Héroes o villanos: la labor de los agentes literarios
Hoy la mayoría de los escritores tienen apoderados ante las editoriales. Carmen Balcells, fallecida hace una semana, estableció las reglas del juego hace 50 años en el mundo hispano.

Este año cumplió 15 viviendo en Barcelona, España. Se crió en un barrio de La Florida y estudió en el Liceo Darío Salas. Siempre quiso ser escritor. Rodrigo Díaz Cortez (1977) dio el salto y se autoeditó su primer libro, La taberna del vacío. Vendió los ejemplares en bares de Bellavista y con ese dinero se compró el boleto para llegar a España en 2000. Siete años después de su arribo ganó el Premio Mario Vargas Llosa de la Universidad de Murcia con su novela Tridente de plata. Con el dinero se compró un taxi y los derechos para manejarlo.
Con su laureado debut en Europa fichó para la agencia literaria de Guillermo Schavelzon, uno de los representantes de escritores más reconocidos del continente, que tiene entre sus clientes a Ricardo Piglia, Hernán Rivera Letelier, Elena Poniatowska y Pablo Simonetti, entre otros.
Luego, Díaz Cortez firmó por el Grupo Random House y apareció su libro El pequeño comandante. Se sumaron los elogios y las entrevistas. “Una carrera en taxi hacia la gran épica latinoamericana” tituló el diario El Mundo, y su carrera fue comparada con la de Roberto Bolaño. La historia del escritor extranjero que puede triunfar lejos de su patria a costa de esfuerzo y talento.
“De momento sólo escribo en una parada de taxi mientras espero al próximo pasajero”, dice hoy Díaz Cortez. “Cuando tenga un libro acabado, supongo, le pediré la opinión a Schavelzon”, agrega el autor que quizá aún no escribe su gran obra, el libro que podría ponerlo junto a Gabriel García Márquez o Vargas Llosa.
¿Cuánto puede ayudar un agente literario en la carrera y el reconocimiento de un escritor? Hace una semana murió la agente española Carmen Balcells, a los 85 años. La llamada madre del Boom Latinoamericano, que apostó por la obra de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso y por Vargas Llosa cuando hacía clases para sobrevivir en los 60. Balcells lo apoyó para que se dedicara solo a escribir. Ella le pasaría los US$ 500 mensual que necesitaba. Vargas Llosa más tarde le puso punto final a su novela Conversación en la Catedral y comenzó a construir los peldaños que lo llevarían al Premio Nobel.
A fines de los años 50, Balcells inauguró su agencia y cambió las reglas del juego. Defendió los derechos de autor de los escritores y les puso exigencias a los editores. Antes los escritores firmaban contratos indefinidos. Balcells llegaría a representar a más de 200 narradores. “A ella le debo mi carrera”, dijo Isabel Allende, quien fue representada por Balcells desde su primer libro, La casa de los espirítus, de 1982.
Hoy la mayoría de los escritores prefieren tener agentes. Si Balcells fue una pionera del mercado importando el modelo norteamericano, actualmente existen unas 30 agencias en España. Casi todas cuentan con autores latinoamericanos en sus filas. En el negocio, la mayoría pide el 20% de las ganancias de su cliente, que va desde el contrato de un libro con la editorial hasta el cobro del porcentaje por un premio obtenido. En la imaginería de los autores está el sueño de que un agente puede negociar grandes contratos o, incluso, hacerlos ricos.
“Hay agentes que desean estrujar a sus clientes ‘mientras están de moda’ y hay autores que desean ser estrujados o abusados o pauteados”, señala Alberto Fuguet, quien desde su libro Missing (2009) tiene como representante a la agente colombiana Andrea Montejo, quien reside en Nueva York, EEUU.
“Me siento acogido y protegido. Andrea es un crack. Tenemos el mismo humor, me entiende y piensa a largo plazo. No tiene problemas en que escriba libros raros que no venden”, cuenta Fuguet, quien antes era parte del catálogo de Schavelzon. “Un agente no es un tipo de la CIA. Es como dijo Balcells, un empleado. O mejor: sus autores son sus clientes”, agrega.
El autor del momento en el país es Jorge Baradit, quien lidera el ranking de los títulos más solicitados. En tres meses ha vendido 15 mil ejemplares con Historia secreta de Chile. Baradit no tiene agente literario. “La verdad nunca me he tomado muy en serio mi carrera. He sido bien irresponsable y torpe en ese sentido”, dice y cree que un agente sirve “sobre todo para la internacionalización de la obra de un autor”.
Figuras del mercado
En España, una de las agentes destacadas es Antonia Kerrigan, con sede en Barcelona, que representa 150 autores, entre ellos, el peruano Alonso Cueto, los mexicanos Sergio Pitol, Ignacio Padilla, Jorge Volpi y el chileno Jorge Marchant Lazcano. Además de María Dueñas, la autora española de El tiempo entre costuras y La templanza.
