Sólo un día de la semana el tren Longitudinal Norte llega a la estación de la oficina salitrera Desolación. Ubicada en pleno desierto de Atacama. "Aquella estación era trascendental: ahí estaba el único pozo de agua de aquella zona resquebrajada por el calor de siglos; ahí la locomotora se reabastecía para continuar su viaje por esos páramos penitenciales", se lee en El vendedor de pájaros, el último libro del escritor Hernán Rivera Letelier (64), publicado por editorial Alfaguara.
En su novela número 14, el protagonista es Rosalino del Valle Villacura, vendedor de pájaros, "un personaje de pista de circo", anota el narrador en el volumen ambientado en la década del 20. Un día el vendedor llega con sus jaulas a Desolación, desde el sur. Es un tipo encantador y con historia. Su pasado está ligado a la lucha social y se dice que fue amigo de Luis Emilio Recabarren. En Desolación, Rosalino encontrará el amor y la complicidad de cinco mujeres que darán que hablar. A cada una de ellas, el tren le evoca recuerdos.
Desolación era una oficina de cinco calles, que contaba con pulpería, biógrafo, parroquia, un sindicato de obreros, una escuelita pública, una pequeña plaza de piedra y muchas cantinas. Allí vivían Belinda, la profesora de piano; Esther, la costurera; Jordanía, la sirvienta de la casa del administrador; Rosaura, la boletera del biógrafo, y Lucila Godoy, la profesora primaria. Como se sabe, Desolación (1922) fue el primer libro que publicó la poeta premio Nobel Gabriela Mistral, cuyo nombre era Lucila Godoy Alcayaga. En la novela, el personaje de Lucila vivirá una relación lésbica que terminará mal.
"En las salitreras la homosexualidad era tabú. Eran historias en secreto y a la vez terribles, porque no podían declararse en público. Acuérdate que Gabriela Mistral era lesbiana y nunca pudo salir del clóset por los prejuicios que la esperaban. Hice esa relación inspirada en ella. Es mi homenaje", dice Rivera Letelier, quien en los años 70 trabajó en la mina Mantos Blancos y luego como operario en Coya.
Las mujeres están siempre presentes en sus novelas. En papeles protagónicos o secundarios. Desde la primera y la más exitosa, que este año cumple dos décadas desde su publicación: La reina Isabel cantaba rancheras. Su protagonista es la prostituta más famosa de todo el desierto.
La obra homónima, que celebra los 40 años del Teatro Imagen, comenzó el viernes pasado una nueva temporada de funciones en el Centro Mori, con dirección de Gustavo Meza. "Es el mismo elenco original, o sea, son las mismas putas 20 años más viejas", dice Rivera Letelier entre risas.
Una temporada que sumó elogios fue la obra La contadora de películas, protagonizada por la actriz Patricia Rivadeneira, que el mes pasado terminó de presentarse en el GAM. La pieza estaba inspirada en la novela que Rivera Letelier publicó en 2009. La historia de ese libro es un proyecto pendiente de la cinta que hace años pretende rodar el director Walter Salles.
"Estoy por pensar que el mundo de las películas es ficticio, porque pucha que cuesta que salgan las películas inspiradas en mis libros", dice el autor refiriéndose también a Fatamorgana de amor con banda de música (1998). El filme inspirado en el libro se rodó el año pasado en la ex oficina de Humberstone, a cargo del director belga Hubert Toint. Incluso, se anunció que se estrenaría a fines de 2014. Pero el escritor no ha tenido noticias de Toint. "No llueve ni truena. Mejor me olvido hasta que resulte", agrega.
ARTILLERIA PESADA
En El vendedor de pájaros las cinco amigas de Desolación son de armas tomar. Inspiradas en la feminista española Belén de Sárraga, lucharán por los derechos de los habitantes del campamento. En 1913, Sárraga llegó al norte de Chile a dar una serie de charlas a las mujeres para que lucharan por sus derechos, invitada por Luis Emilio Recabarren, amigo del vendedor de pájaros. La organización de las mujeres producirá una serie de revueltas en el campamento. Y para llevar a puerto sus acciones, crean el Centro de Mujeres Librepensadoras Belén de Sárraga.
