Cuando los hermanos Eduardo y Francisco López eran niños, a mediados de los 80, una de sus tías -que entonces tenía 22 años- llegaba con casetes grabados con canciones de las sonoras Palacios y Dinamita. "Eran las dos de la mañana y se quedaba vacilando en su auto en la puerta de la casa escuchando cumbia y nosotros no podíamos dormir", cuenta Eduardo, entre risas, y continúa: "Gracias a ella entendimos que esos ritmos se podían escuchar en cualquier momento y no sólo para el Año Nuevo".
Más de 30 años después, hay fila en Bombero Núñez 354. Adentro, el terremoto –la bebida alcohólica en base a pipeño y helado de piña- corre por las barras, en el escenario se escuchan las cumbias, arriba flamea una bandera chilena y a la una de la mañana ya no cabe nadie más, un público que cubre todos los estereotipos y clases sociales: hipsters, cuicos, populares, todos moviéndose al mismo son. Lo que parece una fonda dieciochera más, es lo que ocurre todos los fines de semana, de enero a diciembre, en el local que Eduardo López (40), su señora Paulina Muñoz (34) y su hermano menor Francisco (32), crearon: La Fonda Permanente, que partió como un ciclo de fiestas y que ahora es una institución con eventos multitudinarios.
¿Qué se siente vivir 18 de septiembre todos los fines de semana, Eduardo?
Uf, el lunes se siente difícil.
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Foto: Ricardo Guajardo[/caption]
Endieciochados
"La fonda es como una señora, se quita la edad", afirma Eduardo, intentando recordar cuándo realizaron el primer evento. Fue un 16 de enero de 2009 en el Sindicato de Trabajadores de la Construcción, Excavadores, Alcantarilleros y Actividades conexas, en Serrano 444.
Hasta entonces Eduardo llevaba haciendo teatro callejero por 10 años, pero se sentía obsoleto así es que lo dejó. Junto a su mujer hacían de todo para llegar a fin de mes: vendían cosas en la feria o imprimían poleras con los logos de los artistas que iban a dar conciertos y los ofrecían afuera de los estadios. Siguieron con un negocio de gorros con forma de perritos en Talca, con lo que juntaron un capital modesto. "Entonces Eduardo me dice 'Pauli, tenemos esta plata, hagamos una fiesta que se llame Fonda Permanente'. Le pregunté si es que se había vuelto loco, cómo íbamos a levantar una fonda en enero", recuerda Paulina.
Mientras tanto, él agrega: "Le pusimos Fonda Permanente: La Popular por la Unidad Popular. Yo quería ponerle de epígrafe 'sentimiento obrero', pero la Pauli me dijo que sonaba muy trasnochado, así que quedó en sentimiento chorizo", cuenta Eduardo.
¿Por qué una fonda en enero?
Porque la fonda tiene todo lo que en ese momento estábamos escuchando, cumbias, rancheras, cuecas. Y además es la fiesta que podía reunir lo que nosotros queríamos. Nunca lo pensamos como un chovinismo; por ejemplo acá ocupamos la bandera chilena no como algo nacionalista, sino como un símbolo de algo que nos une a todos.
O sea, el 18 no tendría que ver con el patriotismo, sino con la celebración.
Para nosotros es la celebración de los trabajadores. Es la fiesta de la gente que se saca la cresta trabajando todo el año para tener esos dos o tres días para comer algo con su familia o para tomar o bailar un rato.
La primera versión de La Fonda Permanente no fue exactamente como sus organizadores esperaban. "Llegaron hartos actores, pero del pueblo no fue nadie", dice Eduardo. En su segunda versión, esta vez con Villa Cariño en el escenario, la cosa empezó a fluir. Hubo más fiestas, siempre itinerantes, en clubes sociales o sedes de sindicatos. Hasta que en 2011 se establecieron en un local en Loreto 369, Bellavista, con el que se hicieron conocidos y que cerró en 2013 por problemas con la vecina. Se fueron a la calle Agustinas 2359 hasta el año pasado y hoy están en el Cumbiódromo y La Chichería, ambos ubicados en Bombero Núñez en Recoleta, y abren todos los fines de semana.
