El palacio que alberga la Curia General de la Compañía de Jesús en Roma se encuentra a poco más de 150 metros de la Plaza de San Pedro, y desde su terraza, ubicada en el último piso, se puede contemplar la majestuosa cúpula de Miguel Ángel. Una cercanía que nunca como ahora había sido tan simbólica: desde el 13 de marzo de 2013, hace ya casi cinco años, por primera vez un jesuita dirige a la Iglesia Católica. Y allí, en el número 4 de Borgo Santo Spirito, estuvo entre noviembre y principios de este mes el sacerdote Fernando Montes, ex rector de la Universidad Alberto Hurtado, tras ser invitado por la embajada de Chile ante la Santa Sede junto a Benito Baranda para que expusiera ante diversos dicasterios del Vaticano sobre la situación de Chile, en vísperas del viaje del Papa. Una ocasión que le permitió no sólo reunirse con el Pontífice, a quien conoció en sus años de seminario, sino que incluso pudo concelebrar misa con él. El Papa se mostró especialmente interesado, según Montes, en el ambiente que lo recibirá el 15 de enero próximo, cuando comience su viaje a Chile y Perú, el quinto que lo trae a Latinoamérica en casi cinco años de Pontificado. De todo eso y de la situación de la Iglesia chilena el sacerdote jesuita respondió algunas preguntas de La Tercera.
¿Cuál es la importancia hoy de la visita del Papa Francisco a Chile?
El Papa es una figura moral de máxima relevancia. Su coherencia personal y su mensaje han tocado el corazón de muchos. Ese mensaje es particularmente relevante hoy en Chile. Su preocupación por los pobres, los inmigrantes, las minorías étnicas, por el diálogo sin exclusión nos puede hacer mucho bien. Ojalá que lo escuchemos.
El Papa eligió visitar La Araucanía e Iquique, ¿por qué cree que privilegió esos dos destinos durante su viaje?
Yo supongo que hay un doble motivo. En nuestro largo país tenía que visitar el centro, el sur y el norte. Tal vez eligió La Araucanía porque es una región donde hay problemas pendientes y el Papa no esquiva los problemas. Me imagino que la situación del pueblo mapuche le preocupa para que se busque una solución justa y pacífica. Visita Iquique porque Juan Pablo II ya visitó Antofagasta y porque concentra muchos inmigrantes. Ese es un tema que preocupa al Papa y que es muy actual en Chile.
Usted fue a Roma a hablar sobre la situación de Chile. ¿Cómo ve el clima político y social actualmente en el país?
Lo veo muy complejo. Se ha quebrado la confianza que es indispensable para vivir en paz. El progreso que ha tenido el país, las nuevas tecnologías de la comunicación, la necesidad de transparencia han hecho tomar conciencia de los problemas graves de desigualdad que existen, los abusos, etc. Se han debilitado las instituciones y, en particular, la democracia representativa. Muchos de estos problemas son hoy universales. La crisis global, el accionar de las transnacionales y de una economía financiera descontrolada han dejado en muchos países a las autoridades sin verdadero poder para enfrentar los problemas. Los movimientos sociales y los jóvenes son conscientes de los problemas, pero hasta ahora son incapaces de proponer políticas realistas y eficaces.
¿Cómo ve a la Iglesia Católica chilena en este escenario? ¿Cree que ha entendido estos cambios y lo que está pasando en Chile?
No es fácil hablar de la Iglesia. Fácilmente olvidamos al pueblo creyente que es el corazón de la Iglesia, que tiene una fe profunda y que, a la vez, padece los problemas más graves de la sociedad. Se identifica a la Iglesia con el clero. Obviamente, ha habido un cambio muy grande en el clero y la Conferencia Episcopal en los últimos 25 años. Además, se han revelado abusos que han sido escandalosos y ampliamente difundidos. La Iglesia chilena pasó de ser la institución más respetada y creíble a ser la más cuestionada en América Latina, como lo indican algunas encuestas. Ha perdido mucho del vigor que tenía para su actuar en el espacio público. La sociedad ha cambiado radicalmente y es necesario entender que es indispensable un nuevo lenguaje, que no se hable desde la ley y el poder, sino desde la identificación profunda con los que más sufren.
