Freddy Barahona aún no se repone de la impresión que le produjeron las 17 horas que pasó detenido por forzar la puerta del camarín del estadio El Morro.
El delantero de Lota Schwager reaccionó airadamente a la expulsión en el minuto 64 del partido frente a Naval. En ese momento, partió la pesadilla.Una vez terminado el duelo, que finalizó 3-3, al atacante lo esperaban ocho efectivos de Carabineros.
Lo habían denunciado por romper la chapa. "Fue un periodista cercano a Naval", acusa el futbolista. Lo trasladaron a la Segunda Comisaría de Talcahuano. Ahí estuvo hasta que, ayer por la mañana, pasó a control de detención. 17 horas terribles que el deportista quiere borrar de sus recuerdos.
"No le doy a nadie lo que viví. Estuve preso y, después, en el tribunal, esposado hasta las 14 horas. Había dormido en el piso, preocupado de que no me robaran la ropa ni las zapatillas. Estaba rodeado de delincuentes, de drogadictos que celebraban como un triunfo los delitos que cometían. Estuve con gente que habla otro idioma. Y tuve que sacar el barrio para defenderme. Me defendí a pechazos y a palabrazos", relata el jugador nacido en Pedro Aguirre Cerda, quien se formó en Palestino y también jugó en Coquimbo Unido.
El 19 de enero deberá volver al Juzgado de Garantía ante el que compareció ayer para conocer una eventual sentencia. Ese día también deberá abonar los 20 mil pesos que dictaminó el magistrado para reparar el daño que causó. "Forcé la puerta al entrar. Era de cholguán. La abrí con el hombro, de un empujón. Y se rompió la chapa", dice. Incluso, funcionarios navalinos certificaron que la puerta no estaba en óptimas condiciones y que antes del golpe del futbolista ya presentaba daños.
Barahona aboga por un trato distinto para los futbolistas que, víctimas de las pulsaciones, elevan su nivel de agresividad y protagonizan estos líos. "No nos pueden meter en el mismo saco que a los delincuentes, porque no lo somos. Yo no maté a nadie, no agredí a nadie ni robé nada. Y terminé encerrado con gente que sí lo ha hecho y con mi seguridad amenazada", critica, tal como escribió antes en su perfil de Facebook.
Agrega que jamás había pasado por un conflicto parecido: "Nunca había entrado a una comisaría. Y, con lo que me pasó, no quiero volver nunca más". También agradece la preocupación de sus compañeros. Dos de ellos, José Miguel Farías y Felipe Valencia, lo acompañaron durante todo el trance. Menos en el calabozo, claro. "Estuvieron siempre a mi lado y eso se lo voy a agradecer siempre. En estos momentos es cuando uno sabe quiénes son sus amigos", dice. Tampoco lo abandonó el cuerpo técnico que lideran Víctor González y Rocío Yáñez. "Los profes estuvieron preocupados siempre", destaca.
El reproche es para los dirigentes. "Ya casi no hay", grafica. Y medita cómo pasará las fiestas sin sueldo, ni dinero para viajar a Santiago, donde vive su familia, y con una deuda que pagar en la pensión que lo alimenta. La síntesis de la dura crisis del club minero.