Un día único contra un día más; el más importante de toda la historia contra el más trascendental del año. Por más que se traten de equilibrar las sensaciones previas a la final de la Liga de Campeones, que repite cartel dos años después, no hay forma. Son percepciones que no tienen por qué determinar luego el resultado, y que quizás hasta lo contaminen, pero tampoco se pueden negar. Están ahí, presiden el combate más hermoso de la temporada, el partido mayor de 2016.

Para el Atlético es mucho más, ahogado y al tiempo impulsado por la necesidad de saborear esa experiencia desconocida. Se la arrebataron dos veces de forma cruel en el último suspiro. Para el Madrid es menos, un episodio habitual, uno de tantos que engordan periódicamente sus vitrinas. Igualmente ilusionante, pero inevitablemente rutinario. Una obligación sí en su caso, una exigencia que si no se culmina lleva inevitablemente colgada la palabra fracaso. Para el Atlético es más bien un sueño, un cuento de hadas, contra el que no se deslizará ningún adjetivo negativo en caso de no concretarse. Definitivamente son dos mundos los que se reúnen en Milán.

Y difícil establecer cuál de las dos posiciones es más beneficiosa para afrontar un duelo de tamaña envergadura. Los atléticos saben que una victoria situaría para siempre sus nombres en el santoral. Una presión que Simeone encuentra de lo más excitante: "Me encanta tener 113 de años de historia en la espalda". Los madridistas, en cambio, no accederían a ningún olimpo nuevo. Si acaso su angustia es la contraria: el riesgo de quedar en la historia sagrada del enemigo, soportar sobre sus apellidos ese estigma. En todo caso, Sergio Ramos, aclara: "No tenemos menos ganas porque les ganásemos hace dos años".

Pero finalmente se trata de un asunto de fútbol. Y aunque no suele prestar atención a la literatura previa, la historia reciente habla de cierta propensión a que los rojiblancos impongan el guión en estos cruces. También a ganarlos más con Simeone al volante, pero sobre todo a condicionarlos, a llevarlos a su terreno. Una evidencia que los protagonistas confirmaron ayer. Zidane, en un discurso antagonista consigo mismo y lo que representó como futbolista, lo retrató con un "lo que tenemos que hacer es correr, correr, correr y correr". Y Ramos lo apostilló: "El Atlético te castiga un minuto de desconexión".

El Madrid es la BBC y la galaxia, pero el Atlético lo ha puesto a hablar de defensa y trabajo. Quizás para ahondar en ese matiz, Simeone no dejó de nombrar a Casemiro durante toda su rueda de prensa. "Les dio la virtud de agruparse mejor", "le ha cambiado la cara al equipo". ¿Es que lo ve más decisivo que Cristiano o Bale?, le preguntaron. Y Simeone no cedió: "Para el equilibrio del Madrid, sin ninguna duda".

Del Atlético no esperen sorpresas, vino a decir el técnico, tras bromear con que mañana les verán "colgados una y otra vez del arco del Madrid". Volverá a ser todo lo contrario, sobre todo un dolor de muelas para el rival. Y también, como dice Gabi, una prolongación de su influyente hinchada: "Hay dos partidos. Y los nuestros ganarán ese partido de fuera para que con su empuje nosotros ganemos el partido de dentro".

San Siro ("un lugar que pasará a ser mágico para los atléticos", aventura Fernando Torres), estará en cualquier caso abarrotado. Lo mismo que la ciudad de Milán, que ayer ya fue llenándose de atléticos y madridistas. Pocas experiencias son más conmovedoras que vivir antes, durante y después una final en Europa.  Lisboa ya lo saboreó hace dos años con los mismos contendientes. Y como el resultado fue el que fue, los madridistas tratan de repetir en todo ahora el ritual que siguieron entonces, hasta la presencia del inmortal Raúl sobre la cancha en la sesión de entrenamiento previa a la final. Y como el resultado fue el que fue, el Atlético trata de no repetir nada de su anterior liturgia. Por más que Simeone se desmarque y vea una desconsideración hacia su trabajo atribuirle cierta obsesión cabalística, lo que repite es su sortilegio actual: la dupla talismán en la conferencia de prensa. Hablaron Gabi y Fernando Torres,  como antes de eliminar al Barcelona y al Bayern. "Cuando las cosas salen bien, es bueno repetir", explicó el capitán.

Pero más que a los esoterismos, el Atlético se agarra a las emociones. El club evoca a los mayores que ya no están, que murieron sin ver ganar una Champions, para tocar el corazón de los suyos y convertir la final en material sensible. Cada rojiblanco tiene un ausente por el que llorar y creer. Como Fernando Torres tiene a su abuelo materno, que lo hizo del Atlético. Y por eso para el Niño, que ya ha ganado la Champions con el Chelsea o una Eurocopa y un Mundial con España, "el de hoy es, sin ninguna duda, el partido más importante" de su carrera.

Lo que anima al Madrid, en cambio, es su glamour expansivo. Por eso el nombre propio de su previa fue un actor, Richard Gere (novio de la hija de un ex directivo blanco), que viajó en el avión del equipo y se convirtió en el centro de todas las miradas. Accedió a fotografiarse con todo jugador que se lo requirió. Incorregible.

Dos focos distintos, dos maneras de ser y de soñar, pero una sola final. La Champions. El partido más grande de 2016.