Si el barómetro para establecer las preferencias en un festival fuera algo tan anecdótico como las vestimentas y los ídolos que se replican en ropas y cintillos, el diagnóstico de la primera jornada de Lollapalooza 2014 sería éste: las poleras consagradas a Red Hot Chili Peppers o Nine Inch Nails, los peces gordos de los 90 que anoche cerraron la velada, sucumbían por paliza frente a las cientos de jóvenes que lucían tiaras y cintas de flores en sus cabezas y uno que otro decorado fluorescente en un estudiado rincón de sus rostros, a la usanza de ídolas veinteañeras como Lana del Rey o Ellie Goulding, capaces de masificar un look de hippie de boutique, de colorida psicodelia comercializada por multitienda.

La postal reporta un escenario categórico: la cuarta edición del evento logró su mayor convocatoria a la fecha -80 mil personas, según sus organizadores- y se consolidó como la instancia musical más masiva del país gracias a un público en su mayoría juvenil y que tomaba distancia de la etiqueta de "nostalgia noventera" que ha merodeado su actual edición. Si Lollapallooza ambiciona inmortalizarse como el hito de esta generación, ayer dio su paso definitivo.

Esta vez, el contingente más adulto y rockero -presente en mayor volumen en 2012 y 2013, con Foo Fighters y Pearl Jam- sólo arribó al atardecer. El contrapunto también se puede calibrar en cifras: según una encuesta realizada el año pasado por el festival, un 44% de los asistentes tiene una edad que va de los 18 a los 25 años.

¿Otro contrapunto? Aunque el día estuvo dominado por figuras para ese segmento etario, el mejor espectáculo fue propiedad de Nine Inch Nails, en uno de los escenarios centrales y con un despliegue de vistosa iluminación y columnas LED. Por su parte, Red Hot Chili Peppers cerró el día aglutinando la mayor concurrencia, aunque con una presentación sólo regular ante un público más contemplativo que eufórico.   

Porque el fervor estaba reservado para otros. Casi como si se cumpliera ese cliché del vigor juvenil, el Parque O´Higgins se vio repleto desde las primeras horas, con fanáticos que hasta arribaron cerca de las 8 de la mañana, aunque el grupo más notorio empezó a llegar a las 11, 60 minutos antes de la apertura de puertas y cuando la temperatura era sólo de 15 grados. Poco importó: nuevamente la lozanía veinteañera hizo frente a un cielo nublado y, justo al mediodía otorgó la primera ovación para el hip hop a ritmo de reggae de Movimiento Original.

Pero fue otro  crédito local el que también sumó discurso al disfrute: el cantautor Nano Stern reivindicó la causa mapuche, pidió más música chilena en radios ("no sólo ese 20% cagón", lanzó) y dedicó la línea "yo prefiero el canto a toda esta vanidad" -de su tema Dos cantores - a los artistas "que están en camarines". Pero ahí, los mexicanos Café Tacvba se relajaban leyendo libros y charlando con la producción, listos para -cerca de las 15 horas- agitar el baile masivo. Las nubes bajaron la guardia y la temperatura empezó a subir, y no sólo a la hora de mirar el termómetro: Imagine Dragons, Capital Cities, Jake Bugg, Ellie Goulding, Francisca Valenzuela y, sobre todo, Phoenix, despacharon las mayores secuencias de sangre y entusiasmo.

Por su parte, el escenario electrónico -situado en Movistar Arena- sólo sufrió su habitual colapso con The Bloody Beetroots, ya que durante el resto de los números contó con accesos fluidos y peaks como Flume y Baauer, el hombre del Harlem shake, otro héroe de la era YouTube.

La entrega de pulseras para el público con entradas se tornó engorrosa, con filas que contaban varias cuadras.  Ya en el interior, los accesos se fueron más rápidos, gracias a una zona VIP que salió del frente de los escenarios centrales, dejando toda la explanada para el flujo de  personas. El pago por el Wi-fi -otra polémica de la previa- tuvo una demanda apenas relativa en un público que se dispersó en lugares de comida, que ofrecían 35 productos distintos. Con un día más diverso en el menú artístico, hoy Lollapalooza Chile tendrá una nueva prueba de fuego.