“Los best sellers no son fabricables. De los 10 libros más vendidos de la lista del The New York Time, seis son imprevistos, sorpresas para sus autores y editores. Todos queremos tener éxito, pero miente quien lo ofrece por anticipado, quien lo garantiza”, dice el argentino Guillermo Schavelzon, quien lleva 30 años con su agencia.
Carla Guelfenbein, última ganadora del Premio Alfaguara con su novela Contigo en la distancia, acaba terminar su contrato con Schavelzon. “Hay varias agencias que me quieren, estoy en conversaciones con algunas, aún nada concreto”, agrega.
Alejandro Zambra es de los escritores que no tienen agente literario. “Cuando tengo algo hecho, lo mando, y ahí vemos”, dice el autor de Formas de volver a casa, quien publica por el sello español Anagrama. “Quizás podría decir que mis libros sí tienen agente, pero yo no”, agrega. Sus derechos de traducción hasta aquí se los ha quedado Anagrama.
Hace algunas semanas instaló sede en Madrid, la agencia de Andrew Wylie (Boston, 1947), apodado el Chacal. El representante estadounidense tiene cerca de 1.000 autores en su lista. Entre estos se encuentra Salman Rushdie, Philip Roth, Orhan Pamuk, Martin Amis y Karl Ove Knausgård.
El año pasado se anunció una alianza entre Wylie y Balcells. Era el desembarco del poderoso agente en el mercado en lengua española. La unión no prosperó. Se dice que Balcells quería vender sólo el 45%. El Chacal habría dicho “todo o nada”. En 2008, Wylie le arrebató los derechos de Roberto Bolaño a Balcells y lo convirtió en un fenómeno editorial en Estados Unidos pocas veces visto desde la llegada de García Márquez y el realismo mágico en inglés. Además, Wylie representa los derechos de los latinoamericanos J. L. Borges, Guillermo Cabrera Infante y Rodrigo Rey Rosa.
“Schavelzon tiene a la mayoría de los autores del continente, pero Wylie está entrando fuerte en el mercado español”, comenta Andrea Viu, editora de Alfaguara del Grupo Penguin Random House. “La negociación monetaria es del agente”, señala Viu sobre el rol que ocupa el representante de escritores.
En Chile, hace tres años abrió Puentes Agency, creada por el periodista y académico Adrián Puentes. Entre sus clientes están los escritores Matías Celedón, María José Viera-Gallo, Alia Trabucco y Benjamín Labatut. Además de los ilustradores Paloma Valdivia, Alberto Montt, Catalina Bu y Gabriel Ebensperger.
“Gracias a la figura de Bolaño surgió el interés por traducir escritores latinoamericanos. A la vez que se produjo un boom de editoriales independientes”, dice Puentes, quien logró publicar en inglés la novela La filial, de Celedón que obtuvo en 2013 el Premio de la Crítica y el de la Municipalidad de Santiago. La filial saldrá por Melville House, que ha publicado al argentino Alan Pauls, como Bonsái, la primera novela de Zambra.
“La industria editorial en español es compleja. Es muy fragmentada e incluye muchas editoriales y distribuidores. Por esos factores se vuelve necesario la figura del agente”, dice Puentes.
El mundo de los premios
El agente como un cómplice del escritor. “Con ella tengo una relación de amistad”, comenta el narrador Rafael Gumucio. Se refiere a la agente española Mercedes Casanova, quien también tiene entre sus clientes a Javier Marías, Martín Caparrós, Alejandro Jodorowsky, Fernando Vallejo y Juan Gabriel Vásquez.
“Ella negocia los contratos y se supone que te promocionan”, dice Gumucio, cuyos libros son publicados en Argentina, México, Colombia y España. Su único premio es el Anna Seghers 2004.
Históricamente se ha dicho que los premios literarios de los grandes grupos editoriales son un arreglo entre el agente y el sello. “A mí me han ofrecido pero he rechazado ese trato”, señala el autor de Milagro en Haiti.
“Me lo han ofrecido. Los premios de las editoriales son estrategias de negocio. Y todo bien pero no intenten decir lo contrario. Aunque son muchos autores los que se hacen los inocentes”, comenta Fuguet.
Un ejemplo. El Premio Planeta 1997 fue para la novela Plata quemada del argentino Ricardo Piglia. Postularon 264 manuscritos. El ganador se quedaba con $US 40 mil. Piglia fue acusado de haber firmado un contrato previo con la editorial. El caso llegó a la justicia. Ocho años después hubo dictamen: según el fallo, hubo “predisposición” para premiar a Piglia.El editor entonces era Guillermo Schavelzon.
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