Desde que asumió, el Papa Francisco ha llamado a la Iglesia Católica a salir a la periferia y acoger a sectores tradicionalmente marginados. ¿Cree que la jerarquía de la Iglesia Católica chilena ha sabido sintonizar con ese llamado?
Creo que el mensaje del Papa es muy evangélico y fiel al Concilio Vaticano II. Me parece sinceramente que muchos pastores sintonizan con los problemas más graves, pero no hemos encontrado el lenguaje para salir de nuestros propios problemas. Al menos el pueblo chileno no se siente interpelado por el modo como nos estamos expresando y por los temas que abordamos. Creo que debemos hacer una autocrítica seria, no tanto a partir de nuestras buenas intenciones o nuestros proyectos pastorales, sino de cómo se nos percibe. Esto es particularmente importante para revisar la formación que les estamos dando a los ministros y al modo como aplicamos el Concilio. El Papa puede ser en esto una gran ayuda y un maestro.
Usted ha estado en Roma en estas últimas semanas. ¿Cómo se percibe a Chile y a la Iglesia chilena desde el Vaticano?
Durante mi visita tuve la oportunidad de conversar con numerosos miembros de la Curia vaticana y con personas cercanas a ella. Me impresionó constatar que tienen bastante información, en parte, por la reciente visita de todos los obispos chilenos y por la próxima venida del Papa. Se conoce el extraordinario progreso que ha habido en Chile en los últimos 20 años, los problemas que ese progreso ha traído en la política y en la convivencia y, ciertamente, las dificultades que enfrenta la Iglesia. Obviamente que tenemos que proporcionar a todos los interesados aquellos matices que son indispensables para comprender cabalmente nuestra situación en lo que tiene de particular. Por ejemplo, ellos saben que ha habido abusos por parte de cierto clero, pero no sé si perciben en toda su profundidad el impacto causado. No han leído los libros, los reportajes televisivos ni visto las películas que se han producido, golpeando hondamente la conciencia nacional.
Y ¿cómo ve a la Iglesia Católica en Roma? ¿Siente que el mensaje del Papa Francisco ha calado?
Ciertamente, el mensaje y mucha de las actitudes del Papa han calado muy hondo y cuestionado a fondo formas que parecían tradicionales e intocables. Impresionan las multitudes que acuden a verlo para escuchar su palabra. Me parece claro que aún falta mucho por hacer y que ese mensaje, para que perdure, debe todavía calar más hondo y modificar muchas de las instituciones y comportamientos. No se puede cambiar en pocos años usos y costumbres que se han ido solidificando durante siglos. El mensaje del Papa parece de sorprendente actualidad.
Retomando una pregunta anterior, existe en el mundo una evidente pérdida de confianza de las instituciones y la Iglesia no ha estado ajena a ello. ¿Cómo se revierte esa pérdida de apoyo? ¿Es posible?
Es bueno tomar conciencia de que el problema no afecta sólo a nuestra patria o únicamente a la Iglesia. En Chile hemos experimentado, como en otros países, que las instituciones políticas, la institución familiar, la educación y las mismas normas morales están profundamente afectadas. Ante eso creo que es fundamental no quedarnos en la añoranza y la queja, sino tomar conciencia de que se nos ofrece una enorme oportunidad de redescubrir nuestras raíces y de liberarnos de formas obsoletas. La Iglesia, por su parte, tiene que enfrentar los signos de los tiempos. El individualismo, la soledad, la falta de esperanza, la destrucción de la naturaleza, el materialismo económico y consumista, la dificultad para formar la conciencia de las personas para que asuman su responsabilidad social, etc., necesitan un mensaje vigoroso, capaz de inspirar un verdadero progreso humano integral.
