Una dura queja acerca de sus socios de coalición y/o cercanos en sensibilidad y/o de conveniencia manifestaron algunos operadores políticos a cargo de las negociaciones por las listas parlamentarias; los acusaron de no dar muestras de "generosidad política". Como con todo reproche, la frase, dicha por sus voceros con aire de mártires de la decencia, puede sugerir que estos abundan en la virtud echada de menos en los otros, en este caso la disposición a entregarle su camisa y sus cupos al desvalido, pero también es posible una lectura según la cual la protesta expresa el ánimo airado de quien evalúa SU ambición política como insuficientemente saciada a costa de la ambición política del otro; significa que en la puja por los cupos el bando que se confiesa en pasmo ante tanta mezquindad del prójimo no ha podido pisotearlo e imponerle SU lista.
En un episodio aun más burdo de reproche, esta vez no de los procedimientos sino de los resultados de una negociación, una dirigente de la UDI apareció junto a Piñera, quien estaba anunciando la Buena Nueva, haciendo toda laya de mohines de desdén por, seguramente, su disgusto ante la carencia de "generosidad política" negando a su colectividad la que pudiera ser poco generosa.
Quizás parezca pesimista interpretar todo eso como expresión de ambición desatada y brutal miopía, pero tal es la masa de eufemismos que satura los circuitos comunicacionales y confunde a la ciudadanía que es necesario repasar el ABC del asunto deletreando de nuevo la primera lección del silabario Hispano-Americano de la política, el capítulo donde se nos explica que los "actos generosos" no se producen sino bajo penosa coerción impuesta por terceros. En la industria del poder no deambulan discípulos de Alberto Hurtado declamando auténticamente "Contento, Señor, contento", sino sólo perdedores esparciendo sobre sus magulladuras la crema analgésica de un presunto sacrificio voluntario por la causa. La cura se practica primero con esa loable adjetivación y después con un sustantivo: premios de consuelo en la forma de destinaciones diplomáticas, cargos ministeriales o feudos en la administración pública.
Bueno y sano
Sería entonces bueno y sano que el público lo pensara dos veces antes de comprarse ese y todos los demás términos que utiliza dicha actividad para cubrir la fea desnudez de su naturaleza. El significado de las palabras depende de dónde se dicen y cuándo y quién las dice. En política "generosidad" no significa disposición a dar, sino simular que se ha dado; por eso el apuñalado a quien aqueja una severa hemorragia electoral pone cara de beatífico donante recién saliendo del banco de sangre. Tampoco en este léxico "servicio público" coincide con un servicio al público, así como su "ética" y sus respectivos comités y tribunales supremos difieren de nuestra moral y de nuestra concepción de justicia. En cuanto al significado de lealtad, ya tenemos una idea más precisa; es la virtud que se proclama un momento antes de clavar un cuchillo en la espalda del "colega y amigo". De eso don Ricardo podría darnos cátedra. Ni la generosidad que se echa de menos ni la lealtad que se proclama son virtudes que predominen en este rubro. Los reemplaza con ventaja una ambición sin límites, un oportunismo desatado, "narrativas" ridículas y la miopía y ordinariez propia de los ambiciosos y los oportunistas, seres cuyas facultades habitualmente limitan con la astucia y la capacidad para propinar golpes a la maleta. Como virtud adicional podríamos mencionar la facilidad para mentir con un lenguaje empalagoso.
