Los hombres se peleaban por subirse al autobús. Trataban de ingresar por las ventanas, apoyándose en las ruedas y dejando marcas en el exterior del vehí­culo.

No se trababa de refugiados desesperados. Eran trabajadores migrantes de las obras para la Copa Mundial del 2022 a jugarse en Qatar que se peleaban por unos dólares extras. El trabajo: hacer de aficionado al deporte.

Qatar se vende como un paí­s apasionado por los deportes. Los gobernantes de esta nación rica en petróleo y gas natural son tan apasionados por el fútbol que compraron al Paris Saint Germain y lo llevaron a la cima del fútbol francés.

Cuando trataban de conseguir la sede del campeonato mundial de atletismo de 2019, el delegado catarí­ Aphrodite Moschoudi dijo que su paí­s "tiene una gran pasión por el deporte. Todo en nuestro paí­s gira en torno al deporte".

Y si la pasión escasea, está el dinero.

Cuando los habitantes del segundo paí­s más rico del mundo per cápita no tienen tiempo o ganas de llenar estadios, se le paga a los trabajadores migrantes para que lo hagan. Treinta riales qatarí­es (unos 8 dólares) no alcanzan para comprar una cerveza en los hoteles de lujo de Doha, la capital. Pero por esa suma los trabajadores migrantes van a donde sea. Partidos de vóleibol, hándbol y fútbol, en los que aplauden cuando se les pide, hacen la ola desganadamente y se visten con túnicas blancas y pañuelos en la cabeza para parecer catarí­es.

La agencia de noticias AP logró subir a uno de tres autobuses que transportaron unos 150 trabajadores para que llenasen las tribunas de un torneo internacional de vóleibol de playa en noviembre. En su portal la federación internacional de vóleibol elogió el entusiasmo de la gente. Buena parte del público, sin embargo, eran trabajadores de Ghana, Kenia y Nepal que conducen taxis y autobuses en Catar y que estaban allí­ por el dinero, no por el deporte. Ahmed al-Sheebani, secretario de la Asociación de Vóleibol de Catar, desistió de responder a preguntas de la agencia e incluso le apagó la grabadora a un reportero.

El director de prensa de la federación internacional Richard Baker, ubicado por teléfono, agradeció por haber hecho notar que se estaba pagando a la gente para ir al estadio y dijo que la federación pedirí­a explicaciones a los organizadores del torneo. "Esto es algo nuevo para nosotros", afirmó.

Pero no para el gobierno. Un estudio en el que fueron consultados 1079 residentes de Catar publicado en enero por el ministerio de estadí­sticas y planificación del desarrollo indicó que mucha gente no va a los estadios por culpa de los aficionados comprados. Dos tercios dijeron que no habí­an asistido a ningún partido de fútbol el año previo y dijeron que una de las principales razones era "la proliferación de hinchas pagados".

Un incentivo adicional para los trabajadores extranjeros es que en los estadios hay conexión de WiFi gratis, por lo que pueden llamar y enviar correos electrónicos a sus familiares.