El Chile que recibirá al Papa Francisco es evidentemente muy distinto al que recibió a Juan Pablo II en 1987, pero ¿cree que es posible hacer algún paralelo?
Los problemas que nos aquejan son diferentes. En ese momento se trataba de salir de modo pacífico del túnel en que nos encontrábamos. Ahora necesitamos un proyecto de futuro que junto con sanar las heridas nos permita incorporarnos verdaderamente a la globalización sin ser víctimas de las amenazas que plantea esa globalización impuesta por los países más poderosos. Entre esas amenazas está la economía financiera desbocada, la idolatría de una tecnología que somete al hombre y está creando la inteligencia artificial, generando marginaciones crecientes. Como nos han hecho ver los sociólogos Alain Touraine, Zygmunt Bauman y muchos otros, es urgente redefinir la ética no como una ley dominadora, sino como un ideal que nos hace más libres, más humanos y más responsables. Hay que escuchar el clamor de los movimientos sociales.
Durante su días en Roma se reunió con el Papa. ¿Qué espera él, cree usted, de su viaje a Chile?
Pude saludarlo personalmente y concelebrar la misa con él. Espero que nos dé un mensaje claro, con coraje, hondamente humano y bien fundado. Personalmente, al comienzo me preguntaba qué país, qué Iglesia va a encontrar el Papa. También, si los políticos, los obispos, los educadores serían capaces de escuchar el mensaje. En esas circunstancias recordé a San Agustín que ante una persona que se quejaba de que los tiempos estaban muy malos le dijo: "Si los tiempos son malos, cambia tú y cambiarán los tiempos". La gran pregunta que hoy me hago personalmente es si yo mismo estoy dispuesto a escuchar y dejarme interpelar por el Papa. Como sacerdote compré un libro con consejos que el Papa da precisamente a los sacerdotes para ver si yo tengo el corazón abierto y estoy dispuesto a cambiar. Si yo escucho y me atrevo a cambiar en algo, probablemente también mi país pueda cambiar.
El Papa ha recibido críticas al interior de la Iglesia Católica. ¿A qué responden, cree usted esas críticas?
Ciertamente, ha habido críticas fuertes y hay resistencias. Durante siglos y ante diferentes problemas la Iglesia fue reaccionando y esas reacciones fueron consideradas como sagradas y definitivas cuando en verdad eran fruto de un momento de la historia. La historia cambió. Como dice Marcela Serrano, "nos sabíamos todas las respuestas de memoria y nos cambiaron las preguntas". Muchos creen que se están tocando los dogmas esenciales cuando en verdad estamos volviendo a las raíces. Volvemos a respetar las conciencias, a la formación de la libertad, a la afirmación de la profunda igualdad entre todos, a una Iglesia más participativa, a redescubrir el rol de la mujer, etc.
Usted recibió duras críticas de algunos sectores por su llamado a tener mayor consideración por los detenidos en Punta Peuco. ¿Siente que ha crecido la intolerancia en Chile en los últimos años o piensa que hay un problema aún no resuelto del país con su pasado?
Me llama la atención la dificultad que tenemos para entendernos. Nos clasificamos unos a otros y nos hacemos antagónicos sin escucharnos. Yo rechazo con toda el alma al atropello a los derechos humanos, solidarizo con las víctimas y creo que debe haber justicia… Pero con la misma fuerza creo que la humanidad ha progresado en el modo de ejercer dicha justicia. Tenemos que ser civilizados. Hubo tiempos en que se ahorcaba a la gente en público en la Plaza de Armas de Santiago y hasta se despedazaron cuerpos como señal de castigo. Soy discípulo de alguien que murió en la cruz en un espectáculo público. Hoy es claro que un anciano con alzheimer, a quien se le han cortado las piernas y esté enfermo, debe tener un trato humanitario, porque de otra manera el carcelero es un ser incivilizado. Yo he pedido civilización. b