Los dardos contra los premios Grammy pueden ser diversos, pero hay uno que, al menos en la ceremonia previa al evento que se realizó anoche en el Staples Center de Los Angeles, puede ser injusto: la diversidad de look y estilos. Para todos los paladares. En las horas que antecedieron al show emitido por televisión, los alrededores del recinto se vieron saturados de las figuras y nombres más particulares, sobre todo en el teatro Nokia, donde precisamente se desarrolló la premiación a las categorías de menor impacto.
Como ejemplo al azar, en un rincón estaba Patrick Carney, baterista de The Black Keys, con su tacha de estudiante de Harvard tras varias noches de exceso, mientras, un par de metros más allá aparecía Lemmy Kilmister, el alma, rostro y cantante de Motörhead, visiblemente feliz tras la fiesta inicial, aunque de movimientos lentos y pausados. "Estoy muy contento de volver a Chile, siempre", balbuceaba a La Tercera la encarnación máxima del rock de taberna y a propósito del próximo show que darán en Movistar Arena junto a Judas Priest.
Por su parte, las grandes estrellas, estatus que cabe en Beyonce, Madonna, Kanye West, Paul McCartney y otros que animaban la ceremonia, llegaban sobre la hora, optando por una alfombra roja más exclusiva, dispuesta sólo para algunos medios y asistentes. Además, se trataba de un área de mayor seguridad, siempre monitoreada por helicópteros y guardias de tamaño generoso. Igual, la discreción no anulaba el interés masivo del público que caminaba por el lugar, siempre atento a la llegada del famoso de turno, atiborrando las calles cercanas a la alfombra roja.
Como señal de los comensales estelares de la jornada, los organizadores regalaban en el ingreso a la cita un juguete de cuernos diabólicos con el nombre de AC/DC. La banda australiana era la encargada de inaugurar la velada con material de su nuevo álbum y el baterista Chris Slade, instrumentista que pasó por el grupo en los 90, en reemplazo de Phil Rudd, quien hoy está sumergido en una serie de problemas judiciales.
De hecho, como si fuera una suerte de exorcismo, el conjunto fue el protagonista absoluto en el inicio del evento, materializando una reaparición masiva no sólo tras los líos de Rudd, sino que también tras el retiro de uno de sus miembros históricos, el guitarrista Malcolm Young, por problemas mentales. Playball, de su último trabajo, y la legendaria Highway to hell fueron los mazazos con los que el conjunto abrió el espectáculo, en un escenario que ardía en fuegos y llamaradas.
La respuesta del público fue la misma, incluyendo un sector Vip armado precisamente con esos cuernos de utilería que regalaban en los accesos. Antes de eso, antes que partiera la emisión, el conductor de la noche, el rapero LL Cool J incitó al público a gritar "¡AC/DC!, AC/DC!". Un rito de precalentamiento sólo interrumpido por el ingreso al Staples Center de McCartney, sobre la hora y detonando una ovación. Pero, como tantas veces, los Grammy han demostrado funcionar como péndulo, como una oscilacion entre lo pretérito y el pulso del presente. Tras los australianos, la gran estrella del pop juvenil, Taylor Swift, presentó el premio a Mejor Nuevo Artista, el que se llevó el inglés Sam Smith, revelación absoluta de 2014. El mismo Smith volvió bajo los focos para recibir el galardón a Mejor Album de Pop Vocal: tempranamente se consolidó como uno de los vencedores de la fiesta.
Aunque si el barómetro fuera el griterío dentro del lugar, otro inglés, el cantautor Ed Sheeran, se llevó casi todos los chillidos femeninos cada vez que lo nombraban y en su propia presentación. Pero si de protagonistas se trata, Madonna presentó uno de sus nuevos singles, Living for love, secundada por un ejército de coristas y bailarines. Peor suerte corrió otro peso pesado, U2, quienes perdieron en Mejor Album Rock a manos de Beck. Incluso, el público los pifió cuando los mencionaron en las pantallas. Otra leyenda, Jeff Lynne, se lució con material de su banda madre, Electric Light Orchestra, provocando hasta el entusiasmo de Macca, quien bailaba y aplaudía de pie.
Pero, aunque Pharrell desató la juerga con Happy, el gran hit de la temporada pasada, no todo fue fiesta. Por un minuto, el Staples Center cambió la euforia por la reflexión: el Presidente de EE.UU., Barack Obama, habló en las pantallas acerca de la violencia hacia la mujer, dando paso al testimonio de una víctima. Minutos más tarde, las luces enfocaban el escenario central, un pequeño círculo donde asomaban dos figuras cuyas carreras estan separadas por casi 50 años: Tony Bennett y Lady Gaga, quien desplegó todas sus cualidades vocales en Cheek to cheek, versión del álbum que ambos grabaron en conjunto.
Más cruce generacional: McCartney, escondido con guitarra detrás de un panel, marcó la previa de su presentacion con Rihanna y Kanye West para el single FourFiveSeconds.
Aunque la figura de la noche, sin lugar a dudas, fue Sam Smith, quien obtuvo cuatro de las principales categorías, entre ellas las para Grabación y Canción del Año. Por su parte, Pharrell Williams y Beyoncé lograron sumar tres premios cada uno, mientras la gran sorpresa la dio Beck, quien, presentado por Prince, se llevó la categoría Album del Año. En una cita marcada por las figuras nuevas, inclinadas hacia el pop, la electrónica y el hip hop, el cantautor puso la cuota de sobriedad con un disco de espíritu calmo, casi en las antípodas del vértigo que encarna cada año la noche de los Grammy.
Y a pesar de que la ceremonia se desarrolló en el Staples Center, varias de las categorías y sus ganadores se conocieron antes, en un show no televisado. Aquí se destacó una chilena: Ana Tijoux, quien llegó nominada por su álbum Vengo (2014), y como parte del espectáculo. Allí, Tijoux se apoderó del escenario y presentósu canción homónima, para minutos después conocer que perdía el premio a Mejor Album Latino de Rock Urbano ante el disco Multiviral, de Calle 13.