Un hombre que imita en forma sorprendente los movimientos y las vocalizaciones de un simio se desplaza entre las mesas de una lujosa cena con invitados de honor, muchos de ellos patrones de las artes. El hombre mono salta sobre uno de los platos y, acto seguido, empieza a escudriñar en el escote y el peinado de una atractiva mujer. Todo esto es parte de una próxima instalación seleccionada por un curador de museo, pero el tiro le sale por la culata: su primate se desata y empieza en la práctica una virtual violación en medio de la sorprendida vista de todos los asistentes. Esta es una de las escenas más desaforadas de The square, la película del realizador sueco Ruben Östlund que ayer ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Cáustica al punto de incomodar a los espectadores más desprevenidos, The square fue, para variar, una inesperada triunfadora en la noche dominical del último día del Festival de Cannes. Los gustos de la prensa acreditada en el encuentro no coinciden con frecuencia con el jurado del encuentro.
El realizador escandinavo Ruben Östlund (1974) tiene una trayectoria bastante sólida de cinco largometrajes en que suele poner a sus personajes al borde del colapso, del ridículo o de la vergüenza masiva. Filma con gran habilidad (prefiere las largas tomas) y la razón por las que Östlund no es Michael Haneke tienen que ver con el humor: toda la amargura de sus historias se redimen en algún recodo de mordaz impostura. Así sucedía en su película anterior, Force majeure, estrenada en Chile.
En The square, que también llegará al país, todo va más lejos. Durante dos horas y 22 minutos, el correcto y sensible curador de arte Christian (Claes Bang) trata de hacerle entender su punto de vista políticamente correcto a los publicistas del museo. Christian es casi el epítome del ciudadano sueco amante de los derechos universales, pero está cercado por la miseria, la estupidez o la misantropía. Sus cercanos le dicen que utilice tácticas agresivas en las redes sociales, que abandone su acartonamiento, que provoque. Christian se resiste, pero lo suyo es una batalla perdida.
En este sentido, la película tiene bastante de la provocación que al mismo tiempo critica, pero no es un reto vacío. A sí como describe con ironía el mundo del arte de vanguardia, retrata a este solitario padre de familia que tras su máscara de corrección esconde cierta bondad en extinción.
La guerrilla del Sida
El Gran Premio del Jurado, el segundo en importancia en Cannes, fue para la cinta francesa 120 battements par minute, de Robin Campillo. Siempre corrió como favorita y por su temática es mucho más accesible que la ganadora The square. El director y guionista Campillo, habitual colaborador de Laurent Cantet (La clase), recreó la historia de un grupo militante que a principios de los 90 buscó aumentar prevención y la toma de conciencia sobre el Sida.
Se sabe que la inoperancia del gobierno de François Mitterrand y la irresponsabilidad de las compañías farmacéuticas llevaron a que Francia tuviera más mortalidad que Alemania o Gran Bretaña. Campillo, que de joven también fue parte de ese mismo grupo, cuenta de manera vertiginosa, ágil y sin pausas las acciones de choque del movimiento, desde sus ataques sorpresa a las empresas médicas a la repartición de preservativos en los colegios.
La película tiene la urgencia de una carrera contra la muerte, pues su protagonista Sean (el argentino Nahuel Pérez Biscayart) es un muchacho al que ya le queda poco.
El Premio del Jurado recayó en el ruso Andrey Zvyagintsev, uno de los mejores cineastas de ese país, por Loveless, una devastadora historia sobre un matrimonio a punto de divorciarse que sufre la desaparición de su hijo semiadolescente. La decisión de Mejor director fue extraña: lo ganó Sofia Coppola por El seductor, pero la cineasta ni siquiera estuvo en Cannes para recibirlo.
Su película, que llegará a Chile en septiembre, es impecable y recrea con gran poder sugestivo la historia de un soldado de la Unión (Colin Farrell) que tras ser herido en batalla queda al cuidado de un grupo de mujeres sureñas en un colegio de Mississippi. Lo que viene será un lento descenso a un infierno de celos.
En esta edición hubo además una cinta que se llevó dos galardones. Fue You were never really here, por la que la realizadora británica Lynne Ramsay obtuvo el Mejor Guión y Joaquin Phoenix el reconocimiento a Mejor Actor en el rol de un sicario que debe recuperar a la hija de un político, ahora sumida en una red de prostitución infantil.
El reconocimiento al Mejor guión también fue compartido por el griego Yorgos Lanthimos, por su amarga fábula The killing of the sacred deer, acerca de dos médicos cuyos hijos sufren una rara enfermedad que es también una maldición.
En la categoría de Mejor Actriz triunfó la alemana Diane Kruger por la película In the fade de Fatih Akin. Ella interpreta a una mujer que busca justicia después de que su esposo e hijos murieron en un atentado nazi. Modelo además de actriz, Diane Kruger sorprendió en Cannes por su aplomo y ductilidad en el rol de Katja.
Salvo el caso de 120 battements par minute, los premios tuvieron el mismo sabor que toda la programación de Cannes 2017: triunfó el llamado el cine de la crueldad y con personajes que nadan en la miseria. Hubo algunas películas luminosas como Wonderstruck de Todd Haynes, Radiance de Naomi Kawase o The day after de Hong Sangsoo, pero nadie pudo sacarle al jurado presidido por Pedro Almodóvar su preferencia por el lado oscuro de la vida. Ni siquiera los fuegos artificiales que ayer iluminaron la última noche del festival número 70.