Si hay un deportista que sabe lo que es enfrentar todas las adversidades y salir victorioso, ese es Diego Manzo.

Este estudiante de Educación Física en la Universidad Andrés Bello fue uno de los integrantes de la selección chilena que participó, a finales del pasado año, en los Juegos Deportivos Sudamericanos de Sordos, celebrados en la localidad brasileña de Caxias do Sul.

Poca difusión -por no decir ninguna- tuvo esta competencia continental en los medios, de manera que los éxitos individuales conquistados por el deportista quedaron igualmente silenciados.

Pero en Brasil, Manzo completó una actuación soberbia. Con dos preseas de oro en atletismo, en las disciplinas de 5.000 y 10.000 metros, el santiaguino fue uno de los más destacados de la delegación chilena.

Las dificultades para el triatleta comenzaron en el momento mismo de subirse al avión para emprender su viaje a territorio brasileño. Su bicicleta, con la que pretendía engrosar su medallero en Caxias do Sul en la modalidad de ciclismo, se vio dañada durante el traslado.

Pero Manzo participó de todos modos y rozó incluso los metales en una nueva exhibición de fuerza de voluntad y de capacidad de superación de los obstáculos. Esa ha sido siempre su filosofía de vida. La de un deportista que ante la falta de apoyo institucional, apostó por buscarse sus propios auspiciadores para poder seguir compitiendo, para poder seguir trabajando por la integración de los deportistas sordos a base de medallas y de esfuerzo.