La primera vez que vi un show en vivo de lucha libre fue a los 15 años cuando acompañé a mi hermano que se había inscrito en una escuela que formaba luchadores a arbitrar una pelea. Había visto en la tele a la WWE y me llamaba la atención, pero al verlo en vivo quedé enamorada del espectáculo. Después de ir con mi hermano a un par de peleas y arbitrajes, el club Revolución Lucha Libre me invitó a unirme. Acepté inmediatamente, sobre todo porque iba a ser la primera mujer en sumarme.
Partí arbitrando peleas donde tenía que contar hasta tres cuando un luchador no podía más y fiscalizar que no hubiese golpes bajos. Arriba del ring me di cuenta de que me gustaba mucho estar con los luchadores y la adrenalina que se sentía. Mis compañeros me insistían en que entrenara porque estar con una mujer les parecía una novedad. Al terminar el año empecé a entrenar todos los días de las vacaciones. Me salieron millones de moretones porque las cuerdas del ring eran cadenas, entonces cada vez que salía de la ducha veía los eslabones marcados en mi espalda ya que soy muy blanca. Mis papás no me dijeron nada porque mi hermano también luchaba y él me cuidaba, además me estaba esforzando y seguí cumpliendo con las notas en el colegio.
Debuté en abril de 2006 en una pelea mixta, es decir, dos mujeres y un hombre, todos contra todos. Tenía 16 años, cinco meses de experiencia y estaba muy nerviosa. Siempre había entrenado con hombres, por lo que enfrentarme a uno no fue raro. No fue una de mis mejores luchas, pero tampoco fue mala. Ese día me convertí en Alison AllStar.
La lucha libre es un show que tiene alrededor de siete peleas. Pueden ser de dos o seis personas peleando arriba de un ring. En cada espectáculo hay un animador que va contando e inventando historias sobre sus protagonistas, que tal persona se peleó con otro, formando así una teleserie que termina en lucha. El último round es el más importante, pero depende de cada uno hacerlo entretenido.
Hay distintos tipos de peleas: las hardcore, donde puedes usar cualquier cosa, sillas, tubos fluorescentes, mesas, escaleras o alambres de púa. Al atacarnos nos hacemos daño, pero estamos entrenados para saber cómo sin perjudicar al otro porque habitualmente el rival es tu amigo, ya que el círculo es muy chico. Pero a veces las cosas no salen como uno espera y te lesionas. Una vez, mientras caminaba bajo el ring, un luchador se tiró arriba mío, no calculó bien y cayó todo su peso -más de 100 kilos- sobre mi pierna. Durante dos semanas no pude caminar. En otra ocasión, mientras una luchadora me hacía una llave en el aire, me lanzó sobre una caja de tomates con una silla encima, alambre de púas y tubos fosforescentes. Mientras caía, supe que mi cara iba a chocar contra todo eso. Fue la única vez que temí por mi vida, pero afortunadamente me pegué de lado y no quedé tan dañada. Del puro susto, no me pude parar y perdí la pelea. Esa vez la saqué barata porque he visto a compañeros caer de cabeza y no levantarse o quebrarse las piernas.
Lamentablemente en Chile, y en ninguna parte del mundo, se puede vivir de la lucha libre, pero cada vez nos acercamos más. Que la lucha gire en torno a un show hace que las personas piensen que todo es falso, por ende las marcas no invierten en nosotros. Además, los chilenos somos bien chaqueteros, entonces se forma un estigma sobre lo que hacemos. Pero debo reconocer que hemos evolucionado, antes peleábamos en potreros y cobrábamos 500 pesos de entrada, hoy estamos en lugares más establecidos, con producción y profesionales, donde se ofrece un espectáculo mucho más atractivo, nos estamos vistiendo mejor, con trajes profesionales y dando un show real.
Ser luchadora libre ha tenido costos: por ejemplo, perdí a todas mis amigas del colegio. Cuando ellas iban a fiestas los fines de semana o se juntaban después, yo no podía porque siempre tenía que entrenar, entonces nos fuimos alejando. Al final yo no las pescaba mucho. Hoy, mi único grupo de amigos está en la lucha libre. También me ha costado encontrar trabajo en mi profesión, ingeniería en marketing, ya que dediqué todo el tiempo libre a entrenar, por lo que no tengo experiencia en nada. En las entrevistas de trabajo me preguntan por qué y les tengo que explicar lo que hago. Cuando les cuento a mis compañeros que soy luchadora, la mayoría no me cree porque me ven formal en el día a día. Por eso invité a varios a verme en una lucha. Cuando me tiraron al suelo después de una llave escuché que uno corría hacia el ring y gritaba pensando que me había muerto. Pero también he tenido cosas positivas: viajar a Perú, Brasil y Ecuador, vivir y entrenar dos meses en México y uno en Japón, conocer a mi actual pareja y hacer muchos amigos.
Hoy tengo 27 años y soy la actual campeona de extreme en lucha libre, el mejor título nacional que se puede tener, pero tengo planeado retirarme. Es una buena edad para pensar en nuevos planes como formar familia, tener hijos o salir a pasear los fines de semana. A veces me preguntan si me arrepiento de haberme metido en esto, pero si pongo en una balanza, o mejor, arriba de un ring, mi juventud y todo lo que me ha dado ser luchadora, siempre ganará la lucha libre.
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Francisca Pérez.
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