Toda persona que haya puesto sus pies cerca de las aguas del Caribe sabe que en esas húmedas y calurosas tierras a las mujeres les fascina usar ropa ultraceñida, sin importar las dimensiones de sus cuerpos, la edad o la textura de la piel. Algo que a la diseñadora Francesca Miranda –que nació en El Salvador y tiene su centro de operaciones en la ciudad de Barranquilla, Colombia– le pone los pelos de punta. "A las caribeñas les gusta lo voluptuoso, pero insinuar es mucho mejor. Me parece bien que la mujer se vea mujer, pero para eso no hay que apretar la ropa", opina con vehemencia.
Francesca goza de cierta fama internacional por su colección de vestidos de fiesta, que vende en tres boutiques propias en Colombia y distribuye en Estados Unidos, Europa y Medio Oriente a través de showrooms en Nueva York y París. Pero es en su línea Felements (nombre que viene de la mezcla entre Elementos y Francesca), para hombres y mujeres, donde su interés por relajar la silueta es más evidente. En ella priman los blusones anchos, las túnicas, las guayaberas y los pantalones amplios, siempre en tonos amables como el blanco, el negro, el crudo. La ropa tiene una caída suelta pero semirrígida, que envuelve el cuerpo sin marcar sus contornos. La cintura femenina apenas se sugiere con lazos sueltos que impiden el desplome total de las prendas. Todo respira comodidad, naturalidad, simpleza bien lograda. Nada pesa, nada sobra.
"En mi propuesta no hay diseños entallados, porque no me atrae lo apretado sino la libertad. Ojalá con mis creaciones las personas se pudieran sentir como si no llevaran nada puesto encima. Yo no hago ropa que a mí no me guste usar, y soy una mujer de prendas sueltas", comentó al término de su desfile en el congreso internacional Ixel Moda, en Cartagena de Indias, donde presentó esta propuesta que comercializa desde hace algún tiempo en Estados Unidos. "Toda la colección se estructura a partir de rectángulos y cuadrados, nada más", agrega. "Casi no existen trazos, excepto por los bordados y los deshilados. Aunque suene frívolo, puse el acento en lo bello, porque no me gusta eso de que las cosas se vean feas. El lenguaje de causar impacto ya lo pasé".
El nostálgico look de Felements remite a las prendas que usaban los esclavos en las algodoneras; a las expediciones de los antiguos colonos europeos por inexploradas tierras africanas; a los ingleses que jugaban cricket en India a comienzos del siglo pasado. Pero también recoge el tradicional lino blanco de la costa caribeña y algunas técnicas propias de culturas indígenas. Y se vende a precios bastante asequibles para una línea exclusiva: los cinturones cuestan aproximadamente 60 dólares; las blusas, entre 120 y 300. Bastante menos que los vestidos de fiesta de la colección Francesca Miranda, que comienzan en 800.
Para dar vida a Felements, Francesca buscó una manera de acercarse a la naturaleza y a las raíces de la humanidad, tal como lo están haciendo hoy muchos creadores de moda latinoamericanos. Y lo logró con tejidos manuales, telas orgánicas, tintes vegetales, algodones japoneses de última tecnología. Pero, sobre todo, trabajando con artesanos de diferentes zonas de su país adoptivo. "El año 2003, partí sola a conversar con los artesanos de Cartago, Guajira y Pasto", relata. "Un año después, la organización Artesanías de Colombia, un proyecto que busca vincular la moda con la artesanía, invitó a cinco diseñadores a crear con ellos, entre los que estaba yo. Ahí consolidé lo que ya había comenzado".
–Actualmente lo artesanal marca tendencia en moda en todo el planeta. ¿A qué atribuye este fenómeno?
–Creo que la gente está un poco saturada con la sobreoferta de moda; lo natural es como un respiro. Además, ver algo artesanal te emociona y produce otro tipo de respuesta, porque involucra un trabajo manual que le quita a la ropa ese aire estandarizado. Lo que hoy se valora es que exista un gran trabajo detrás de cada prenda.
–¿De qué manera se retroalimentan creativamente diseñadores y artesanos?
–Lo que me gusta de trabajar con artesanos indígenas es rescatar su maestría, su sabiduría. La labor de la diseñadora es ayudar a los artesanos para que su producción no sea tan tosca. Les abres la mente en cuanto al uso de materiales; aportas innovación en el colorido. Con ellos hago, por ejemplo, fajines en los que se mezclan hilos de plata con seda y rafia. También utilizo el tamo de trigo, originario de la zona de Pasto, al sur de Colombia, en carteras, bolsos y accesorios. Se trata de desechos vegetales que se pegan sobre papel para hacer filamentos.
–Me imagino que deben existir indígenas más puristas, que no están de acuerdo con la idea de 'actualizar' su artesanía tradicional.
–En Colombia, al menos, persisten algunas comunidades que aún son reticentes a este proceso, sobre todo en las tierras más altas y alejadas. Pero la mayoría quiere que lo orienten, que le den un camino, un sentido a su producción. Para el grueso de los indígenas y artesanos, este fenómeno es una oportundidad para convertir su trabajo y tradición en algo más que un souvenir que se compra de recuerdo y que luego queda medio escondido en algún rincón.
Francesca sabe de lo que habla, porque conoce en carne propia lo que significa tener que reinventarse y también que a veces se necesita que alguien tienda una mano para poder lograrlo. A una edad que no quiere confesar –"dejémoslo en que es una edad chévere, cuando tienes sabiduría pero necesitas la salud de antes"– no sólo acumula años de experiencia profesional, sino también una quiebra, que vivió en conjunto con su pareja. Una experiencia de la que salió fortalecida, en lo personal y en lo profesional.
Cuando Francesca terminó el colegio en El Salvador, se fue a Tampa, Estados Unidos, a estudiar marketing de moda. Ahí conoció a su futuro marido, Francisco Jassir, un colombiano de origen libanés que tenía una empresa de ropa masculina. En 1987, esta compañía despegó hacia el éxito gracias a un buen negocio: producir uniformes para la policía estadounidense.
"Ya casada, comencé a trabajar con Francisco, porque él lo necesitaba", cuenta Francesca. "El año 2000 saqué una línea propia de hombre, que se vendió mucho en las grandes tiendas colombianas. Pero en 1996 vino la quiebra. Nos quedamos sin nada. Fue muy fuerte. Entonces un cliente nos dijo: yo te vendo las máquinas y tú me pagas con tu trabajo. Reordenamos nuestras empresas, nuestra contabilidad. Separar aguas nos ayudó mucho. También la educación de mi madre: me hizo trabajar desde adolescente, no por necesidad sino como parte de mi formación. Saqué mucha fuerza de mis hijos, que hoy tienen 23, 16 y 14 años. Después de la tempestad, descubrí dentro de mí la tranquilidad. Así pudimos recomenzar y salir adelante".
–Qué bueno que cuente esto, porque actualmente hay muchos diseñadores jóvenes que parecen creer que para dedicarse a la moda basta con ser creativo.
–Mucha gente cree que la moda es color de rosa. Está lleno de diseñadores jóvenes que creen que hacer moda es fácil. Pero hay que esforzarse mucho, ser constante y tener disciplina, como en cualquier trabajo. No hacer tres cositas y ya. Este es un negocio del que dependen muchas personas a las que yo les doy un empleo, no un hobby. Para subsistir en el mundo de la moda, tienes que tener mentalidad comercial.