A fines del año pasado, el escritor Germán Marín llegó a Copiapó. Iba solo. Estuvo un poco más de una semana paseándose por la ciudad, mirando a la gente desde el café Columbia. También recorrió la zona de Tierra Amarilla, habló con quien pudo y sopesó la gravedad de la falta de agua. Por las noches, entró a un par de locales nocturnos; prostíbulos, dictaminó. Nunca dejó de tener sed. No estaba en plan de turista. Era más bien un espía.  Por primera vez en su vida, Marín estaba investigando para una novela: se llama justamente Tierra Amarilla, es sobre la guerra del agua en el Norte Chico y en el centro del relato está el mítico chupacabras.

Fijada para ser publicada en la segunda quincena de mayo por Fondo de Cultura Económica, el trabajo de la novela tuvo un efecto inesperado: cansado por el viaje, Marín terminó en el médico y tras una serie de exámenes salió a la luz un diagnóstico complicado: "Perdí un riñón y el otro funciona poco", cuenta en un café de Providencia, mientras, como siempre, enciende un cigarro tras otro. "Tuve que modificar todo mi tren de vida. Salgo poco, nunca más de noche, modifiqué la alimentación. Me agoto. Puedo trabajar sólo en las mañanas, en la tarde me cuesta mucho: no tengo ganas", añade.

Con 80 años recién cumplidos, el autor de El guarén no niega que tras el diagnóstico se le cruzó la idea de la muerte. Pero en el suelo no está. Sobre la mesa, se ven los manuscritos de una próxima novela, Adiciones palermitanas. Cuando ésta salga a la calle, en algún momento de 2015, Marín habrá vuelto masivamente a librerías. Las seis novelas en que dio forma a su agria estética  en torno a los ecos del Golpe de 1973 serán reeditadas: Ediciones UDP inaugurará en julio una colección de narrativa con El palacio de la risa (1995), mientras Hueders publicará las novelas Idola (2000) y Cártago  (2003), y Alfaguara relanzará la trilogía Historia de una absolución familiar, compuesta por Círculo vicioso (1994), Cien águilas (1997) y La ola muerta (2005).

Paralelamente al regreso  de esos libros, Marín enfrentará la disputa por el Premio  Nacional de Literatura (ver recuadro). Postulante por casi una década, no es una guerra que quiera pelear  otra vez. Como sea, Alfaguara presentará sus antecedentes ante el Ministerio de Educación. Ante el tema, lee una declaración que tiene preparada: "Acostumbrado a perder, no espero este premio, dedicado como el primer día, cuando publiqué la novelita Fuegos artificiales (1973) en Quimantú, a escribir desde una vocación, al margen de la academia y de la aquiescencia".

Sobre los otros eventuales postulantes  al premio -Diamela Eltit, Antonio Skármeta, Poli Délano, entre otros-, Marín no  opina. Si no es él, no tiene candidato: "No lo he pensado". Luego insiste sin amargura: "Me basta con haber satisfecho una vocación que he tenido desde la juventud. Le he dado curso, no soy quién para decir si ha sido excelente o no. Estoy acostumbrado a perder."

Pinochet persiste

Si el Nacional sólo le ha demandado escribir una pequeña declaración para la prensa, las reediciones han sido más trabajo: leyó esos libros buscando erratas. Encontró pocas. Se rió con Idola, esa novela que imagina un terremoto devastador en Santiago; avanzó a paso lento por la prosa arenosa de Círculo vicioso, en todas vislumbró las sombras de la crisis política que terminó en la dictadura. "En Tierra Amarilla la crisis no está en el pasado, sino en el presente. Persiste", asegura.

La novela sigue a un periodista que llega al norte enviado por su revista para investigar al chupacabras, esa leyenda monstruosa que mata a todos los animales a su paso. Rápidamente se da cuenta de que es un invento de los dueños del agua de la zona para asustar y ahuyentar a los pequeños agricultores. Le caen entonces los problemas: "Lo secuestran en un fundo, donde lo fuerzan para que vea por siempre una película sobre la vida de Pinochet. Le amarran los párpados a las cejas para obligarlo. Queda mal, enloquecido", cuenta Marín. Y sigue: "Ya libre y mejorado de los golpes, tiene ensoñaciones con el recuerdo de Pinochet. Se le cruza en su vida diaria, lo acompaña en la calle, al afeitarse. En el fondo, ese es el verdadero chupacabras que descubre. Pinochet siempre está ahí. Persiste",

Al periodista de Tierra amarilla le cuesta escapar del norte. El lado oscuro del pueblo lo retiene. A Marín, en cambio, no le costó dejar  Copiapó. Volver no ha sido tan fácil: "Fue un viaje pesado. Volví muy agotado. Después del esfuerzo de Tierra Amarilla, ya no tengo la misma fuerza", dice. Y  cuenta que después de terminar Adiciones palermitanas  estará en cero: no tiene ideas para nuevos libros. Todavía no.