No pocos cineastas se han alejado del lente de sus cámaras para desorbitar ambos ojos sobre un escenario. Solo en Chile podríamos mencionar dos casos: en 2005, Raúl Ruiz dirigió una peculiar versión de Infamante electra de Benjamín Galemiri, poniendo bajo sus órdenes a Héctor y Amparo Noguera. Casi una década después, Pablo Larraín, el director de No y Jackie, tuvo su propio y aclamado debut teatral con el monólogo Acceso, protagonizado por Roberto Farías. La lista podría seguir, pero de a poco han ido incorporándose otro puñado aún más selecto de directores que no conformes con solo fantasear con conducir un Shakespeare o un Chéjov, se han atrevido además a escribir sus propias historias y verlas cobrar vida sobre las tablas.

Dentro de estos últimos cabría el español Francesc Gay (1967). En 2015, el catalán más conocido como Cesc Gay y autor de las aclamadas Krámpack (2000) y Truman (2015), la película con el argentino Ricardo Darín por la que ganó el Goya al Mejor director, estrenó en Barcelona Los vecinos de arriba, su ópera prima en la dramaturgia y una comedia de enredos dirigida por él además. Llevada entre aplausos a la escena madrileña y un año después a la de Buenos Aires, este viernes debutará en el Mori Parque Arauco una versión local encomendada a Alejandro Goic en la dirección, y protagonizada por Luciano Cruz-Coke, Catalina Guerra, Mónica Godoy y Cristián Riquelme.

Su historia, "mínima y bulliciosamente real", como Gay la define, pone al centro a una pareja joven (Godoy y Riquelme) que irrumpe en la vida de un agónico matrimonio (Guerra y Cruz-Coke). "La historia se me ocurrió hace algunos años, el día en que una pareja de vecinos se mudó al piso que estaba sobre el mío. No tardé mucho en bajarle a la música en casa para espiarlos un poco, y ese espejo entre mi realidad y la suya me sacó chispas. Creo incluso que comencé a escribir la obra esa misma semana", recuerda al teléfono desde Toulouse, Francia, donde se encuentra rodando una serie que lo ha mantenido momentáneamente alejado del cine.

¿Pensó en filmar el texto una vez que lo había terminado?

No, más bien me había ocurrido al revés: siempre había pensado en escribir teatro, pero en el proceso algo ocurría, no sé muy bien qué, que hacía que mis historias terminaran convertidas en un guion de cine. Me ocurrió con Truman, por ejemplo. Yo estaba convencido de que esa historia podía funcionar sobre un escenario, pero quizá mi naturaleza como cineasta pesó más y acabé filmándola. Este no fue el caso. Desde la primera página de Los vecinos de arriba tuve claro dos cosas: primero, que iba a ser una comedia, pues no habría imaginado de otro modo este combate entre dos parejas; y segundo, me pareció que la misma estructura fue forzando a la historia a subir al escenario. Fue tan natural que me mantuve firme en esa idea.

Tanto la versión catalana como la que estrenó en Madrid fueron dirigidas por Ud. ¿Por qué decidió hacerse cargo de ambas cosas?

Formaban parte de una misma aventura, al igual que en el cine. Uno escribe y quiere dirigir, por qué no. Reconozco que quizá en este caso me hubiese gustado solo quedarme en la dirección catalana, pero cuando vimos que la obra estaba cobrando cierto éxito me animé a volver a dirigirla. Me gusta ver todo el proceso desde ese lugar que a veces puede ser tan grato como incómodo.

La crítica comparó su obra con Quién teme a Virginia Woolf, de Edward Albee. ¿Qué cree Ud.?

No sé, nunca la he visto en teatro. Recién acabo de ver la película en blanco y negro, la de Mike Nichols, con Elizabeth Taylor y Richard Burton, aunque conocía el texto de Albee. Simplemente creo que no fue nada consciente. Hay un tipo de obra que le calza a las dos, y son esta clase de comedias entrenadas, verdaderos combates en los que los bonitos envoltorios ocultan los conflictos que van a estallar. La de Albee sería una de las obras madres del género más moderno, y quizá esta llegue a escalar varios peldaños antes de que aparezcan otras. Quién sabe.

¿Conocía a Alejandro Goic, quien dirigirá esta versión en Chile?

La verdad es que no, pero como he sido siempre muy cuidadoso con la cesión de derechos, apenas me lo nombraron lo rastreé y vi de quién se trataba. Me pareció talentoso, y valoré mucho su trayectoria cinematográfica, pues como actor seguro comprende ambas dinámicas de trabajo, que aun cuando se cruzan mucho, parecen de dos mundos distintos. Ahí tienes otra buena razón por la que decidí dirigir la obra, pues si solo me hubiese quedado en la escritura, me habría ahorrado el trance de la dirección. Hacer teatro fue lo más parecido a desenchufarle los cables al cine, a abrirle las puertas a la precariedad, a jugar a no equivocarse y a ser aún más obsesivo de lo que ya soy. Y eso es mucho decir.