Es curioso, pero a diferencia de lo que se podría pensar, los Arancibia siguen viviendo en la misma casa en que se criaron. Ahora es otra, claro, remodelada y ya mucho más protegida a como era en la época en que el clan recién comenzaba a gestarse, con Franz (49 años) siendo la gran esperanza de un cambio de vida, del final de tantas carencias. Tiene un pasillo largo y ancho que conduce a un living comedor coronado por el retrato de quien ya no está, doña Edith Unger, la madre, la protectora y motivadora de esta verdadera dinastía.
"Aquí no entra cualquiera", advierten. En esta mesa está reunida buena parte de la historia moderna del balompié nacional, desde 1984 en adelante, para ser más exactos. De los hermanos está Franz, el mayor; Eduardo, el tercero (40 años) y Roque, el menor, de 33. Falta Leopoldo -el Polo- pero en su representación está Francisco (20 años), su hijo, quien ya asumió el desafío de continuar escribiendo el relato de uno de los apellidos más recurrentes del fútbol chileno.
El último antecedente del clan se registró el sábado pasado en el estadio El Teniente de Rancagua, donde Panchito, o Francis, jugó desde el inicio y contribuyó en buena parte de las ofensivas que terminaron entregándole la victoria al equipo celeste (2-0). Fiel al estilo familiar, se perfila como extremo y consiguió incluso un penal para el equipo, que pateó Calandria, pero se lo atajaron. "Me llegaron muchos mensajes felicitándome por Panchito, gente que nunca antes me había escrito. Ahí uno se da cuenta que el tema viene por otro lado", cuenta Eduardo, ahora uno de los custodios del legado Arancibia.
Esta familia entiende perfectamente cómo funciona la profesión. Desde niños crecieron mirando el ejemplo que Franz dio para que ellos continuaran el camino, comprendiendo que no basta sólo con saber mover el balón. "Nos pelamos el culo, a veces nos daban ganas de mandar todo a la cresta, pero ahí estaba la familia para apoyarte", recuerda el ex artillero de Magallanes, Temuco o el Saint Gallen suizo, entre otros, que en este hogar es llamado inquebrantablemente como el Otto, por ser el único que heredó los rasgos alemanes de la mamá.
Hubo un momento en el que ellos, los mayores, creyeron que la historia acababa. Que después de Roque no habría otro Arancibia en el gremio. Pero como una norma o un gen en el ADN de esta familia cargada de varones, la historia se repite casi sin discriminar. En la mesa también acompañan Martín (15), hijo de Marcela, la única hermana Arancibia, y Maximiliano (13), hijo del Pollo, quienes escuchan en silencio como los grandes hablan. Ellos también esperan llegar, juegan por Palestino, y es el propio Eduardo junto a Roque quienes los motivan para conseguirlo, tal como ellos, tal como Francisco.
"Muchas veces les dirán que ellos están en la cancha por nosotros. Y puede ser que el apellido Arancibia sea llamativo para el fútbol, sí, pero en la cancha son ellos los que juegan, no nosotros", explica Roque. Cargar con la estirpe de una familia tan mencionada como esta es un doble peso, pues así como puede servir de antecedente positivo, obliga a estar a la altura.
Pero ahora el protagonista principal es Francisco. Ha llegado desde Rancagua de visita, un ritual que mantiene desde niño y aunque ha vivido casi toda su vida lejos de la familia, el contacto lo mantuvo desde siempre. No fue fácil, ni por muy hijo de futbolista que fuese, llegar al profesionalismo. Los largos viajes que debía realizar para entrenar mes a mes en las inferiores de O'Higgins lo llevaron, primero, a vivir con la familia Verdugo Tamayo. Allí, con 13 años, debía soportar la lejanía de sus hermanos, padre y madre. Luego emigró a Santa Cruz, al hogar de los futbolistas que posee el club, donde se fogueó hasta llegar al primer equipo.