En sus primeros años, el público que frecuentaba la Fonda no bajaba de los 25 años, pero ya no es así. "La mayoría son las nuevas generaciones, niños de 18 a 21", explica Francisco.
A lo largo de estos nueve años, sus precios se han mantenido estables –"populares", según sus organizadores- y un viernes cualquiera la entrada no supera los cinco mil pesos. Las ocasiones en que más han cobrado son para eventos masivos, como Año Nuevo o cuando trajeron a Los Fabulosos Cadillacs: "Cobramos 20 lucas por entrada general y nos decían 'malditos capitalistas'", cuenta Eduardo. La entrada también sube este fin de semana dieciochero para su fiesta, que esta vez será el 17 y 18 en el Hipódromo de Chile, y que tendrá presentaciones de Chico Trujillo, Movimiento Original, Moral distraída y Villa cariño, entre otros.
Están confiados en que les va a ir bien: "Si hay algo por lo que las grandes productoras no han atacado este mercado es porque saben que este público no paga precios excesivos. Si Time for Fun no ha agarrado a todas las bandas de cumbia para hacer un festival es porque sabe que no puede cobrar 100 lucas por la entrada y hacer un VIP de 200 lucas", explica Francisco.
El palacio de la cumbia
La aparición de la Fonda Permanente llegó de la mano con el boom que ha tenido este género pero fue pura casualidad. "Nosotros no cachábamos el despertar de la cumbia que se estaba dando en el galpón Víctor Jara", confiesa Paulina.
Cuando ese local cerró en 2013, el público y los grupos que lo frecuentaban fueron a parar a la Fonda y desde entonces ha sido escenario para los consagrados y los emergentes. "Tomamos la responsabilidad de ser el espacio que iba quedando", comenta Eduardo y agrega que cuando comenzaron a hacer las fiestas algunos sectores artísticos lo resintieron: "Se nos criticó por haber masificado la cumbia. ¿Cómo alguien te puede acusar de masificar uno de los ritmos más masivos del mundo? En el fondo era un sector muy elitista que sintió que le quitamos el carrete. Ahora en cambio nos dicen que esto se ha llenado de 'zorrones'. ¡Bienvenidos los 'zorrones'! Acá los vamos a poner a escuchar Sol y Lluvia o los Villa Cariño que tienen temas sobre los detenidos desaparecidos. Nosotros siempre hemos sentido que esto se tiene que ampliar a todos los públicos".
¿Y tú, Eduardo, tienes alguna explicación para que se haya diversificado su público?
Pasa porque este es un lugar súper transversal, aunque nosotros no buscamos esa transversalidad, nosotros tenemos un mensaje político claro y contundente, tenemos orgullo por nuestra clase social. Ahora, si los cuicos están bailando cumbia, bienvenidos sean. Si eso les dura tres días, dos meses o la vida entera es cosa de ellos. Acá hemos visto a gente del mundo de la política o del deporte, hemos tenido a Fernando González bailando en el medio de la pista y sin pedirnos nada. Lo mismo a gente ligada a la política, se suman a la fiesta sin pretender ser privilegiados, porque las veces que han venido canales de televisión y nos han pedido privilegios no los pescamos porque de la puerta para dentro somos todos iguales.
¿Y qué ocurre con otros estilos, como el reggaetón?
Eso no entra. Esos sonidos los escuchamos con respeto, pero no los tocamos por sus letras, por lo misógino. No es por el ritmo, el ritmo es bacán, es una crítica al contenido.
¿Y qué les pasa con términos como 'guachaca'?
No nos gusta. El guachaca es el falso popular, ese que va a una fiesta a hacerse el popular cuando no vive así. Es como el Kike Morandé bailando La peineta, un cuico haciéndose el popular. A nosotros nos gusta cuma, si me pregunta a mí, yo soy cuma. Guachaca o pachanga son peyorativos, como de segunda clase, como si fuese un disfraz. Acá somos todos populares.