"No se pueden entender los orígenes de la República chilena sin leer este libro", ha dicho el historiador estadounidense Paul Drake, sobre Debates republicanos en Chile. Siglo XIX, serie que rescata material documental asociado a nociones clave del desarrollo histórico local (soberanía, representación, opinión pública) y las pone previamente en contexto. La investigación aspira a englobar los 200 años de vida republicana en unos ocho o 10 volúmenes.

Los responsables de la iniciativa son Ana María Stuven y Gabriel Cid, directora y coordinador académico, respectivamente, del Programa de Historia de las Ideas Políticas en Chile en la U. Diego Portales. Cid, autor de La guerra contra la Confederación, plantea que un objetivo de Debates… es "reconstruir las polémicas de los actores históricos frente a problemas políticos estratégicos que, en muchos casos, eran inéditos. Es decir, transmitir a los lectores las incertidumbres de la época, historizar sus dilemas". Hoy, agrega, puede parecer evidente que la república, el centralismo y la democracia siempre fueron los únicos modelos adoptables para el caso chileno. "Pero olvidamos que esos conceptos remiten a respuestas históricas complejas, a problemas políticos abiertos, sin un desenlace escrito de antemano".

¿Ve en el siglo XIX un período que pide ser redescubierto?

El conocimiento histórico no sólo crece por acumulación de información, sino, sobre todo, por replantearse conceptual y metodológicamente un problema. Nuestra visión de la Independencia ha cambiado muchísimo en el último medio siglo y exige volver sobre los mismos problemas, pero con otra aproximación.

¿Qué se hace con los anacronismos y hasta qué punto es válido jugar con ellos para una mejor comprensión de la historia?

Los conceptos fundamentales de la política moderna -soberanía, igualdad, nación, libertad, democracia, representación, ciudadanía, etc.- se caracterizan por ser polisémicos: su significado es contestable y polémico por definición. Nadie puede monopolizar su semántica, que siempre es oscilante. Parte de la ambición de Debates… es recomponer la historicidad de los conceptos claves, devolviéndoles su espacio polémico y elusivo. Ser "liberal" en 1800, por ejemplo, no tiene la connotación de adhesión a una ideología política, sino que refiere a una cualidad moral, de generosidad. Y cuando Camilo Henríquez habla de los peligros del "capitalismo" para Chile en 1820, está afirmando los riesgos de un excesivo centralismo.

¿Era inevitable que orden y "orden portaliano" terminaran significando más o menos lo mismo?

El registro portaliano homologaba orden a centralismo y autoritarismo, cuestión que nunca fue consensual en la época. Para algunos, esta fórmula del orden sólo consignaba la mantención indefinida de un status quo injusto y contrario al modelo republicano. Hubo otras formas de conceptualizar el orden que quedaron en el camino, como el modelo federalista o las ideas de la Sociedad de la Igualdad, a inicios de 1850. En la década de 1860 se toma distancia de la noción de orden asociada al autoritarismo, permitiendo una mayor liberalización del régimen político y, por lo tanto, hacer del orden nuevamente un concepto aglutinante.

¿Cómo comparar el nacionalismo chileno de hoy con el del XIX?

Lo que distingue el nacionalismo chileno actual, en términos generales, es su banalización y su despolitización. El discurso sigue estando presente en dimensiones más cotidianas como el fútbol, la Teletón, la proliferación de fiestas costumbristas, etc. Perviven discursos muy del siglo XIX, como la superioridad del país con respeto a Latinoamérica, aunque ahora subrayando la dimensión del éxito económico. Hay una xenofobia y racismo latentes respecto de Perú y Bolivia, que reflotan cada tanto y que tienen resabios del nacionalismo del siglo XIX.

El período abordado en el vol. II (1810-1835) considera conceptos como constitución y ciudadanía. ¿Cómo se hace visible el tránsito de vecino a ciudadano?

La ambigüedad entre la vecindad y la ciudadanía es propia de un período histórico de tránsito, en cierta medida abrupto e inesperado, hacia la modernidad política. En la tradición hispánica, la condición de vecino remitía al estatuto particular que cierto individuo poseía dentro de su comunidad local, la cual le otorgaba derechos y franquicias. La reputación, asimismo, era un aspecto fundamental en esta conceptualización, dado que el vecino debía ser reconocido como tal dentro de su comunidad local. Esta ambigüedad se intenta deslindar por medio de la implementación de criterios medibles para definir al ciudadano activo, dentro de los cuales los más extendidos en el siglo XIX fueron la autonomía (la no dependencia de otro), la alfabetización y los criterios censitarios.