Desde hace 20 años la familia de quien fuera el capo del cartel de narcotráfico de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, está radicada en Argentina. Su hijo mayor, el arquitecto Sebastián Marroquín, contó la historia oficial del narco colombiano más poderoso de la historia que falleció en 1993, en el libro Pablo Escobar, mi padre, que en 10 días estará a la venta en Chile.
Cuando se exilió en Argentina junto a su familia, todos cambiaron su identidad. Sin embargo, el libro lo firma con su nombre de bautismo ¿Por qué?
Fue una propuesta de la editorial que al principio no me convenció. Legalmente no puedo firmar nada como Juan Pablo Escobar pero me dieron un argumento válido: "¿Cómo este libro lo firma alguien que es el hijo pero tiene otro nombre?". Para quien no conoce la historia puede generar dudas. A mí también me sorprendió, aunque lo hayamos usado como un seudónimo.
¿Y cómo fue volver a ese niño?
Digamos que esa historia la vivió Juan Pablo pero la escribió Sebastián. De donde vengo no importa el nombre, a mí sólo me ha traido problemas.
Tuvo que volver a Colombia para escribirlo.
No podía contar lo que viví en una habitación de hotel. Y por otro lado, la editorial no estaba dispuesta a comprometerse con una versión amañada de mi historia. Trabajé a la par con Edgar Téllez, periodista colombiano que es una autoridad en asuntos de narcotráfico y que, además, cubrió todos los allanamientos contra mi padre. A mi país volví con los ojos en blanco y escribí olvidando que soy el hijo de Pablo Escobar.
¿Por qué decidió empezar el libro contando una traición de parte de la familia de su padre?
Es todo lo que ocurre inmediatamente después de que muere mi papá y no me siento orgulloso de haber escrito ese capítulo. Pero había que hacerle honor a la verdad. Que mi tío, con la complicidad de mi abuela, robó el dinero, y que ellos consiguieron las visas para entrar a EE.UU. mientras nosotros debíamos exiliarnos.
Usted eligió el perfil bajo para vivir en Buenos Aires. Muy distinto a la vida que llevaba en Colombia. ¿Cómo fue ese cambio?
Crecí rodeado de millones de dólares. De pequeño era dueño de 30 motos. En mis cumpleaños las piñatas las llenaban con billetes. Viví en la opulencia. Pero eso se terminó cuando me llamé Sebastián. Cuando llegué a Argentina me paré frente a un Mc Donalds y me di cuenta que no sabía pedir una hamburguesa, nunca había ido al mostrador. Sentí pánico. Hasta entonces vivía en una burbuja. Tenía 17 años.
¿La muerte era un tema naturalizado en su familia?
La muerte no era una cosa de "viejitos". Con mi papá era muy normal hablar de la muerte y yo también fui a buscarla. Cuando él muere y los jefes del cartel de Cali me dicen que tengo que ir a verlos para lograr la paz, fui a saludar a la muerte.
Un joven que no sabía pedir una hamburguesa era, al mismo tiempo, prenda de paz. ¿Usted era conciente de eso?
No, pero ahí entendí el poder de las declaraciones. Yo había amenazado a un país diciendo que iba a matarlos a todos yo solo. Los jefes pensaban "éste va a enloquecer, tiene plata, reclutará jóvenes… Y es el hijo de Pablo Escobar, hay que matarlo". Si hubiera estado del otro lado, hubiese pensado lo mismo. Les debo la vida. Le hacían una favor a la sociedad si me mataban.
¿Alguna vez pensó en continuar los negocios de su padre?
Jamás. Acuérdate que cuando él crea (la cárcel de) La Catedral en su discurso dice: "a mi hijo pacifista de 14 años". Eso no me lo gané gratis, sino a los gritos. Nunca estuve de acuerdo con la violencia. Porque si mi padre ponía una bomba, ellos nos ponían dos; si él mataba a dos, ellos nos mataban a tres. No me canso de decirle al mundo que mi papá no es un personaje a imitar.