Menuda, frágil, de negro y a la vez con un rostro muy blanco y de rasgos duros que podría pertenecer a una protagonista de un cuadro expresionista alemán, la premio Nobel Herta Müller presentó en España "Todo lo que tengo lo llevo conmigo", que narra la persecución de los alemanes rumanos en la Rusia de Stalin.

"La literatura para mí no es terapia porque no la necesito. Es el sistema el que está enfermo. Y una dictadura es un sistema enfermo y los que nos oponemos somos los sanos", subrayó hoy esta escritora rumana, (Nitzkydorf, 1953), que vive en Berlín desde 1987, ante numerosísimos medios de comunicación expectantes por ser su primera visita a España tras recibir el Nobel en 2009.

En "Todo lo que tengo lo llevo conmigo", Müller narra un capítulo oscuro "que todavía es un tabú en Rumanía" -dijo-, las atrocidades del régimen comunista. En este caso contra los rumanos de origen alemán, que sufrieron dos dictaduras, la de los nazis y la de los comunistas soviéticos.

Y es que primero fue Antonescu, aliado de Hitler, quien imprimió su férrea dictadura hasta que después, en 1945, Stalin invadió el país y pidió que le entregaran a los rumanos de origen alemán, de entre 15 y 45 años, para que supuestamente trabajaran para levantar el país, y para ello los deportó a un campo de concentración en Ucrania.

Entre ellos, la madre de Herta Müller y un amigo de la autora, el poeta Oskar Pastior, que murió en 2006.

"En origen -explicó Müller-, iba a tratar la deportación tal y cómo la había conocido en la figura de mi madre, que había estado cinco años en el campo de trabajo, y de otra mucha gente de su edad".

"Pero conocí a Pastior -rememoró Müller-, uno de los mejores poetas europeos, un superviviente y que estuvo allí con 17 años. Empecé a unir las piezas con él. Pero Oskar murió de repente y me colapsé un año. Después me pude enfrentar a ello. Así que este libro es mi propio homenaje a él".

Así, Pastior en el libro es un joven que comienza diciendo "todo lo que tengo lo llevo conmigo", una frase que se repite constantemente en estas páginas, en las que el protagonista cuenta sus furtivos encuentros homosexuales y su consabida represión.

Poeta, narradora y autora de títulos como "En tierras bajas". "El hombre es un gran faisán en el mundo" o "La piel del zorro", Müller, subrayó que a los 15 años aprendió rumano. "Una lengua que me acompaña cuando escribo".

Y en Rumanía, su persona crea filias y fobias a partes iguales, sobre todo después del Premio Nobel.

"En Rumanía -argumentó- provoco entusiasmo y decepción porque no me consideran realmente rumana, pero los alemanes tampoco me sienten verdaderamente alemana. Pero los que dicen que me odian lo hacen porque critico al país; pero el patriotismo es también señalar lo que no está bien. En Rumanía muchas cosas están evolucionando pero queda para que sea una verdadera democracia".

Creadora de un lenguaje poético intenso con el que bruñe en el libro escenas de dolor, miedo y espanto, Müller no se siente cómoda a la hora de hablar sobre el uso de su lenguaje, porque asegura que no le parece relevante, aunque si aclaró que "cada uno escribe a su manera con su estructura psíquica".

Y añadió: "Intento que cada frase cumpla con su papel, que no sobre nada, porque cada frase, en cierto modo, es una obra de arte. Intento decir algo definitivamente después de intentarlo 30 veces y, sobre todo, evito tópicos", añadió esta mujer a la que escribir la da "una cierta estabilidad".

"No se trabaja solo por dinero. Trabajar da sentido a la vida y nos ayuda a saber qué hacer con ella", concluyó esta autora para quien la realidad "no es más que un material y la memoria, materia prima que el lenguaje tiene que desmenuzar".