De todo le pasaba a Stephen Hawking en 1963: un doctorado en Cambridge, una novia que es más que otra cara bonita, la admiración de su profesor titular. También, lamentablemente, los pies le porfiaban  demasiado a la hora de dar dos pasos en línea recta y muchos no entendían  lo que hablaba. Tuvo que ver al doctor y todo se vino abajo: el especialista le dice que tiene ELA, las siglas de esclerosis lateral amiotrófica. Con suerte, dice, puede vivir dos años más. Es mejor que crea en Dios; pero Hawking, geniecillo soberbio y agnóstico, sólo cree en las estrellas.

Prisionero de una silla de ruedas y una  voz sintética desde al menos 25 años, Hawking (1942) es un caso singular de resistencia a las adversidades. Aquel diagnóstico de 24 meses de vida no sólo ha sido derrotado por el científico hasta hoy, sino que sus investigaciones y divulgaciones aumentaron aceleradamente. Hoy, Hawking es el físico vivo más importante del planeta y sus trabajos sobre la teoría de la relatividad general y los agujeros negros le tienen asignado un puesto definitivo en la historia.

Se han hecho documentales sobre su vida, el más importante de los cuales es A brief history of time, de Errol Morris, y películas de ficción, destacando Hawking, con Benedict Cumberbatch. Sin embargo, ninguna de estas producciones había logrado el alcance mediático de la reciente The theory of everything, película que acaba de estrenarse en el Festival de Toronto hace una semana. Protagonizada por Eddie Redmayne como  Stephen Hawking y Felicity Jones en el rol de  su primera esposa, Jane Hawking, la cinta se basa en el libro Travelling to infinity: my life with Stephen, escrito precisamente por su ex cónyuge en el 2011. Cubre los años dorados de la pareja en los 60, cuando la unión matrimonial y el amor mutuo le sirvieron al físico para salir de la depresión y los golpes de la enfermedad. También toca los años de la consolidación profesional y las primeras grietas sentimentales entre ambos. Y por supuesto, está el fin de la relación, en 1995. Juntos dejaban tres hijos y una vida en común con picos y valles.

La película, saludada por The Guardian como una "biografía poderosa con grandes interpretaciones", se centra básicamente en los años 60. Stephen Hawking llega a  Cambridge con 20 años y con un pasado de estudiante engreído  desde Oxford. Como lo recuerdan algunos profesores de este último recinto, el muchacho estudiaba poco, desafiaba constantemente a los profesores y todo le resultaba demasiado fácil. Cuando dio el examen final para hacer su doctorado en Cambridge, llegó a advertirles a los examinadores que si lo calificaban mal "no se librarían" de él y seguiría estudiando en Oxford.

Aficionado al remo, la ciencia ficción y la música de Wagner, el futuro físico llegó a Cambridge con una fama que le precedía. Era una mala fama: un pedante con talento. La película The theory of everything se hace cargo de este Hawking, pero también aborda al Hawking capaz de ceder en el amor y mostrar cierta humildad en su relación con Jane Wilde, su futura esposa y en ese momento estudiante de poesía medieval.

Si bien la interpretación de Eddie Redmayne ha tenido un destacamento de seguidores y muchos elogios (se la suele comparar con la de Daniel Day-Lewis en Mi pie izquierdo), Felicity Jones ha cosechado similar cantidad de puntos a favor. Desde el momento en que el personaje de Hawking cae en cama y luego termina en la silla de ruedas, es su esposa la que mueve la acción de la película. Es también la protagonista del momento más dramático: comienza a flirtear con un joven maestro de coro que acaba de enviudar. Es, tal vez, la semilla de un matrimonio que ya tiene una fecha de vencimiento.

La película, dirigida por el británico James Marsh, tuvo la suficiente buena recepción en Toronto como para ponerse en carrera a las nominaciones al Oscar, que tienen a este festival como punto de partida.

Paralelamente al estreno de esta  cinta, que llegaría a Chile en febrero, se acaba de publicar en español el libro Breve historia de mi vida, de Stephen Hawking. El volumen, ya en librerías chilenas, es un retrato bastante distendido de sí mismo, donde reconoce ser un alumno mediocre en el colegio y con una caligrafía del demonio. Hijo de un  médico, siempre sintió atracción por las ciencias y de pequeño dedicaba horas a jugar con  trenes eléctricos, a desmontarlos y  armarlos de nuevo. A pesar de que ya en el colegio le decían Einstein, las letras le eran esquivas y sólo aprendió a leer a los ocho años.

Ya en Cambridge, desafía al emérito profesor Fred Hoyle en una lectura pública. Hoyle hablaba de que el Universo no se expandía y de que todo era estacionario. Hawking, por el contrario, que todo se movía y de que existió un inicial Big Bang. El tiempo, ya se sabe, le dará la razón a Hawking, a su teoría de los agujeros negros capaces de tragarse toda la energía del Universo y a su filosofía de vida: evitar la autocompasión.

En el libro, que recoge muchas fotografías de juventud, Hawking dice que aprendió a agradecerle a la vida estando en el hospital:  "Siempre que he tenido la tentación de compadecerme de mí mismo, recuerdo a un chico con leucemia que vi en el hospital".