Henry Kissinger, el ex asesor de Seguridad Nacional y ex secretario de Estado que popularizó la realpolitik, cumple hoy 90 años. Pocos hubieran esperado que el Presidente Barack Obama recogiera su legado, pero el otrora idealista se parece cada día más a Kissinger. Cuando estaba en la cima de su poder, los medios estadounidenses apodaron al entonces asesor de Seguridad Nacional de Richard Nixon como "el verdadero presidente". En ese momento, él viajaba por el mundo a un ritmo tan vertiginoso, que los reporteros especulaban que debía haber cinco Kissingers. En esa época, un reportero le preguntó: ¿Por qué los estadounidenses están tan fascinados por un hombre joven de Fürth que huyó a los 15 años de los nazis?
Kissinger respondió: "Siempre he actuado solo. A los estadounidenses les encanta eso. Les gusta el vaquero que conduce a la caravana adelantándose solo en su caballo". En la Universidad de Harvard, el emigrante alemán escribió su tesis de grado sobre el estadista austríaco Count Clemens von Metternich. Su teoría fue que mientras Metternich podría haber destruido temporalmente los comienzos del liberalismo en el siglo XIX en Europa con la ayuda de su diplomacia secreta, también preservó el equilibrio de poderes.
Kissinger tiene más en común con Metternich de lo que admite, tras haber dejado su marca en la historia con una cifra de ligeros golpes diplomáticos. Restableció el frágil equilibrio del horror entre las potencias nucleares durante la Guerra Fría. Y tiene a su haber que las negociaciones secretas con Vietnam del Norte aseguraron el retiro relativamente ordenado de las tropas estadounidenses de Vietnam. Kissinger aseguró a la China de Mao como socia estratégica y practicó la realpolitik en América Latina. En el sistema de Kissinger, la agitación era más peligrosa que la injusticia, y un equilibrio operativo del poder era más importante que los derechos humanos.
Sin embargo, sus políticas a menudo chocaban con la imagen que EE.UU. tenía de sí misma. Al país le gusta pensar que puede salvar al mundo, sino reinventarlo. Pero también desea ser querido, un deseo que Kissinger no pudo ni quiso cumplir.
Su realismo sin escrúpulos le ha valido ser calificado incluso en EE.UU. como un monstruo manipulador de acento alemán, e incluso como un criminal de guerra que "miente como otros respiran", según escribió la periodista Seymour Hersh.
Después de Nixon, los presidentes estadounidenses, en vez de citar el interés nacional, prefirieron invocar la misión otorgada por Dios a Estados Unidos. Pero los neoconservadores son historia, mientras el realismo de Kissinger aún es válido, como lo demuestra Barack Obama, ganador del Premio Nobel de la Paz.
Durante la campaña electoral de 2008, Obama se retrató a sí mismo como un idealista "ciudadano del mundo". Pero difícilmente se lo veía en el gobierno, hasta que comenzó a perseguir la máxima de que los idealistas ofrecen buenos discursos, mientras los realistas moldean las políticas.
Así, se volvió un juez solitario que personalmente decidía qué islamistas iban a ser asesinados con un ataque teledirigido en algún lugar del planeta. Y persigue a los traidores de los secretos de Estado de forma aún más implacable que cualquiera de sus predecesores. Obama ha reconocido fríamente que los estadounidenses hastiados de la guerra prefieren el progreso en casa en lugar que en cualquier otra parte del mundo. Esta es una de las razones por la que ha amenazado al dictador sirio Basher Assad sin pasar a la acción. Obama mira hacia el lado cuando los aliados de EE.UU., Bahrein y Arabia Saudita, someten al pueblo, o cuando China acosa a los disidentes. El autor estadounidense Jacob Heilbrunn llama a esta estrategia "neokissingerismo", y apunta que: "Obama puede incluso comenzar a hablar de asuntos internacionales con acento alemán".
Kissinger es un realista con una flaqueza: es banal, y nunca le fue indiferente cómo lo veía otra gente. Debe provocarle celos ver que Obama es tan popular en tantos lugares del mundo, a pesar de sus acciones a sangre fría. Pero al cumplir 90 años, es probable que Kissinger se deleite con el hecho de que el presidente se le parezca cada día más.