La tiene por ahí. En su casa. En algún estante o cajón. Es una copia en DVD de la película que hace cinco décadas le pareció lo más extraordinario que nunca había visto. Hoy tiene cierto temor de revisarla. ¿Será tan soberbia como la recordaba? ¿Se habrán venido abajo sus andamiajes? Tal vez lo mejor sea dejarla siempre ahí. No vaya a ser que se rompa la magia. No vaya a ser que Héctor Soto (Valparaíso, 1948) modere el entusiasmo que en los 60 le provocó Rocco y sus hermanos, la obra de Luchino Visconti sobre inmigrantes italianos del sur, en la industrializada Milán.
Crítico de cine durante más de 40 años, Héctor Soto, cree firmemente que el tiempo se ensaña más con el cine que con otras artes. También en que puede haber segundas, terceras y hasta cuartas lecturas según pase el tiempo. Pero sobre todo es adherente a un estilo "vitalista" de criticar. Nada de anteponer la teoría a la emoción, a la hora de hacer una reseña.
"Para mi lo más importante es no impostar la voz cuando se escribe. Ser fiel a uno mismo. La inmoralidad de un crítico no es equivocarse en una apreciación. Lo inmoral es decir que algo gustó, cuando en realidad no gustó. A mi, por ejemplo, Ciudadano Kane no me parece la mejor película de la historia, pero no siempre me atreví a decirlo. Eso está mal", explica Héctor Soto, quien además es columnista político y editor asociado de Cultura deLa Tercera.
Desde hace tres semanas ya circula una edición corregida, aumentada y reordenada de su libro Una vida crítica, donde se agrupan más de 300 críticas publicadas a lo largo de 45 años en diferentes medios escritos de Santiago y Valparaíso. Como se podría esperar, hay de todo: desde Godard a Sokurov y de Rambo II a Los imperdonables. Cine europeo, estadounidense, asiático, argentino y chileno. Seleccionadas por Alberto Fuguet y Christian Ramírez, estas reseñas pueden, a veces, no ser del gusto de su propio autor, pero atestiguan siempre una vida dedicada al "humilde acto" de ver películas.
"Yo no creo en eso de que la crítica puede llegar a ser un género por sí mismo, comparable a hacer películas. Pienso que la crítica tiene una función mucho más humilde y vicaria. Su grandeza es que es necesaria. Las películas no se acaban después de la función. Se acaban cuando uno la comenta con un amigo o cuando alguien lee un comentario", explica.
No gusta de los intelectualimos en la crítica de cine ¿Por qué?
Porque el cine es un acto cultural que tiene conexión con las masas. Eso lo salva de ser una pieza de museo, de ser canto gregoriano, poesía celta o numismática. Tiene una vocación democrática, capaz de convocar a públicos amplios y distintos. Me gusta cierto cine de nicho, pero si esto se tratara sólo de descubrir ese espectro, estaríamos más cerca de la numismática que de otra cosa.
¿De ahí su preferencia por el cine americano?
No siempre fui un gran defensor del cine americano. Fue en los 70 que me termina de conquistar, pero en los 60 mi santoral es europeo, Las películas que me marcan son Sin aliento, Los 400 golpes, La dolce vita. Directores como Bergman y Antonioni. Todo eso para mí era insuperable. Por esa misma época, en los 60, el cine americano estaba en baja. Quien gatilló mi interés por los gringos fue Hvalimir Balic, gran amigo crítico que, en los años 80, escribiría con el seudónimo de Zoom.
Un realista
Nacido a la crítica a fines de los años 60 y miembro a principios de los 70 de la revista Primer Plano, Héctor Soto es un discípulo intelectual del francés André Bazin (1918-1958), fundador de la revista Cahiers du Cinéma.
"Soy hijo de la concepción del cine de André Bazin, que es realista. Es decir, el cine tiene un pacto genético con la realidad y por eso siempre me gustan más las películas que me remiten a la realidad que las que me alejan de ella", explica. "Por eso para mi el cine de animación no es cine. Es otra cosa, muy buena tal vez, pero no cine. Lo mismo me pasa con las fantasías tipo El señor de los anillos".
¿Fue duro entonces cuando vio La guerra de las galaxias en los 70?
No era lo mío. Me entretuve, pero intuí que el cine americano se dirigía a zonas que no me gustaban. Aún así, prefiero eso a las estupideces que ha hecho después Peter Jackson, director que con sus brujos, gnomos y bosques encantados, me aburre soberanamente.
Hecho en casa
Cercano a Aldo Francia (Valparaíso, mi amor) en su juventud, Héctor Soto ha presenciado el desarrollo del cine chileno en un arco temporal que le permite tener una opinión definitiva de las cosas. "Hay tres grandes momentos. El del Nuevo Cine Chileno de fines de los 60. El que se articula en los 90 con trabajos como La frontera o Johnny cien pesos. Y el que que se viene desarrollando en los últimos años a través de lo que hacen directores como Matías Bize, Sebastián Lelio y Sebastián Silva".
¿Cuál es su relación con Raúl Ruiz, el más importante de los cineastas chilenos?
Es curioso. Siempre me gustó el primer Raúl Ruiz, el de Tres tristes tigres, No pasó nada o El realismo socialista. Son películas divertidas, entrañables y provocadoras. Luego, en su etapa francesa dejó de interesarme. Pero me reencontré con él en su última película, La noche de enfrente. Me pareció tan delirante y plagada de entrelíneas, supuestos y dobles lecturas. Es testamentaria y al mismo tiempo demasiado chilena, tanto que ningún extranjero la entenderá a cabalidad. Fue una gran despedida.
¿Se llevaría alguna película a una isla desierta?
Si. Rocco y sus hermanos. Para ver si sigue siendo tan buena. Y sino, que me devuelvan la plata.