Federico Assler Browne (1929) sabe bien que en la vida de un artista existen largos periodos de silencio, reflexión y trabajo intenso, para luego dar cabida a un necesario tiempo de exposición. Del resultado de esa visibilidad pública puede depender el éxito de futuros proyectos. Es cuando la obra deja el ámbito privado del taller y sale a la luz de los ojos del espectador, que se producen los cambios más fundamentales. Pasó así hace ocho años atrás, cuando luego de ganar el Premio Nacional de Artes Visuales, Assler tuvo una gran muestra en el Museo de Bellas Artes, 40 años después de haber debutado en ese espacio como escultor. Por esos días también había decidido convertir su Taller Roca Negra, ubicado en el Cajón del Maipo, en un museo abierto con visitas guiadas dos veces por mes.
Sin embargo, el momento definitivo de su trayectoria lo vivió en 1968 durante su participación en la Bienal de Sao Paulo, cuando todavía el óleo y las telas eran el soporte de su obra. "Mis cuadros tenían buena acogida, pero cada día eran más grandes, yo quería casi poner una persona dentro del cuadro. Entonces cuando volví a Santiago decidí abandonar la pintura", recuerda el artista.
Para cuando hizo su primera exposición con esculturas de madera en el Museo de Bellas Artes, Assler ya había hecho otro descubrimiento clave: el aislapol, un material liviano, similar al plumavit, que desde ese momento utilizaría de forma pionera como molde para crear sus monumentales y pesadas esculturas de hormigón. A la exploración de esos elementos se ha dedicado hasta el día de hoy.
Un poco antes de cumplir los 88 años, el próximo 24 de abril, Assler celebrará con una nueva exposición, la de mayor envergadura de su carrera. El 21 de marzo se inaugura en el Centro de las Artes (CA) 660 la muestra Taller Roca Negra, un viaje por los procesos creativos del escultor a través de maquetas, dibujos, esculturas en hormigón, proyecciones en video, fotografías, además de algunas pinturas y sus primeras esculturas en madera, que graficarán sus 60 años de prolífica producción.
"Voy a invadir el espacio, la idea es recrear mi taller y que la gente se de cuenta cómo es el trabajo de un artista paso a paso. Será la muestra más grande que he hecho y ya no haré nada más, porque estoy aburrido", dice esbozando una sonrisa que relativiza la radicalidad de sus palabras. Es que no hay nada dentro del taller de Federico Assler que haga pensar que el escultor esté en los descuentos creativos. Rodeado de maquetas, materiales, dibujos y planos, el artista abre una gran puerta de metal de corredera y aparecen piezas de formas totalmente inéditas. "Esto es lo nuevo que estoy haciendo, lo descubrí hace poco cuando usaba una máquina especial para comprimir el desecho del aislapol y me di cuenta que podía darle una forma distinta al material", dice apuntando unos volúmenes grises con forma de espirales que miran al cielo.
Assler nunca estudió arte formalmente. De hecho, ni siquiera terminó el colegio. Cuando luego de un viaje a Europa -donde se dedicó a visitar los museos- volvió a Chile y decidió estudiar arquitectura, primero debió rendir exámenes. Al final entró a la Universidad Católica de Valparaíso, pero como alumno libre, al año siguiente le exigieron regularizar su situación. "Mandé todo al diablo, yo ya estaba pintando y quería dedicarme a eso", cuenta.
Assler logró insertarse en la escena de artistas de los 50, integró el Grupo Rectángulo, forjó amistades hasta hoy con artistas como Rodolfo Opazo, Mario Irarrázabal y Francisco Gacitúa. En los 80 vivió en España y en Inglaterra donde dejó una obra en el Yorkshire Sculture Park. A su regreso, en los 90 se instaló en el Cajón de Maipo.
Por su experiencia pareciera que estuviese en desacuerdo con la educación formal de arte.
En mi caso yo siempre fui un pésimo alumno, nunca hacía lo que los profesores me pedían, nunca encajé en el sistema. El problema de las universidad es que los jóvenes piensan que los van a convertir en artistas, y eso no es así. El artista se hace solo, con esfuerzo, trabajo y paciencia. Por eso hoy abunda el arte de la copia. Lo mío siempre ha sido una búsqueda personal, un camino por encontrar mi propia forma de hacer sin copiar la de otro. Por eso siempre le digo a los jóvenes que vienen a visitar mi taller que el artista tiene que tener rebeldía, pero también el silencio, la soledad y la perserverancia son fundamentales para encontrar un camino propio. El ser humano se hace solo, pero el artista aún más.
Organizada por Fundación CorpArtes y con curatoría de Carolina Abell, la muestra -que a mitad de año se trasladará al Parque Cultural Valparaíso- exhibirá de diferentes formas cómo Assler trabaja una pieza. Desde el boceto, la maqueta en miniatura, el molde en aislapol hasta la obra terminada en hormigón. Su técnica es totalmente original, desarrollada a partir de sus propias experimentaciones y utilizando variedad de utensilios: entre herramientas inventadas por él mismo, como los cientos de tipos de alambres que usa para cortar el aislapol, ayudado además de golpes de corriente, hasta maquinaria pesada con la que llena sus moldes de hormigón líquido, materiales que le son provistos por una empresa de construcción, que ya cuenta entre parte de sus insumos un código Assler para identificar la tonalidad especial que llevan sus creaciones.
Así, ha realizado obras monumentales, muchas de ellas para el espacio público, como Conjunto escultórico que tiene desde 1989 en el Parque de las Esculturas; el Homenaje al Hormigón (1997) en Ciudad Empresarial, o Doble relieve y columna (2010) en el Paseo La Pastora. "Siempre he buscado que mi obra salga al encuentro del ser humano y que sea parte de la ciudad", dice.
Algunas de sus esculturas le han dado dolores de cabeza también. Como la obra que hizo en 1972 para la UNCTAD III (actual GAM), que tras el Golpe de Estado quedó encerrada dentro del edificio del Ministerio de Defensa hasta que en 2013 se abrió otra vez a público. O Ferrum y Flora, la obra que le encargó el MOP en 1999 para la ribera norte del río Biobío, en Concepción y que en 2015 fue removida sin su permiso, para darle espacio al Memorial 27/F en recuerdo de las víctimas del terremoto de 2010.
¿Cómo le han afectado estos episodios con sus obras públicas?
La obra del GAM pudimos recuperarla para el público, pero lo de Concepción es una vergüenza, me pasaron a llevar a mí y al ministerio. El tema es que en este país hay poco interés por el arte, echan abajo el patrimonio no sólo escultórico sino arquitectónico para levantar cualquier edificio. No hay conciencia. Hay gente preocupada que pitea y alega, pero no se soluciona mucho.
A pesar de las desgastantes luchas que ha tenido que dar por llevar su obra a la calle, no abandona una idea que hace rato le quita el sueño. "Mi gran proyecto es hacer emerger una escultura del desierto, mucho más grande y nada parecida a la mano de Mario Irarrázabal, sería mucho más escultórica", afirma Assler con una sonrisa pícara. "Estoy tratando, pero es difícil que alcance a hacerlo, quizás esta muestra haga más ruido y me de el impulso para encontrar el apoyo que necesito", concluye.