Fue traductor de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, y editor de Rayuela, de Julio Cortázar. El argentino Francisco Porrúa, director literario de Editorial Sudamericana, pasó a la historia como el primer editor de Cien años de soledad. El libro salió a la calle en 1967, con una tirada de ocho mil ejemplares. Desde entonces se ha traducido a 39 idiomas y ha vendido 40 millones de ejemplares.

¿Cómo llegó Cien años de soledad a Sudamericana y a sus manos?

La obra llegó por azar en parte, pero también porque las obras de García Márquez me las pasó un amigo de entonces, Luis Hars, un nicaragüense-chileno que estaba escribiendo un libro sobre el llamado 'boom latinoamericano'. El tenía las obras de García Márquez, yo no las conocía. Y le escribí una carta proponiéndole la reedición de esas obras en Buenos Aires. El me contestó que las había publicado Ediciones Era y que él no podía cedérmelos en ese momento, pero que, en cambio, estaba terminando una novela que podía interesarme. Por supuesto yo le contesté enseguida que sí me interesaba que me mandara el libro. Me lo envió y leí las primeras páginas de Cien años de soledad, comprobando que todo lo que yo había pensado sobre García Márquez era cierto.

¿Qué le llamó la atención?

Mi idea en ese momento fue que se trataba de un maravilloso ejemplo de lo que antes se llamaba la crónica. No pensé en lo mágico. El término "realismo mágico" me sigue pareciendo un poco contradictorio. Pensé que era más bien lo que en la literatura se llama metáfora; no simplemente una metáfora de una línea, sino que hay escenas enteras en el libro que son metafóricas. Es una prosa poética muy viva y fuerte. Imaginé que Cien años de soledad iba a atraer inmediatamente a todos los lectores como me habían atraído a mí las obras anteriores de García Márquez.

¿Cuánto tardó en leer los originales?

Un día, aproximadamente. De todos modos, no se trataba de llegar al final para saber si la novela se podía publicar. La publicación ya estaba decidida con la primera línea, con el primer párrafo. Simplemente, comprendí lo que cualquier editor sensato hubiera comprendido en mi lugar: que se trataba de una obra excepcional

¿Pensó que se iba a convertir en el fenómeno que es hoy?

No, no pensé en eso. Como editor no es necesario pensar en el futuro lejano. Pero el interés que iba a despertar el libro en Buenos Aires, eso sí lo vi y lo sentí, porque Buenos Aires estaba en ese momento en un período curioso, raro. Había muchos elementos en Buenos Aires que la hacían una de las verdaderas metrópolis del mundo, junto a Río, Nueva York. En 1967, Buenos Aires era la única ciudad en la que podía haberse producido ese fenómeno.

¿Le hizo a García Márquez sugerencias o correcciones?

No, ninguna. Generalmente, yo como editor trataba de evitar las sugerencias, salvo en una charla informal en la que podía decir algo de la obra. Pero no. Sentí que ese libro tal como estaba escrito era la obra literaria que mucha gente estimaría durante muchos años.

¿Cómo vivió la transformación de Cien años de soledad en una obra maestra? ¿Se siente partícipe de ese éxito?

Partícipe, por supuesto, por ser quien editó el libro. Pero para mí la figura del editor siempre ha sido bastante secundaria. En esos días yo simplemente estaba feliz de ver que García Márquez se daba cuenta de que se convertía en lo que había sido siempre: un gran escritor. Repito: el editor hizo poco. Lo que transformó en ese momento el panorama de lo que era la novela latinoamericana fue el libro mismo, Cien años de soledad.

¿Y qué sintió cuando García Márquez obtuvo el Premio Nobel en 1982?

Sentí simplemente lo que siento cada vez que un escritor amigo recibe un premio importante. Sentí alegría por él, personal; después una confirmación europea, digamos, de lo que todos sabíamos en América Latina.