Es el mismo y es otro, simultáneamente. Nació en 1994 a instancias del Cine Club de la U. Austral y con otro nombre (Festival Valdivia Cine & Video); instaló a su ciudad sede como punto de encuentro del gremio audiovisual chileno; premió en el camino cintas que hoy no serían de su "estilo" (Amores perros, especialmente) y otras que han hecho época (Con ánimo de amar, Naturaleza muerta, La nana), y ha tenido más de un cambio de director.
Pero acá está, de nuevo, levantando el telón: El Festival Internacional de Cine de Valdivia (FICV) inaugura hoy su 23ª edición, subrayando siempre sus singularidades. Las mismas que hoy lo tienen instalado como uno de los certámenes distintivos del circuito.
Su consigna, en esta pasada, es ofrecer "clásicos del futuro", eslogan que entraña una apuesta y una promesa: que, lejos del ruido y de los flashes, comparezcan obras fílmicas de la mayor valía. Y que esas mismas obras, con el tiempo, integrarán filmografías consolidadas, estarán en el origen de vocaciones destacadas o bien serán por sí mismas piezas dignas de atesorar o de ponderar como el comienzo de algo. Pero, como sabe todo quien conozca el certamen, hay más que eso en juego.
"Al revés de otros festivales", escribieron el pasado miércoles en el sitio argentino Otros Cines, la muestra valdiviana "suele elegir para su competencia internacional filmes pequeños, frágiles, imperfectos y arriesgados". Lo dicen como elogio y Raúl Camargo, director del FICV, recoge el pañuelo con orgullo, agregando otros elementos. El certamen, afirma, cumple un doble rol: ser una "embajada del mejor cine del mundo en Chile, y ser un festival consecuente con la historia social de la Región de los Ríos y la raigambre universitaria de la propia Valdivia. Eso implica pensarnos política y artísticamente, sin dar espacio a otras consideraciones, como la farándula o el mal entendido glamour que muchas veces rodea a estas instancias cinematográficas".
Lo anterior, aclara, "no tiene que ver con hacer un festival gris o sobreacademizado. Todo lo contrario: FICValdivia contiene desde el cine familiar hasta el cine político, desde lo experimental hasta el cine de culto, ya que entendemos que un festival debe ser una fiesta y en esa diversidad está nuestra fortaleza".
Tal fortaleza, remata, "se construye con la comunidad, y por lo mismo nos pensamos más allá de la sala cinematográfica, organizando cine clubes, así como foros ciudadanos sobre temas de cine y temas-país".
Botones para muestra
Cuando habla del "mejor cine del mundo", Camargo designa "el que hace avanzar artísticamente a la disciplina". Un cine más bien "secreto" e "invisibilizado", dice, que da pie a obras "originales y arriesgadas" que tienden a quedar en las secciones paralelas de los certámenes clase "A", si es que no son derechamente ignorados por ellos (regla que este año encuentra una excepción en La muerte de Luis XIV, del catalán Albert Serra, que estuvo en la Selección Oficial de Cannes).
Algo en esa línea es lo que refleja la elección de los invitados, con la posible salvedad del documentalista Patricio Guzmán: se trata más bien de gente dada a experimentar y correr cercos, como el estadounidense Bill Morrison, reconocido nombre del found footage (cine realizado con fragmentos de un cine ya existente); su compatriota Joel Potrykus, autor de comedias nada convencionales (como Buzzard, 2014), y la actriz y cortometrajista argentina María Alché.
En esta oficialización de lo paralelo, el FICV dialoga con otros certámenes. Algunos, como el Festival Internacional de Documentales de Santiago (Fidocs), son propiamente socios. Otros llevan ya un tiempo como referentes. Es el caso del FID Marsella, cuyo último Gran Premio recayó en Como me da la gana 2, de Ignacio Agüero, que inaugurará la muestra.
Otros títulos, fuera y dentro de la competencia internacional, acaban de pasar por Locarno. Así ocurrió con El ornitólogo, del destacado realizador portugués -y habitué valdiviano- Joao Pedro Rodrigues, que acaba de ser ungido como mejor director en el certamen suizo. Igual cosa ocurre con los debuts en el largo del argentino Eduardo "Teddy" Williams (El auge del humano) y del boliviano Kiro Russo (Viejo calavera). Dos filmes latinoamericanos en la selección internacional a cuyo menú cabe agregar el estreno local de las chilenas Rara, de Pepa San Martín, y El Cristo ciego, de Christopher Murray.
En tanto, en una muestra donde las óperas primas son un sello, la competencia chilena hace lo suyo: con la excepción de El Diablo es magnífico, de Nicolás Videla (Naomi Campbel), son mayoría primeros largos como Mala junta, de Claudia Huaiquimilla; 7 semanas, de Constanza Figari, y Venían a buscarme, de Álvaro de la Barra. Y ojo con la sección "Gala", que aparte de los filmes de Serra y Rodrigues, incluye Hermia & Helena, del argentino Matías Piñeiro; Sieranevada, del rumano Cristi Puiu, y Three, del hongkonés Johnnie To.
De la música en vivo a las discusiones públicas con Francisco Huenchumilla y Gabriel Salazar; desde su plataforma de industria (Autralab) hasta su ciclo de cine erótico en VHS y su homenaje a Buster Keaton, Valdivia 2016 se quiere distinto y original. En principio, es difícil discutirle ese estatus.