En pleno centro de Santiago hay un taller donde se hacen esculturas de hielo. Para esa actividad se necesita una cámara de frío grande, un refrigerador enorme, digamos. De solo abrir la puerta, la ropa se pega al cuerpo y con meter la mano, los huesos duelen. Adentro hay 4 grados Celcius, así es que los trabajadores entran abrigados sólo a sacar los bloques, pues los tallan afuera. Por eso cuando un día de la semana pasada vieron que dentro de la cámara había una mujer en traje de baño, sentada en los hielos, tomándose fotos por largos minutos, no podían creerlo.
Esa mujer no puede ser otra que Bárbara Hernández, quien decidió hace un par de años seguir su carrera como nadadora en la extraña especialidad de aguas gélidas. "Estoy acostumbrada", dice, mientras se toma las fotos sin poder disimular una sonrisa honesta, sin misterios.
La pregunta es obvia. ¿A quién se le ocurre nadar en aguas que están a menos de cinco grados Celcius? La deportista se encoge de hombros, no le ve nada de raro y contesta que "me encanta", estirando la palabra para darle énfasis.
Bárbara se sienta en un bloque de hielo y se queja. No es que tenga frío, sino que por resbaloso casi se cae. Al rato, dice que tiene un dedo congelado y sale un poco de la cámara, pero no busca el sol, sino un poco de temperatura ambiente. Antes de un minuto, regresa al frío, su casa.
El dolor en el dedo es mínimo comparado con lo que ha vivido en las aguas del Ártico, que son generalmente las que reciben las fechas mundiales. "Uno sale del agua y cuesta caminar. Después de distancias largas, el frío del agua es como fuego, quema y afuera, pies y manos se sienten como rotas. El dolor de las manos es terrible", relata.
¿Por qué lo hace?, insistimos, mientras el resto de los presentes asiente. Ella, que es sicóloga, asegura que el dolor es una cosa de la cabeza. "Es muy mental, de hecho, a muy poca gente dejan nadar las largas distancias y las personas que las nadan, más allá del tiempo, sienten el apoyo del público, sin importar tu edad, categoría o de qué país seas. El solo hecho de nadar más de 200 metros en aguas a 0,3 grados... Ellos te consideran de otra forma", explica.
Los inicios
Bárbara nada desde los seis años, es de la misma generación que Kristel Köbrich, entrenaban juntas hasta que la Alemana se fue a Argentina y Hernández se quedó en Chile buscando un rumbo.
Siempre con el entrenador Gabriel Torres, con quien lleva 24 de sus 31 años, hizo primero pruebas de piscina, luego aguas abiertas, donde sin darse cuenta se puso fríos objetivos: el Canal de la Mancha, el de Chacao, el Estrecho de Magallanes. No ha dejado ninguna de las especialidades.
"En Chile hay tanto mar, hay tantas travesías que nunca se han hecho, espero poder difundir eso", dice la nadadora, quien pone la difusión como el pilar de su carrera, no sus éxitos. "No me interesa ser 'la mejor del mundo mundial' y ser la única. Lo que me interesa es que haya mucha gente en esto y traigamos una Copa del Mundo. Porque vendrían, la gente recorre todo el mundo buscando lugares y en Chile nunca antes se ha hecho", propone.
Probó por primera vez aguas heladas el día que decidió atravesar el Estrecho de Magallanes. "Estaba fría, sí, pero donde compito ahora hay hielitos flotando", aclara.
En 2014, la nadadora fue invitada por Matías Ola a una prueba en aguas gélidas en su país, Argentina, en el glaciar Perito Moreno, justamente al otro lado del límite, frente al parque Torres del Paine. Además del reconocido nadador de aguas gélidas transandino estaba ahí también Cristián Vergara, otro chileno de aguas gélidas, que vive en Estados Unidos.
"Creo que ese día era la única que no había visto tanta nieve, ellos eran puros rusos, checos... Llegué ese mismo día, miré las distancias y dije: 'Bueno, puro corazón, a darle nomás'. Es impresionante tener un glaciar con una pared de 70 metros de hielo, ahí, al lado", rememora la chilena. Ese día ganó el circuito.
"Conocí a los que organizan todo y les gustó cómo nadaba, que salía muerta de la risa... Ahí conocí este mundo".
Ese día Bárbara se enamoró de los parajes blancos y del frío. Y también del dolor. "Ese mismo día yo quería seguir nadando. Me gustan mucho los desafíos, llevar al límite mi cuerpo. Uno no se centra en el dolor físico, sino que sabes lo que tienes que hacer, se centra en controlar la respiración, todo eso se entrena y es de acá (se toca la cabeza). Estas condiciones sacan lo mejor y lo peor de cada uno".
Medallas y sus valores
En sus tres años en los circuitos internacionales de la International Winter Swimming Association (IWSA), Hernández ha sido campeona en mundiales y está en los primeros lugares del ranking universal, pero ella dice que sus mayores orgullos "van mucho más allá de las medallas, mis logros más grandes han sido poder nadar en la Patagonia, conocer nuestros glaciares y poder representar a Chile en lugares como Rusia. Eso, para mí, es más que las medallas a nivel mundial, que también es una experiencia muy bonita".
También está la IISA (International Ice Swimming Association), que alberga la Milla a Cero Grado, competencia en la que Hernández quiere probar suerte.
