Frágil e innovadora: la actual arquitectura japonesa
Los embates de la naturaleza y de la II Guerra Mundial estimularon la creatividad de los arquitectos nipones como Toyo Ito y Shigueru Ban, últimos premios Pritzker.
Japón no deja su pasado atrás. Toma lecciones, respeta a sus ancestros y siempre vela por sus tradiciones. No por ello el país del sol naciente se queda rezagado. Su mayor característica es justamente saber combinar esa historia milenaria con las innovaciones tecnológicas de la modernidad, que se ven reflejadas en el arte, la literatura y últimamente, en la arquitectura. Una arquitectura que hace varios años lidera la escena internacional con siete de sus exponentes galardonados con el Premio Pritzker, el Nobel de la disciplina: el primero fue Kenzo Tange, en 1987. Luego vendría Fumihiko Maki (1993), Tadao Ando (1995), Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa (2010), Toyo Ito (2013) y este año, Shigueru Ban.
Todos comparten la misma idea: rescatar la arquitectura tradicional para adaptarla a las necesidades de las ciudades contemporáneas. Japón siempre ha tenido que saber reinventarse. Primero, por la cantidad de desastres naturales, tifones, terremotos e incendios, que ha asolado al archipiélago, y segundo, por la devastación que dejó la II Guerra Mundial. La sociedad nipona se levantó gracias a una generación de arquitectos que vieron en el desastre un motor para la creatividad, manteniendo los valores de la cultura asiática.
Así, a diferencia de los arquitectos occidentales, que buscan ante todo la permanencia en el mundo, a través de edificios construidos para soportar los embates del tiempo, utilizando pesados materiales como el hormigón y la piedra, sus pares japoneses toman una postura budista y eligen la fragilidad como rasgo principal de su arquitectura. Nada es para siempre y lo saben. Por eso el material favorito de los nipones es la madera: noble, delicada y dispuesta a asumir el paso del tiempo y las estaciones del año, las que en Japón son muy marcadas.
A esto se suma el interés de los japoneses por la innovación tecnológica, que de alguna forma ha sido influenciada por su contacto con EE.UU. tras la II Guerra Mundial. Un ejemplo claro es la obra del último Pritzer, Shigeru Ban (1957), quien ha utilizado tanto la madera como materiales poco tradicionales, como el papel y el plástico, para edificios sencillos y eficaces. La Casa de Papel fue una solución para los damnificados del terremoto de Kobe, en 2005, mientras que en 2006 ganó el concurso para construir el Centro Pompidou-Metz en Francia, donde también usó tubos de papel como soporte.
Kunio Maekawa (1905-1986), alumno de Le Corbusier, fue pionero en combinar la arquitectura tradicional con la moderna, fusionando el concreto con elementos de la arquitectura japonesa antigua, que se ve en obras como el Centro Educacional de Fukushima (1956) o la Sala de Conciertos en el Parque Ueno (1961).
Discípulo de Maekawa fue Kenzo Tange (1913-2005), el primer Pritzker, defendió la preservación de la arquitectura tradicional, retomando conceptos claves como las proporciones modulares del tatami o los techos voladizos sobre pilares y vigas que recuerdan a los palacios imperiales. Suyos son la Oficina de Gobierno de Kagawa (1958) y el Centro de la Paz (1955) que levantó en Hiroshima, ciudad que se transformó en su laboratorio, al liderar la reconstrucción urbanística, tras la bomba nuclear.
Otra figura importante es Arata Isozaki (1931), educado bajo el alero de Tange, sus edificios además de combinar elementos orientales y occidentales, generan interesantes efectos visuales, haciendo una conexión entre ficción y realidad bastante única. Una de sus obras claves es el Art Tower (1990) en Mito, una torre para eventos culturales con marcadas formas geométricas que se van uniendo en una espiral.
En la última década, Tadao Ando (1941) es la cabeza de una tendencia más minimalista y poética. Su trabajo privilegia las formas simples y el monocromatismo, plasmados sobre todo en residencias en Europa, Asia y EE.UU. Los especialistas dicen que su arquitectura tiene un "efecto haiku", que evoca la cultura zen y que recorre sus edificios, como la iglesia de la Luz (famosa por la cruz luminosa que corta su pared posterior) o el Museo Chikatsu-Asuka (que pone el énfasis en la naturaleza) es una "experiencia sensorial".
El compromiso con el medioambiente es otro de los rasgos clave de la arquitectura japonesa actual. Allí aparece la obra de Toyo Ito (1941), que combina el espacio físico con el virtual, integrando la naturaleza en edificios orgánicos y atemporales, como la Biblioteca de la Universidad de Tama (2004) o el edificio Suites Avenue (2004), en Barcelona.
Comparten el estilo de Ando, la sociedad SANAA de Kazuyo Sejima (1956) y Ryue Nishizawa (1966), dueños de una obra que ha sido calificada de "invisible, transparente y ligera" y que más que rescatar los preceptos técnicos de la arquitectura tradicional, lo que hace es concentrarse en el espíritu ancestral, marcado por el silencio y la quietud. Así se explican obras como el Pabellón para la Serpentine Gallery (2009) o el Museo de Arte Toledo, EE.UU. (2006).
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