Sin darnos cuenta, debemos ser un país muy feliz, sin nada verdaderamente grave que examinar, para que los medios se hagan cargo de un evento tan insignificante, banal y corriente, como lo es un breve pugilato de 15 segundos de duración entre dos adultos, celebrado a la entrada de un mall.
El que uno de los protagonistas de esa payasada haya sido yo, persona conocida, no cambia en nada su insignificancia. No lo convierte en "noticia", ni siquiera en "sabroso chisme". Quizás la noticia -pero ya conocida por todos, muy a nuestro pesar- sea que haya siempre alguien dispuesto a precipitarse a un teléfono a contar lo que ha visto, por poca cosa que sea. Quizás la noticia sea, entonces, que hemos llegado a un nivel de hociconismo que no conoce límites.
¿Fue una pelea épica? Difícilmente lo es un pugilato entre ciudadanos de paz que por razones microscópicas caen en ese desaguisado. Ni siquiera saben intercambiar buenos golpes. No hay knock-outs, caídas estrepitosas, campanas salvadoras, seconds, toallas, apuestas, nada: sólo hay un par de tipos dándose aletazos sin mucha puntería ni consecuencias.
En este caso, tanto mi "rival" como yo, terminada la brega, nos ofrecimos mutuas explicaciones, convenimos en haber protagonizado una soberana tontería, nos dimos la mano y cada quien entró al mall a hacer sus compras. Ambos estábamos ilesos, pero algo abochornados. Ahí terminó todo y ahí debió quedar todo, salvo porque al día siguiente comenzaron los telefonazos, ni siquiera de la prensa deportiva especializada, sino de los profesionales del chisme. Mientras escribo estas líneas, no tengo la menor idea de en qué historia vayan a trasformar dichos especialistas mi negativa a decir nada, más allá de que dicha pelea fue asunto menor concluido en paz y sin víctimas fatales.
Sin embargo, ya que estamos en eso, aclaro de inmediato: el origen del altercado fue tan insignificante como lo son siempre las discusiones por espacio en el estacionamiento. No hubo una "narrativa" política o agravios que pueda recordar o sean memorables; no hubo nada, sino los insultos habituales de lado y lado y luego un estallido de agresión física mutua, prontamente detenida por la acción de buenos ciudadanos que se interpusieron rápidamente para que no siguiéramos haciendo el ridículo.
En breve, una pelea callejera sin resultados mayores. Aun así, dada esa "repercusión" pública azuzada por la prensa, no he tenido otro remedio que escribir estas líneas para "aclarar el incidente", como si fuera cosa que atañe a la nación.
Y ya que estamos en esto, hago propicia la ocasión para ofrecer disculpas a quienes estaban presentes, especialmente a las damas, las cuales se perturban cuando son testigos de estas situaciones. Las ofrezco, también, al señor con quien nos repartimos un par de malos combos por nuca, lo cual hago a nombre de la responsabilidad que a mí me toque asumir, así como acepto en el acto las que él pudiera darme por sus propias responsabilidades. Ambos fuimos por un momento un par de idiotas y si acaso alguna vez nos topamos de nuevo, espero que sólo sea frente a un Carmenère cosecha 2006 o más vieja.