LA NOCHE del 7 de marzo de 2010 la celebró como si Racing, el club de sus amores desde que era un niño, se coronara campeón de la liga de fútbol argentina. Casi siete años después, el actor Guillermo Francella (1955), oriundo del barrio bonaerense de Beccar, aún atesora una tira de recuerdos fotográficos del momento en que Pedro Almodóvar llamó al escenario del Teatro Kodak de Los Angeles al cineasta Juan José Campanella para recibir el Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa por El secreto de sus ojos, protagonizada por Ricardo Darín, Soledad Villamil y él.
"Fue como estar en la final de un mundial de fútbol, una hazaña", dice, "emocionante y cansador, pero muy satisfactorio e inolvidable. Esperá, que estaciono el auto", interrumpe al teléfono desde Buenos Aires. De fondo, y cómo no, se cuela la transmisión de un partido cualquiera.
El actor se dirige al teatro Metropolitan City para una de las últimas funciones de Nuestras mujeres, la comedia del dramaturgo francés Eric Assous que se estrenó en marzo pasado en la misma sala. La historia, llevada al cine sin pena ni gloria por el director Richard Berry en 2015, muestra a tres amigos de toda la vida en una de las tantas noches de juegos de cartas y whisky, pero esta vez uno de ellos no se asomará a la hora de siempre y todo terminará en un caos. A diferencia de la película, cuenta Francella, la versión teatral de Javier Daulte, coprotagonizada por Jorge Marrale (Antigua vida mía) y Arturo Puig (¡Grande, Pa!), corrió otra suerte: a la fecha ha sido vista por más de 150 mil personas, hace dos semanas tuvo funciones en Lima y entre el 7 y 10 de diciembre desembarcará en Santiago, en el Teatro Nescafé de las Artes.
"Lejos de ser solo una comedia, el texto induce a reflexionar sobre otras cosas, como la lealtad y amistad entre hombres, sus códigos y lo frágiles que son estos últimos. Pienso que quizá una de las grandes formas de enganchar con el público, en teatro, cine o televisión, es a través de la risa. La gente necesita reír a veces. Pero después de que la risotada termina debe quedar algo más, sino se vuelve vacía, como ocurrió con el humor en la televisión actual", opina Francella, quien hizo su debut en la pantalla chica en 1984 con la serie Historia de un trepador. Desde entonces ha protagonizado las exitosas producciones De carne somos (1988), La familia Benvenuto (1992), Naranja y media (1997) y hasta una versión local de la serie estadounidense Casado con hijos (2005-2006), que lo hizo ganar el Premio Martín Fierro al Mejor Actor protagónico de comedia hace 10 años.
"Desde la preparatoria supe que quería ser actor, es algo que se trae con uno. Lo mismo me dijeron años después mis hijos (Nicolás y Yohanna), que también son actores. En mi caso, sin embargo, no sé si necesariamente quería ser uno de comedia, pero los productores televisivos vieron en mí a un cómico innato.
Afortunadamente Pablo Trapello (El clan) y Campanella -con quien volverá a reunirse para una próxima cinta- explotaron otras capacidades mías para convertirme en otra clase de personajes. En cierto modo, el cine me secuestró del humor hasta nuevo aviso", cree Francella, quien acaba de terminar de rodar la película Los que aman, odian, dirigida por Alejandro Masi y basada en la novela homónima de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
"Volveré a 'desquitarme'", bromea. "Me gusta mutar, ser otros personajes que no soy, como fue el caso de Arquímides Puccio (El clan) y de Pablo Sandoval (El secreto de sus ojos)". Esta vez, Francella encarnará a un médico homeópata en la Argentina de los años 40, quien conoce a una mujer bastante más joven que logra poner de cabeza sus ideas sobre la vida. "El cine argentino, como el cine latinoamericano en general, es mucho más visible que antes, no es que haya mejorado, no soy tan taxativo ni comulgo con esa clase de fenómenos. Sí creo que se ha hecho un espacio en la gran industria, pero eso no quiere decir que no haya grandes nombres que tardaron en ser descubiertos fuera del continente, como el mismo Trapello y Campanella".
De Hollywood, confiesa, ha recibido algunas ofertas, pero Francella aún no se atreve. "No me doy mucho con el inglés. Estoy aprendiendo, pero no me siento lo suficientemente seguro como para meterme en una producción ni un personaje así". De Chile, en cambio, donde años atrás veraneó en Viña del Mar, además de hacer otra fugaz visita a Portillo para esquiar, el actor señala a Raúl Ruiz y Pablo Larraín. "Del último, creo que está dándole solo buenas noticias a los chilenos, y desde luego admiro en Ruiz su forma de contar historias. Fue una lástima para ustedes y el cine mundial su pérdida".
Su relación con la televisión, advierte Francella, se mantiene en pausa por ahora: "No creo que el humor deba ser obsceno, y en televisión pescaron ese mal hábito de recurrir a lo burdo, por eso escojo solo ciertos proyectos. El humor es poderoso, efectivo, pero no así. Es un break que no sé cuándo acabará".