Al salir del agua, ¿quiere no volver nunca más a meterse? Hernández asegura que no, "al contrario, salgo feliz, buscando cuál es la carrera siguiente. Aunque termino muy cansada, porque nado seis pruebas en un día, para obtener la mayor cantidad de puntaje, porque no sé si voy a poder ir a todas las fechas de la Copa del Mundo".
De seis que tuvo la última temporada, la chilena pudo ir sólo a cuatro. Aún así, fue segunda del ranking mundial.
Ahora cuesta y al principio, fue peor el comenzar. Las aguas gélidas no forman parte de las disciplinas que reúne la Federación Internacional de Natación (Fina) y, por lo tanto, tampoco la Chilena. Así, postular a beneficios públicos se le hizo imposible. Hoy, como directora de la Corporación de Deportes de la Municipalidad de Recoleta, intenta mejorar esta situación.
"Hasta que se haga el próximo Mundial, en marzo de 2018, soy campeona del mundo. Me costó la vida poder llegar a competir, tuve apoyo de gente, desde la más humilde de La Vega, hasta Farkas o Luksic. Fue todo un peregrinaje", rememora. Hoy recibe apoyo del Instituto Nacional de Deportes y del empresario Andrónico Luksic, quien le tomó un cariño especial: no sólo la ayuda con dinero, sino que se preocupa por su bienestar, en que se planifique bien su estadía y traslados.
"Las tres medallas que obtuve en el Mundial (dos de oro) eran mi carta de presentación. En Chile se hacen las cosas al revés, si a alguien le va bien, se le apoya, pero nadie hace el proceso contrario. Si yo nado en nuestros glaciares le doy visibilidad al lugar, en Chile no hay ninguna competencia de la Fina", agrega.
Y no se necesita mucho para recibir las competencias. Ya sea en un lago o el mar, los organizadores buscan una zona tranquila o cortan un rectángulo en el hielo para simular una piscina, donde instalan las partidas y cuerdas.
Convivir con la hipotermia
Pese a las condiciones extremas, Hernández dice que nunca le ha pasado nada malo de salud y que tampoco ha visto a alguien que salga mal del agua. En las competencias hay un cuerpo médico que da el visto bueno a los deportistas que quieren participar de una carrera y son sometidos a tests también cuando salen.
Asegura también que no se necesita ninguna característica física específica, sólo "las ganas y el estar dispuesto a ir de a poco. Esta gente toma esto mucho más por un tema de salud, lo bien que hace para el sistema inmune, la irrigación, algunos dolores, el ánimo. Todo eso está antes de la competencia".
Hay una sola persona autorizada, por el deportista, para ordenar que a alguien lo saquen del agua y ese nombre, en su caso, es su pololo, Jorge Villalobos.
Al principio no era su novio, era un juez de natación que la acompañaba a las fechas, tiene conocimiento de primeros auxilios, ha sido su guía en carreras donde por kilómetros ha tenido que rodear islas, pero después nació el amor. "Tenemos un equipo muy bueno, con él, Gabriel, quien se ha ido adaptando a todas estas locuras que le voy proponiendo, nos complementamos los tres con los conocimientos técnicos. Jorge es una de las personas que más sabe en Chile de hipotermia", cuenta.
Por esos resultados es que la nadadora confía plenamente en los organizadores. "La IWSA hace todo muy bien, porque funden cultura con turismo y los eventos. Ellos enfatizan más la difusión que la competencia. La Federación tiene 25 años, pero hay países que llevan 50 años haciendo competencias".
Tampoco son pocos. Al último Mundial llegaron 1.500 nadadores de casi 40 países. Ella era, claro, la única chilena.
"De Sudamérica está Ola y una brasileña, no somos muchos", comenta. De hecho en las competencias internacionales hay relevos y Hernández se suma a un equipo latinoamericano. Eso, cuando no la invitan desde las potencias. "Que Estonia o Finlandia me peleen para mí es un orgullo", cuenta. También dice que le gustaría que alguna vez todos esos amigos vengan a Chile: "Si acá hay tanto, hay aguas frías".
El sueño olímpico
Considerando los pobres resultados de Chile en competencias como Mundiales de esquí o Juegos Olímpicos de Invierno, hay un sueño de Bárbara que le vendría muy bien al país: el sueño olímpico. Los pergaminos de Bárbara Hernández hacen pensar que podría dar una sorpresa.
Claro, la natación en aguas gélidas no es prueba del programa olímpico, pero la asociación está haciendo las gestiones para incluirla, al menos como exhibición, en la próxima cita. "Me encantaría. Me preguntan por qué hago esto y lo hago por llevar la bandera, es una maravilla poder representar a Chile", expresa.
El Caribe
La verdad es que la entrevista no se hizo dentro de la cámara de frío, pero a Hernández no le hubiera hecho problema seguir ahí después de las fotos. Tanto, que volverá a Ice Man, entrenará aclimatación ahí, aprovechando que es un espacio pequeño. "Prepararé la permanencia. Es que me cuesta estar quieta, pero en la cámara puedo entrenar cosas como el dolor de manos o cuando uno está casi con hipotermia", asegura con tranquilidad.
El entrenamiento para su especialidad parece diferente, pero la nadadora asegura que "lo único distinto es la aclimatación. Voy a Portillo un par de veces al mes, entreno la permanencia y la técnica en la agua, la recuperación al salir, el dolor de manos".
El agua en Portillo tiene un grado mas o menos y en verano está a unos ocho grados. "El Caribe, para mí", dice Hernández, misteriosamente feliz.