Histórico

Futurismo: La mecha que encendió las vanguardias

El primer movimiento de vanguardia del siglo XX cumple un siglo y se preparan retrospectivas de su agitada historia.

"Queremos glorificar la guerra (única higiene del mundo), el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio a la mujer. Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitaria". Estas son las incorrectas frases publicadas el 9 de febrero de 1909 en una revista de Milán, y el 20 del mismo mes en Le Figaro, de Francia, por el poeta Filippo Tommaso Marinetti. Forman parte del manifiesto que instó al primer movimiento del arte europeo de vanguardia, anterior al cubismo, surrealismo y dadaísmo, y que hoy se celebra en varios museos del mundo, pues su herencia, a pesar de la exasperante verborrea del fundador, inflamó una transformación estética irreversible.

Las palabras de Marinetti tienen un contexto: el todopoderoso Imperio Austro-Húngaro se desmembraba y su vecina Italia, un país unitario hacía apenas cuatro décadas, forzaba su sentido de patria haciéndole la guerra; entre la democracia liberal y el socialismo obrero, tomaba fuerza la tercera vía totalitaria, que planteaba la abolición de las clases sociales y la unidad nacional: la trampa del fascismo. Marinetti, por su parte, había estudiado en París con gente tan libre e irreverente como Remy de Gourmont y Alfred Jarry, el creador de la célebre y rompedora "patafísica" (para reírse de las pretensiones del conocimiento humano) en la obra de teatro Ubú rey. Francia había liberado su pintura con Cézanne (la realidad no se representaba, sino que se auscultaba en su materialidad subjetiva y lejana), mientras el arte italiano seguía respirando a través de la "lamentable superficialidad oficial de Rafael", al decir del compañero de Marinetti, el escultor Umberto Boccioni, autor del libro Estética y arte futuristas, recién editado por Acantilado.

Boccioni, Carrá y Balla fueron los pintores futuristas más activos. Creían en la necesidad de incorporar el desorden y la velocidad en la obra de arte como reacción al claroscuro romántico o el decadentismo de los prerrafaelistas ingleses, los "pasadistas", enemigos del hombre nuevo.

AMOR A LAS MAQUINAS
Los futuristas abogaban por la juventud "trabajadora y militarista", como proclamaron a comienzos de 1910 en Trieste, ciudad fronteriza con Austria. Marinetti arengó contra la tradición y la comercialización del arte, y llamó a la lucha. Cuando comenzó la I Guerra Mundial, en 1914, la aclamó "como el más bello poema futurista jamás escrito" y se alistó en el ejército. Cinco años después ingresó al Partido Fascista de Mussolini, que a su juicio era la extensión natural del futurismo.

Este espíritu joven que quiere "cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad", contra lo intelectual y lo sentimental, exaltó también a los artistas rusos en los años previos a la revolución de 1917. El poeta Maiakovski y la artista Natalia Goncharova generaron una estética nueva, pero a su modo, renovando lo popular con las fuerzas modernas; Kandinski, en cambio, se dio cuenta de que el futurismo era políticamente peligroso y dijo que no tomaba en serio las claves para la nueva creación.

La estética de la máquina por un lado, y libertaria por el otro, contagió a Wyndham Lewis en Inglaterra y a Robert Delaunay en Francia. Incluso el poeta Vicente Huidobro, amigo de Delaunay, leyó un buen signo de ruptura con la tradición: coincidía con Marinetti en la necesidad de abolir el adjetivo. En Buenos Aires y Montevideo, donde Marinetti viajó en la década de 1920, pintores como Emilio Pettoruti y poetas como Juan Parra del Riego adhirieron a la causa.

Pero ya antes, en 1916, el dadaísmo de Tristán Tzara se había opuesto al futurismo, como a todos los ismos de entonces. Así atrajo a Marcel Duchamp y Francis Picabia, quienes estuvieron en el origen del dadaísmo, movimiento creador de una nueva libertad artística, sin los compromisos del surrealismo ni la camisa de once varas del cubismo. El futurismo, por el contrario, se afincó cada vez más en Italia, hasta desaparecer como fuerza renovadora en los años 30.

INFLUENCIA EN LA ARQUITECTURA
Quizá el futurista más original y precursor fue el arquitecto Antonio Sant Elia, que murió con 28 años en el frente de batalla. Amante de la tecnología y de los rascacielos de Nueva York, soñó con nuevos materiales para crear edificios que serían recorridos por múltiples elevadores y calles en altura. Balla, en tanto, volvió a lo figurativo y su relevancia es individual. Boccioni, que también murió joven, dejó la famosa escultura Formas únicas de continuidad en el espacio, que figura en los euros italianos de 20 céntimos. Esa escultura es el ícono de la muestra futurista que abrirá en junio la Tate Modern de Londres y exhibirá obras traídas de Italia, Rusia, Estados Unidos y Francia, donde también hay exposiciones conmemorativas: en el Pompidou de París y en la galería Getty de Los Angeles, y en estos días se inaugura otra, con 400 obras, en Milán.

Marinetti, que odiaba los museos, escribió una poesía hoy prácticamente olvidada, pero su nombre es inseparable de esta primera vanguardia. "¿Por qué deberíamos cuidarnos las espaldas, si queremos derribar las misteriosas puertas de lo imposible? El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente", escribió hace 100 años. Sus frases suenan como una profecía terrible.

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