Con sus 24 años, Felipe Arévalo se ha ganado un sitial en el deporte paralímpico nacional, gracias a ser uno de los mejores exponentes del tenis adaptado de pie (TAP) del mundo, ubicándose actualmente undécimo en el ranking.
El oriundo de Quillota nació sin brazos ni la pierna izquierda, productor de una malformación congénita, pero eso no mermó su espíritu de superarse. Eso lo consiguió a través del deporte.
Primero fue el fútbol. Intentó en escuelas, pero fue el tenis que lo atrapó por completo. Era 2004, la época en que Nicolás Massú y Fernando González se convertían en héroes del Olimpo en Atenas y Arévalo quería seguir ese camino.
Su familia lo ayudó y su madre lo inscribió en una escuela de tenis a los 7 años. Aunque los inicios no fueron los mejores porque sus entrenadores no sabían cómo enseñarle, su perseverancia fue más fuerte.
Comenzó a disfrutar el deporte y a entregarle una herramienta para demostrar que todos son iguales. "Para mí, el tenis y el deporte significa superación. Cuando vamos a exhibiciones, la gente se identifica con nosotros y cuando nos hablan, dicen 'si ustedes pueden, ¿por qué yo no'", dice.
Ahora, Arévalo tiene dos sueños: llegar al top 10 del mundo en su clase y abrir el camino a más personas que, en su condición, pueden encontrar en el deporte una forma de vida. "No me voy a dar por vencido porque, para estar donde estoy, es un premio al esfuerzo. Seguiré hasta donde no me den más las fuerzas", afirma.