio el triunfo a su equipo ante O'Higgins (2-0) y lo encaramó al liderato del torneo. El refuerzo del cuadro albiverde saltó a la cancha en el entretiempo, anotó de cabeza el 1-0 un minuto más tarde ("es primera vez que hago un gol de cabeza", apostilla riendo), y sirvió en bandeja el segundo a Matías Donoso (otro que necesitaba ver portería a toda costa) cuando agonizaba el encuentro. "Fue un debut soñado. Hice un gol y el segundo lo hizo Matías (Donoso), que se perdió el campeonato pasado por lesión y que está metiéndole día a día en los entrenamientos para volver a hacer goles", subraya el atacante.
Un jugador que esta tarde volverá a casa. "Es un partido lindo, especial, pero yo ahora estoy acá en Temuco y estoy un poco picado por no haber tenido todas las oportunidades que merecía allá. Si hago un gol, no creo que lo celebre, por mi pasado y porque uno nunca sabe lo que puede pasar en el futuro, pero vamos a salir a llevarnos los tres puntos", concluye Farfán, el hincha de la U que hoy desafía a la U. Y a todos los fantasmas del pasado.