Sin embargo, ninguno de los dos se parecen.
En términos generales, los egipcios respetan a su ejército, que todavía es visto como un baluarte patriótico en contra de su vecino Israel, con quien fueron a la guerra en 1967 y 1973.
Pero las Fuerzas de Seguridad Central -la policía antidisturbios que va vestida de negro, conocida como Amn al-Markazi- pertenecen al Ministerio del Interior y son las que se han enfrentado en la mayoría de los casos a las manifestaciones populares.
Mal pagados y en su mayoría analfabetos, al combinarse con la Guardia Fronteriza, suman 330.000. Una vez se amotinaron por sus bajos salarios en los primeros años de gobierno del presidente Mubarak y tuvieron que ser controlados por el ejército.
El ejército tiene una fuerza similar (unos 340.000 efectivos) y está bajo el mando del general Mohamed Tantawi, quien tiene estrechos vínculos con EE.UU., y que por cierto, hace poco acaba de visitar el Pentágono.
APLAUSOS
Cuando Mubarak ordenó al ejército salir a las calles de El Cairo y otras ciudades a última hora del viernes, su objetivo era respaldar a la policía antidisturbios quienes habían sido superados en gran medida por los manifestantes.
Sin embargo, muchos de los que han estado en las protestas esperan que el ejército se ponga de su lado, o por lo menos, actúe como una fuerza de restricción de la policía que ha estado actuando con excesiva represión.
De ahí los aplausos que recibieron las filas de vehículos del ejército cuando cruzaron El Cairo el viernes por la noche.
Hasta ahora, el presidente Mubarak ha contado con el apoyo de las fuerzas armadas.
Él fue, después de todo, un oficial de carrera de la fuerza aérea cuando súbitamente fue catapultado a la presidencia de Egipto tras el asesinato del entonces presidente Anwar Sadat en 1981.
Pero si las protestas continúan y se intensifican, los mandos superiores de las fuerzas armadas podrían sentirse tentados a instarle a dimitir.
Por eso, este se considera el desafío popular más serio de sus 30 años de gobierno.