La memoria de Tom Petersson (67), bajista y fundador de Cheap Trick, a veces flaquea: "La única vez que hicimos un show en Sudamérica fue en Santiago, en 1988 o 1989, por ahí. Tuvimos el hit The Flame y nos sirvió para ir para allá. Nunca más volvimos".
Pero eso fue en 1990 y en un festival que se hace en otra ciudad, Viña del Mar.
Ah, es cierto, y nos quedamos en Santiago. Cierto. Recuerdo que fue todo muy extraño en ese show. En la mitad, empezaron a hacer unos anuncios de televisión y de la nada apareció como un espectáculo de juegos. No entendíamos nada y de pronto estábamos con cara de '¿qué está pasando aquí?' Ahora no vamos a eso mismo otra vez, ¿verdad?
No. Uno de los conjuntos más vibrantes y singulares del rock estadounidense regresará como parte del festival Solid Rock que se hará el viernes 8 en el Movistar Arena -donde comparten cartel con Deep Purple y Tesla (Puntoticket)-, aunque su salto a la cita también fue llamativo: ingresaron hace cerca de un mes en reemplazo de Lynyrd Skynyrd, la agrupación que se bajó debido a problemas personales.
"La parte más difícil de todo esto va a ser aprendernos todas esas canciones de Lynyrd Skynyrd. ¿O podemos tocar las nuestras?", bromea el músico, al teléfono con La Tercera desde su país natal. Y para interpretar sus propias canciones, el grupo puede recurrir a un catálogo que balanceó melodías amables y pegadizas, con guitarras agresivas y performances formidables, además del contrapunto entre un cantante con facha de forajido (Robin Zander) y un guitarrista cuya vestimenta casi infantil parecía arrancada de la vecindad de Chespirito (Rick Nielsen). Una naturaleza que tuvo su cima en el registro en vivo Cheap Trick at Budokan (1978) y que recibió la veneración de Nirvana, Pixies, Green Day, Guns N' Roses, Weezer y The Smashing Pumpkins, aunque sin nunca conseguir el golpe masivo.
Petersson apunta: "No creo que seamos menospreciados. También a muchas bandas las aprecian más de lo debido. Para mí, todo lo que importa es que la gente a la que respetas diga algo bueno sobre ti. Nunca me importó lo que los ejecutivos del negocio o los promotores digan sobre el grupo. Es más significativo que te valore Kurt Cobain a tener grandes ventas. Eso es más significativo que tu misma vida".
Sus primeros discos, como In color o Heaven tonight, no fueron bien recibidos en EE.UU. ¿Pensó que el grupo jamás despegaría?
Tuvimos buenas reseñas, como en Rolling Stone, pero el grupo no vendía. El sello (Epic Records) estaba avergonzado, no sabía qué hacer con nosotros, nos decían "la gente no los entiende, ustedes se ven muy raros". O nos aconsejaban cosas como "deberían vestir a su guitarrista como Hendrix o a su baterista como Bowie". "Suenen comerciales, suenen como Foreigner", era otra. Todos estaban en nuestra contra. Si esto hubiera pasado hoy, simplemente nos habrían desechado. Pero nada nos asustaba, antes del primer disco ya habíamos hecho cientos de shows, vivíamos con 75 dólares a la semana cada uno y dormíamos en la misma pieza cuando estábamos de gira, que era lo único que nos importaba. No ser exitosos era lo normal para nosotros.
El éxito lo logran con el disco At Budokan. ¿Qué tuvo ese álbum que hasta hoy sigue siendo uno de los mejores en vivo del rock?
Tuvimos un elemento de suerte. Resaltamos porque la gente no nos comprendía y porque creía que éramos graciosos. "¿Qué ocurre con estos sujetos?", decían. Por un lado, cantábamos una canción de amor, y por el otro, una sobre suicidio y asesinatos en masa y prostitutas. Cuando nos invitaron a hacer este show en Japón, a nadie le importó. La carátula era horrible, pero nuestro mánager nos dijo "no se preocupen, nadie la va a ver". Luego fue un éxito, quizás porque suena emocionante, porque nuestra audiencia en Japón eran chicas jóvenes. Era nuestra Beatlemania.
En su último show tocaron Highway to hell, de AC/DC, en tributo a Malcolm Young. Giraron con ellos en 1979. ¿Cómo recuerda ese tour?
Los dos grupos estábamos en la misma situación: no éramos muy conocidos. Ellos tenían ventaja, salieron antes, pero no eran tan grandes. Los encontrábamos muy graciosos y buena gente. Y tuvieron nuestra misma escuela al empezar: tocar en bares al menos seis veces a la semana.