Virtudes teologales
No hay que escandalizarse por todo eso. Cada quehacer tiene sus propias exigencias, su propio personal especializado y su propio diccionario y devocionario. En teoría la meta de los políticos es adquirir poder para materializar su agenda, la cual a su vez se presume como la adecuada para el bien de la comunidad, pero en la práctica su labor consiste en adquirir una agenda para materializar poder. Entre los ítems de dichas agendas de empoderamiento -este sí es de verdad- se cuenta el intermediar entre intereses ni estéticos ni epopéyicos, aceitar rodamientos, engrasar voluntades, reclutar electores, pagar ayudistas, disponer de voceros, forrarse de por vida y recitar cuentos de hadas; no cabe exigir más porque son humanos y no hay especie más depredadora que la humana. Las excepciones sobresalen como verdaderos prodigios, siendo Abraham Lincoln el caso más notable. El político del montón, el que hoy nos rodea, el que hace gestos en una conferencia de prensa, el que exige generosidad a los demás o en su sonrosada y refrescante versión juvenil venía a salvar el país pero se acuchilla con sus colegas por un cupo miserable, un fulano así no es menos vulgar y ambicioso que el vecino de al lado pero con mucha más intensidad, persistencia y resistencia. Es eso lo que los hace útiles. Un político por encima de todo eso es inconcebible e impracticable. Nadie se ve reflejado ni votaría por un arcángel. Es la similitud del político chanta con el pueblo llano pero con mayor energía que el pueblo llano lo que los eleva y dota de poder y de vez en cuando sirven de algo.
Vocación
Todo eso requiere una vocación que se nota ya en la infancia. Los futuros tribunos son los nenes que destacaron por su porfiado afán de presidir consejos de curso, repetir clichés, pavonearse, lucirse y siempre querer llevar la voz cantante. Los hemos visto en el colegio, más tarde en la universidad, luego pasando a la fase de tontos y tontas graves creyendo que salvarán el país, después aspirando a concejalías municipales, a jefaturas de departamento y finalmente probando suerte en el Congreso y hasta más allá. Los que se quedaron en el camino cultivan de ahí en adelante un rencor fenomenal, pero no pierden su vocación y encuentran algún consuelo cacareando en el centro de madres, haciendo discursitos en las reuniones de padres y apoderados y pechando por cupos en las directivas sindicales. Unos y otros, vencedores y vencidos, los famosos y los anónimos, los de arriba y los de abajo, todos por igual disfrutan las intrigas de pasillo y comité, repiten consignas, degollarían a su abuela por una cuota extra de notoriedad y navegan en un océano de ignorancia y presunción. Sin duda, la patria los necesita.
En política, "generosidad" no significa disposición a dar, sino simular que se ha dado; por eso el apuñalado a quien aqueja una severa hemorragia electoral pone cara de beatífico donante recién saliendo del banco de sangre.
Matices
No siempre estos profesionales coinciden enteramente con el cuadro que hemos descrito. Amén de las excepciones con un IQ respetable y alguna cultura, la profesión misma varía en calidad según la época y el lugar. Cuando se nos dice que la clase política chilena es más sólida que la de otros países latinoamericanos bien puede ser cierto, aunque podría decírsenos lo mismo afirmando que las hay peores. Y el congresal y autoridad estatal promedio de hace 50 o más años atrás aparece, en comparación con los actuales incumbentes, como un prodigio, pero a su vez aquellos daban la hora comparados con los exquisitamente refinados políticos europeos de la Belle Epoque.
Los de hoy se nos aparecen a cada momento como figuras elementales, pero es lo que el país requiere para tener siquiera una chance de sortear los problemas de los tiempos. A una población analfabetizada no se la podría guiar con académicos de la lengua. Tampoco los ciegos pueden ser conducidos por los videntes o siquiera los tuertos; los ciegos, porque lo son, no conocen ni entienden sino lo que les proponga otro no vidente. Y si acaso como nación también hemos retrocedido en lo moral, ese deterioro no será reparado por Justos Varones predicando desde un púlpito sino por personajes de la misma estofa pero, al menos, con capacidad de gestión e instinto de supervivencia suficiente para hacer imperar el sentido común. No se puede pedir más; la abundancia de recursos donde meter mano, la complejidad de la estructuras por donde fluyen y la invisibilidad que ofrecen, el brutal desborde de la aspiración por la ganancia material y lo aburrido que resulta en estos tiempos el ser pobre ya no tienen remedio. Sólo cabe regentar mejor la casa de putas.