Queda en el cerro Alegre, conectando al Paseo Yugoslavo o al cerro Concepción, dependiendo si uno baja o sube. Sus escaleras son tarea para valientes, empinadas como suelen ser las de Valparaíso, y su nombre esconde un nebuloso origen italiano. Es el Paseo Bavestrello, captado por el fotógrafo Sergio Larraín en el año 1952. Es una de sus imágenes clásicas. Trece años más tarde, aquel sinuoso pasaje albergaría en uno de sus costados la casa donde el escritor Marcelo Simonetti pasó sus primeros cuatro años.
"Claro, es una conexión que yo siento, pero de la que Sergio Larraín nunca tuvo idea, por supuesto. Yo me crié muy, muy chico ahí", dice Simonetti, autor del libro El fotógrafo de Dios. En esta novela, publicada en 2009, Larraín es una figura tutelar, fantasmagórica y referencial. Ahora, a dos años de la muerte del fotógrafo chileno, el realizador Gonzalo Justiniano se apronta a llevar el libro de Simonetti al cine. El escritor y el cineasta trabajan en el guión de la primera cinta inspirada en su vida y leyenda.
El síntoma más evidente del imperecedero valor de las fotografías de Sergio Larraín y de la fascinación que ejerce su figura de eremita recluido en el Norte Chico es la gran retrospectiva dedicada al artista, el único chileno que perteneció a la prestigiosa agencia Magnum, fundada en 1947 por Henri Cartier-Bresson y Robert Capa. Desde anoche, el Museo de Bellas Artes alberga la primera exposición de Larraín en Chile, con 157 fotos, a cargo de la curadora francesa Agnès Sire, la misma que se presentó en el Festival de Arlés 2013 y en la Fundación Cartier-Bresson.
"Acabo de ver la muestra en París. Es realmente impresionante", comenta Gonzalo Justiniano. La retrospectiva, que estará hasta el 15 de julio, llegará luego a varias ciudades del país (Concepción, Punta Arenas, La Serena) y se trasladará a Perú, Brasil y México.
CRUCES AUTOBIOGRAFICOS
El proyecto de Gonzalo Justiniano nace a partir de hechos fortuitos. Nada de planificaciones previas a propósito de la muerte de Larraín en el 2012. "Por el contrario. Todo es al azar: un día me cruzo en la calle con el productor Pablo Rosenblatt (Patagonia de los sueños), quien me presta la novela de Simonetti. Al leerla me doy cuenta de que es un gran material de película y me contacto con Marcelo Simonetti", cuenta Justiniano. "Yo conocía la obra de Larraín, siempre me interesó, pero además tenía un sobrino que estaba fascinado con su figura. Muchas veces me propuso que viajáramos al norte a buscarlo. Finalmente, lo encontró en un almacén, en un pueblito, pero no hablaron", relata.
Una imagen de Sergio Larraín, el primer latinoamericano en integrar Magnum, inspiró un cuento de Julio Cortázar, Las babas del diablo, que fue la base del filme Blow up, de Antonioni. En 1969, el fotógrafo dejó los hábitos de su profesión y comenzó a recluirse progresivamente. Primero comulgó con el grupo Arica del místico boliviano Oscar Ichazo y luego siguió su propia ruta espiritual ligada al yoga y el zen en Tulahuén, en la Cuarta Región.
"Hay una búsqueda metafísica en su vida que es interesante y que lo hace desligarse de su oficio. Nosotros pretendemos retratar eso, pero también rescatar algunos hechos pintorescos y claves en su vida, como cuando le toma aquella famosa fotografía al capo mafioso Giuseppe Genco Russo en 1959, en su casona de Sicilia", dice el director, que espera rodar a fines de este año o principios del 2015, con un presupuesto cercano al millón 200 mil dólares.
La trama se centra en dos buscadores: Martín Rijtman, quien apenas sabe de su padre a través de una foto que Larraín le tomó hace años en un bar de Valparaíso, y Burt Rodríguez, un comerciante de arte que va tras la supuesta "fotografía de Dios" captada por el artista. Ambos emprenden el viaje al norte, y mientras la búsqueda de Rijtman es espiritual y casi filial, la de Rodríguez es terrenal y comercial.
"Son como una especie de Don Quijote y Sancho Panza: dos tipos humanos que se complementan. En ese sentido, esa parte del guión tiene mucho de road movie", dice Marcelo Simonetti sobre la trama, enfatizando que aunque la figura del artista chileno es importante, los principales protagonistas son los dos rastreadores. "En ese sentido la película, al igual que la novela, tiene que ver más con el mito de él que con su vida estricta", agrega el escritor, aclarando que en la película el personaje se llamará Sergio Larraín, no Santiago Larrea como en la novela.
Figura admirada por fotógrafos contemporáneos como Martin Parr o Josef Koudelka, Larraín se fue volviendo cada vez menos urgente y más espiritual, menos periodístico y más atemporal. "Eso se nota en sus escritos. Esa necesidad de ir más allá de la fotografía es interesante. Ya no le basta", dice Simonetti. En la película que proyecta junto a Justiniano asomará probablemente otro Larraín. Será el artista en su dimensión mítica, sobrevolando las vidas de dos hombres hambrientos de respuestas.