El personaje del vendedor de pájaros era parte de otra novela suya ¿no?
Era un personaje secundario de Mi nombre es Malarrosa. Releí la novela y supe que merecía mucho más. La historia de esos vendedores, que viajaban de sur a norte en tren, me la contó el escritor Alfonso Calderón. Uno de ellos era amigo de Luis Emilio Recabarren. Ese es el embrión de donde nace este personaje. Era un pajarero socialista y medio anarquista con fama de mujeriego.
¿Eran organizadas las mujeres en la pampa como se describe en la novela?
Ellas participaban en los conflictos, las marchas, las huelgas y las ollas comunes. Creo que me faltaba contar una historia donde ellas fueran las heroínas. Ellas se preocupaban, por ejemplo, de la alfabetización. Además, hacían veladas artísticas. Existían las declamadoras. Incluso ayudaban a los hombres a partir piedras en las calicheras. También conocí en la pampa a costureras, profesoras y empleadas domésticas que eran muy combativas.
¿Temas como la igualdad de género, parte del debate nacional, le motivaron a desarrollar la historia de El vendedor de pájaros?
Yo creo que sí, pero inconscientemente, porque el tema de la mujer ha estado presente últimamente y uno se contagia de eso, además de temas importantes como el aborto. Lo único que te digo es que yo estoy a favor de las mujeres. Si desean abortar o no, es problema de ellas. Es su cuerpo.
En la novela se produce una insurrección y además de la policía llega el Ejército. ¿Eran tan así las luchas entre trabajadores y los encargados de las oficinas?
Claro. Incluso eran capaces de subir a los campamentos artillería pesada. Los guardias en las oficinas eran bravos. Agarraban a latigazos a los vendedores y si los mataban podían incluso enterrarlos en cualquier calichera vieja no más.
En Desolación a los obreros aún se les pagaba el sueldo en fichas, aunque la ley había derogado su uso.
Era una explotación abusiva. Pagaban con fichas de género, de cartón, de lata, de baquelita, que sólo servían para cambiarla en la pulpería, que era del dueño de la oficina y cuando querían cambiarla por plata, se quedaban con un 30% los sinvergüenzas.
¿Usted militó en algún partido?
No. Soy un francotirador en lo político. Claro, que me siento cercano a la izquierda. Mi papá fue un sobreviviente de la matanza del campamento San Gregorio. El me decía que era de los socialistas antiguos, esos que exponían su vida en la pampa todos los días. Los socialistas de ahora visten Armani y viven de Plaza Italia para arriba.
Algunos críticos le cuestionan el tono machista de su escritura, ¿Usted qué opina al respecto?
Simplemente tiene que ver con recrear el ambiente de la época. El desierto, el salitre, el dinero eran elementos para que el machismo imperara. Cuando se cuenta una historia de la pampa es imposible que el machismo quede afuera, como lo social y lo político. Incluso hasta yo sin saberlo soy un tanto machista; imagínate que viví 45 años en la pampa. Así como tengo un porcentaje de tierra en los pulmones, debo tener un porcentaje de machismo dentro de mí.
Volviendo a la novela, el tren Longitudinal Norte vuelve a estar presente como en el libro Los trenes se van al purgatorio...
El tren era el único transporte que teníamos para viajar. Está en la memoria de todos los pampinos. El Longitudinal partía en La Calera y llegaba hasta Iquique, en un viaje que duraba cuatro días y cuatro noches. La gente viajaba con pollos enteros, que tenían que comérselos, porque si no se pudrían. En algunas estaciones vendían gaviotas e incluso jotes y los hacían pasar por pollos.