Una fuerte controversia provocó esta semana en los ámbitos políticos argentinos una provocadora columna del destacado historiador Luis Alberto Romero, publicada en el diario La Nación, donde afirmaba que todos los gobiernos peronistas han terminado mal (incluido el de Menem, aunque "concluyó un poco antes del inevitable colapso de la convertibilidad") y que el de Cristina Fernández de Kirchner, que termina a fines del próximo año, pareciera que no será la excepción. En esta entrevista con La Tercera, Romero analiza el actual momento, el último año de gobierno kirchnerista y las tareas de la futura administración.
¿Se respira un ambiente de "fin de reinado" en Argentina?
No sólo se respira. El hecho de que hay una presidenta que cumple dos mandatos y no puede seguir siendo reelecta da la idea de que un período va a terminar. Serán 12 años entre Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2015). Eso es un dato. Lo otro que se respira es que va a ser un final muy agitado y que probablemente el próximo presidente no va a ser de la línea política de Cristina Kirchner.
¿La presidenta quiere que sea un final agitado o se le va a poner agitado?
Lo que tenemos que mirar son las acciones (de la presidenta) y las acciones, al menos dentro de la lógica mía y de otra gente, no son explicables en términos de querer que las cosas terminen razonablemente bien. Porque está metiéndose en muchos conflictos que no tienen solución y que acumulan consecuencias negativas para el país, sólo para salvar unos principios que tampoco son muy claros y que nadie entiende muy bien. Así que, si usted suma todo eso, podría decir: "Quiere hacerlo". Yo no podría exagerar tanto la cosa, pero hay cierta vocación para acumular problemas.
¿La presidenta tiene la apuesta de volver en cuatro años más, en 2019?
Tampoco lo sabemos, ni ella lo sabe. No es fácil volver. Tendríamos que tener un fracaso demasiado rotundo de cualquier otro que venga para habilitar esa posibilidad, y por otro lado (Cristina K) ya es una persona de una cierta edad, y no sé cuáles serán sus expectativas. No hay nada que pueda decirse de eso con seriedad. Ya hay mucha gente que se pregunta si va a lograr que no la metan presa, que podría decirse que esa es una mínima aspiración.
Retomando su columna, ¿por qué cree que los gobiernos peronistas terminan mal?
Quizás hay algo que no quedó tan claro en mi columna. En Argentina hay un lugar común que es decir que los gobiernos no peronistas terminan mal -efectivamente eso pasó con el gobierno de Alfonsín (1983-1989) y de la Alianza (1999-2001)- y que, en cambio, los peronistas saben gobernar. Y esa es una afirmación que los peronistas han dicho tanto que finalmente ha quedado como una verdad establecida. En Argentina hay una porción importante de votantes que vota a partir de esa idea: "Yo no quiero problemas, yo quiero un gobierno que no me complique la vida, entonces voto a quienes saben gobernar". Y ahí es donde la afirmación de los peronistas muestra que es fructífera políticamente, que los beneficia. Entonces, mi intención era recordarles a los electores que no siempre es así y que pueden pensar un poquito más antes de confiar su voto.
¿Entonces podemos afirmar que todos los gobiernos argentinos, sin importar su color político, terminan mal?
Hay grados de terminar mal. El gobierno de Perón e Isabel Perón (1973-1976) terminó con una verdadera catástrofe para Argentina, que fue la última dictadura militar (1976-1983). Los gobiernos democráticos comparados con eso no han terminado mal. Lo que subrayo es que desde 1983 no hubo la menor posibilidad de que haya habido un golpe militar, lo cual a veces hace las cosas complicadas, pero a la larga obliga a la gente a ser un poco más madura en la forma cómo resuelve los problemas. Ya no puede hacer la cosa fácil de decir "que vengan los militares y se hagan cargo". Entonces, el terminar mal está en otra escala respecto del pasado.
Si bien es poco probable que el próximo presidente sea de la línea de Cristina Kirchner, parece ser que será un peronista, como Daniel Scioli o Sergio Massa.
Sí, aunque no es la única posibilidad, y de ser así serán peronistas no cristinistas, que no van a reivindicar las cosas más conflictivas de este gobierno, como el enfrentamiento permanente. Cualquier gobierno que venga, peronista o no peronista, va a seguir la línea de conversar con todos, de restablecer el diálogo y demás, cosa que va a ser bastante necesaria, porque nos vamos a quedar con unos cuantos problemas difíciles. Es posible que sea peronista, pero de otro género.
También está como opción Mauricio Macri. ¿Considera que en Argentina hay una cierta aversión a los empresarios metidos en política o incluso a los políticos de derecha?
Sí. Pero me parece que es cada vez más la gente que descubre que las formas clásicas de definir derecha e izquierda en este momento, al menos, no funciona en Argentina. En Argentina particularmente ha habido un retroceso tan grande en todo lo que tiene que ver lo institucional y con lo estatal, que la reconstrucción que hay que hacer es casi previa a una discusión entre derecha e izquierda. Un tema típico de esa discusión es 'cuánto Estado y cuánto mercado', y en Argentina tenemos que reconstruir ambos.
¿Cuáles serán las principales tareas que tendrá el futuro gobierno?
La primera va a ser poner en orden la macroeconomía que en este momento está desquiciada por una pésima gestión. Los problemas de más largo plazo son recomponer la institucionalidad republicana que en este momento está destrozada, recomponer el Estado argentino, que está muy deteriorado. Reconstruir el Estado es casi como la herramienta para enfrentar cualquier otro problema, y el gran problema en Argentina es un 30% de gente excluida, de gente muy pobre, de gente sin trabajo. Para tener algo parecido a lo que fue la sociedad argentina en sus buenos tiempos, hace 40 años, con eso alcanzaría para tres períodos presidenciales de gran acuerdo político y después de los cuales podemos pensar si nos gusta que sea un poco más de derecha o un poco más de izquierda.