"Fue difícil. En todas las casas hay problemas, pero para uno como hijo mayor es distinto cuando está afuera. También el no verlos fue algo pesado al principio, pero ya al final me acostumbré", confiesa. En su corta carrera, Francisco ha sido sparring de La Roja de Sampaoli, seleccionado Sub 15 y Sub 17 y, además, pasó por una temporada en el Palmeiras, compartiendo camarín con Jorge Valdivia.
Su apellido allí le jugó a favor, pues el Mago, al enterarse de su llegada, le aseguró a Roque que "cualquier cosa que necesitara no dudara en pedirla". "Sao Paulo es una ciudad grande y es difícil acostumbrarse al principio, pero pude porque ya sabía lo que era estar solo", dice el '28' de O'Higgins. Ahora, él asume el rol que ya han desempañado todos en distintas etapas de sus vidas: ocuparse del bienestar de la familia. "Los zapatos de fútbol, que son carísimos, los trae él para sus primos. Eso es bueno, porque así todos nos apoyamos", dice Eduardo.
En este clan no hay individualismos y como una verdadera cofradía, todos se ayudan para poder conseguir los objetivos impuestos. "Por ejemplo ahora, el Francisco quería comprarse un auto, pero por su edad no podía, porque el banco no le daba el crédito a alguien de 20 años, así que fui yo el que tuvo que hacer el trámite para que él pudiera tenerlo", expone Roque.
Gen Arancibia
Fue Franz el primero en decidirse a ser futbolista. Se formó hasta los 14 años en la Universidad Católica, pero fue sacado sin motivos. Luego deambuló por el fútbol de barrio, fogueándose en cada campeonato al que lo invitaban. Hasta que Magallanes le abrió las puertas, a los 17 años, para cumplir el objetivo. Y justo debutó frente a la UC. "Mi mamá estaba nerviosa, tensa. Ella era la que me acompañaba a todos los entrenamientos y le dolió cuando me echaron de Católica. Justo les ganamos esa vez y yo jugué bien, así que ella no halló nada mejor que subirse al bus de la UC para encarar a Ignacio Prieto. Él se desentendió, le echó la culpa al ayudante de esa época. Me imagino el miedo que le dio mi mamá", recuerda el denominado Hijo del viento.
Como en tantas historias, la gran ideóloga de este cuarteto fue la matriarca. Edith, que falleció en julio pasado a causa de un cáncer de mama, sembró en cada hijo la idea del fútbol. El tono cambia cuando hablan de ella. "No nos dijo hasta ocho meses después que tenía un cáncer, cuando ya estaba ramificado", se lamenta Eduardo. "Pero parecía que tenía todo planificado, porque antes que muriera hizo un salud con todos los hijos, con malta con huevo. Después de eso falleció", agrega Roque. También los ahora sucesores crecieron bajo su alero, recibiendo también, casi sin querer, esa idea del fútbol.
Lo particular en el clan es que aunque se reniegue e intente buscar otras áreas en las que desempeñarse, de una u otra forma la pelota termina cautivándolos. "Incluso el Martín, que su mamá dijo que nunca iba a dejarlo ser futbolista, quiere serlo. Pienso que es algo que se lleva en la sangre", dice Franz, cuyo hijo sí se saltó la regla, pues será abogado.
Pero no todo es felicidad cuando se es futbolista. Lo saben bien los Arancibia. Pollo asume: "En esta profesión se pierden cosas muy bonitas: la juventud, la oportunidad de ver el nacimiento de tus hijos, celebraciones. Pero es una bonita forma de surgir".
Paradójicamente, todos sueñan con ser extremos, tal como lo soñaron sus tíos. Francisco ya lo está consiguiendo, aunque se mueve también en el mediocampo. Seguramente el clan completo seguirá esta tarde a Panchito, en su visita a Colo Colo en el Monumental. Los Arancibia extienden sus redes y el apellido comienza a posicionarse, otra vez, en el fútbol chileno.