Historias bajo las cenizas
Si bien han pasado varios días desde el último pulso eruptivo del volcán Calbuco, para quienes viven cerca del macizo la vida está aún lejos de normalizarse. Sin embargo, luchan por salir adelante y aseguran que no dejarán el sector.
El apicultor que recuperó sus sepultadas abejas
La exportación de miel es la principal fuente de trabajo del apicultor Marcelo Levín. Más de 120 toneladas de este producto envía cada año a Europa, en específico a Francia, Alemania e Inglaterra. Debido a la caída de material volcánico, tras la erupción del Calbuco, sus cerca de 1.200 cajones de abejas quedaron sepultados debajo de un metro de ceniza.
El terreno donde instaló las colonias de abejas se ubica en los faldeos del macizo, en plena zona de exclusión delimitada por las autoridades. Para llegar al lugar, que colinda con los ríos Blanco, Frío y Caliente, Levín y cuatro de sus trabajadores se trasladan en una camioneta de tracción 4x4, un tractor y una retroexcavadora, con la que intentan nivelar parte del camino cubierto por una espesa capa de material volcánico.
Las colinas donde alguna vez creció pasto, ulmos y otros árboles, hoy lucen llenas de piedras y arena gris. La vegetación es escasa. "La única forma de sacar los cajones enterrados es usar la pala mecánica, porque están enterradas un metro bajo tierra", explica Levín, mientras observa a sus trabajadores que visten trajes de apicultura y mascarillas.
A medida que las horas pasan, el clima en el área empeora. La llovizna da paso a una intensa lluvia que cae con fuerza. Detrás de las colinas, una densa neblina asciende de una seguidilla de óvalos que emanan vapor de agua mezclado con azufre y otros minerales.
A la distancia, un camión del Ejército se hace presente para advertir a los trabajadores sobre los peligros de la zona. Una vez que los uniformados abandonan el lugar, Levín explica que "tenemos que trabajar rápido, porque la neblina y el cielo cubierto no dejan ver si el volcán hizo erupción".
Debajo de la gruesa capa de cenizas, un grupo de abejas teñidas de gris comienza a aparecer. Tras despejar el área, los cajones son cargados al tractor que, lentamente, deja atrás los faldeos del Calbuco para llevar las colmenas a un área que el volcán no pueda volver a sepultar.
El profesor que busca reanudar las clases
Arturo Guerrero ha sido profesor y director de la Escuela Básica Río Blanco por más de 15 años. En las dos aulas que tiene el establecimiento, ubicado a metros del río del mismo nombre, ha formado a un importante número de niños de sectores rurales.
Hoy, luego de la erupción del volcán Calbuco, el académico es el único que frecuenta el recinto, donde sus seis profesores y nueve alumnos -que cursan entre primero y sexto básico- no pueden acceder debido a las dificultades del terreno, la destrucción del puente que conectaba la localidad y la evacuación constante del área.
"Después de la erupción del volcán y la crecida del río tenemos incertidumbre respecto de si la escuela seguirá funcionando. Sería una pena que no continuara, porque ha ayudado a muchos niños y los padres están muy agradecidos", dice Guerrero.
Entre las asignaturas que el establecimiento enseña a sus estudiantes se encuentran los idiomas. "Más que el inglés, a los niños les encanta aprender el mapudungún, que lo estudian cuatro horas a la semana", cuenta el docente. Según Guerrero, luego de la catástrofe, el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, visitó la escuela.
Mientras recorre una sala equipada con dos computadores -y que a la vez funciona como comedor-, el docente revela su principal preocupación: no abandonar a los menores afectados y evitar el traslado definitivo de la escuela: "Acá todos los niños estudian juntos, sean de primero o de sexto básico. No existe el bullying y todos los niños y profesores formamos una familia. Sería una lástima que la escuela se acabe".
De manera transitoria, asegura el profesor, los niños fueron derivados a un recinto educacional en la localidad de Chamiza. Mientras tanto, y como una forma de combatir el abandono de la escuela, Arturo Guerrero seguirá recorriendo las aulas del establecimiento que alguna vez llegó a acoger a 60 estudiantes de las zonas rurales que rodean al volcán Calbuco.
Las testigos de anteriores erupciones
En 1961, Margarita Lobos -de entonces 35 años- fue una de las pocas testigos privilegiadas de la "última erupción mayor" que tuvo el volcán Calbuco, según los registros del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin).
"Dos meses antes de la erupción temblaba muy seguido, hasta que el volcán hizo erupción. Esa vez fue mucho más violento, porque no caía ceniza, caían rocas desde el cielo", recuerda la mujer, que se apronta a cumplir 89 años.
Desde el albergue Pedro Aguirre Cerda, donde fue trasladada después de las tres erupciones del macizo, la octogenaria habitante del sector narra otro de los episodios olvidados del Calbuco: la actividad volcánica registrada durante 1972.
"Esa vez salía mucho humo del volcán", relata. En ambos episodios, Margarita Lobos se encontraba en los terrenos de su familia, ubicados en el sector Los Alamos, próximos al macizo.
A pocos kilómetros de distancia, el mismo episodio era visto por Elda Silva (59), de entonces cinco años, y quien reside en la localidad de Ensenada.
"Soy nacida y criada acá en la zona. La erupción del año 1961 fue mucho mayor que ésta. Eran las dos de la mañana cuando comenzó la actividad del volcán. Temblaba el piso y las ventanas estaban por romperse", narra con claridad.
Si bien la ocurrencia de esta nueva catástrofe natural transformó a las mujeres en damnificadas, ambas coinciden en que no abandonarán la zona y, por el contrario, volverán a habitar en el sector aledaño al volcán Calbuco.
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