Historias de ADN
En la ultima década, los exámenes de paternidad han experimentado un alza explosiva. Estos son tres relatos que reflejan cómo esta prueba puede llegar a cambiar la vida.
En 2005, eran cerca de 10.500 y a finales de 2009 llegaban a los 17 mil. Así de explosivo ha sido el aumento en el número de exámenes de paternidad tramitados por el Servicio Médico Legal. Mujeres jóvenes que buscan una pensión alimenticia para sus hijos; hombres que, de buenas a primeras, no se sienten lo suficientemente seguros de ser los padres de los niños que los señalan, y personas que, de manera póstuma, quieren reclamar herencias y beneficios económicos, son parte de esta cifra, que aumenta cada año y que tuvo su peak con la entrada en vigencia de los juzgados de Familia, en 2005.
Los números son decidores, sobre todo cuando se considera que la cifra real de test genéticos de este tipo realizados en Chile es mucho mayor: cualquiera de los cinco laboratorios privados que realiza el examen puede llegar fácilmente a los 200 procedimientos mensuales, afirma Hugo Jorquera, dueño de Biogenetics. Un negocio redondo, ya que cada examen cuesta alrededor de 200 mil pesos y es, en muchos casos, la única vía para terminar con la angustia de no saber cuáles son los propios orígenes.
Ese fue el caso de Daniela (20), quien prefiere ocultar su nombre verdadero. Esta estudiante de Derecho vivió toda la vida con su mamá y hermanos, siempre recordando a un padre fallecido desde que ella tenía sólo cuatro años. Al cumplir los 17 dejó bien clara su inclinación por las leyes y ese fue el momento que su mamá aprovechó para explicarle, con claridad, que "tenía dos papás".
Quien la había criado no era su padre biológico y había llegado el momento de contactarse con el verdadero, un hombre con el que su mamá mantuvo una relación casual en un tiempo de distanciamiento de su marido. "Fue fuerte", recuerda Daniela, "porque no te lo esperas. Más que sentir algo, recuerdo que lo que no me dejaba en paz eran las preguntas: ¿Quién es?, ¿cómo es? ¿por qué me contaron esta historia a los 17 años y no antes?".
La respuesta para la última interrogante tenía un origen práctico: Daniela quería entrar a la universidad y su familia no tenía el dinero para costearlo. Quien sí lo tenía y en abundancia, era su verdadero padre, un abogado de familia conservadora que, pese a saber de su existencia, nunca la reconoció.
Daniela decidió actuar. Su mamá le había dicho que alguna vez, cuando ella tenía ocho años, la había llevado a visitar a su padre a su estudio, en el centro de Santiago. "No sé cómo me acordé, pero encontré su oficina y pedí hablar con él. Después de que le conté que sabía la verdad, me dijo que la cosa era simple: el no creía ser mi papá, así que debía realizarme un examen de ADN".
Los resultados no dejaron lugar a dudas: Compatibilidad genética de 99,9%. Para él, sin embargo, no fue suficiente. Quería un nuevo examen, en otro laboratorio. "Yo creo que lo único que quería era dilatar lo más posible todo", asegura Daniela.
Con el segundo resultado en la mano, al abogado no le quedó más que asumir, al menos en la práctica, su responsabilidad y comenzó a costear la universidad de su hija. Pero a Daniela la perseguía un fantasma. ¿Qué pasaría con sus estudios si ese hombre fallecía o, simplemente, decidía dejar de pagar la universidad? Le sugirió que la reconociera legalmente; él prefirió ir a juicio.
La demanda por reconocimiento duró cerca de tres años y le trajo una nueva y desagradable sorpresa: él insistía en que no era su padre y exigía un tercer examen. "Me hubiera gustado decirle 'por qué me haces esto, si yo no tengo la culpa, si ya me hiciste pasar por dos exámenes'".
Actualmente, el abogado paga el arancel universitario de Daniela y una mensualidad que llega puntual, pero a ella no le basta. "Tengo curiosidad por conocer a mis hermanos, aunque también me da miedo, porque me pueden mirar como una persona que destruye su familia y que lo único que quiere es algo económico. Yo no busco eso. Me gustaría conocerlos por tener un lazo, por conocer de mí. No me veo reflejada en mi tía o mis primos paternos, y quizás conocer a mis hermanos verdaderos me va a dar la posibilidad de saber más sobre cuál es mi origen".
EL TEST DEJA DE SER UN TABU
Según el SML, en 1992, sólo 10 personas se sometieron a exámenes de ADN de paternidad. Desde entonces, la cifra ha aumentado, tanto como la diversidad de motivos de los solicitantes. En los laboratorios privados, cada vez son más los hombres que acuden de manera espontánea, los adolescentes instados por sus padres y las mujeres que quieren una prueba previa al nacimiento para evitarse nueve meses de incertidumbre. En estos casos, muchas llegan al laboratorio con chicles masticados o colillas de cigarrillo para obtener a escondidas la muestra genética de sus parejas.
En los diagnósticos prenatales, que se realizan a través de amnioscentesis, el aumento ha sido notable: "Hace cuatro años no existían casos y hoy realizamos unos 10 al mes. Estimo que deben hacerse unos 30 mensuales entre todos los laboratorios", sugiere Hugo Jorquera.
Una sexualidad más libre y, algunas veces, más irresponsable, es lo que ha aumentado la necesidad de determinar con certeza quién es el padre de una guagua, convirtiendo el examen de ADN en un procedimiento útil que, lentamente, sale del tabú.
Así lo cree Martín (26), quien pide no usar su nombre real en este artículo. En 2008, el publicista llevaba cerca de un año y medio viviendo con su polola. Cuando ella tuvo que viajar al sur por la graduación de su hermana, Martín se encontró con una ex pareja y, por una noche, se olvidó de quién era realmente su polola. Al tiempo, cuando para Martín ya estaba un poco olvidado el episodio, su ex le comunicó que estaba embarazada. "Esa noche no llegué al departamento y al día siguiente partimos a la clínica para hacer una ecografía. Era cierto. Ese mismo día le conté a mi polola. Fue un momento bien fuerte, porque le tiré todo en una sola frase. Agarré mis cosas y me fui, pero al tercer día nos juntamos, conversamos y decidimos seguir".
A pesar de que Martín confiaba en la palabra de su ex polola, no le pareció de más pedir un test de ADN, y ella tampoco lo tomó como algo del otro mundo: si Martín iba a asumir la responsabilidad, debía ser en serio. La espera de los resultados no fue larga, dice, y durante todo ese tiempo actuó como si ya estuviera seguro de ser el papá de la guagua: "No quería arrepentirme después. Si uno actúa mal en el primer momento, sobre todo en una situación delicada como la que yo estaba viviendo, todo se puede volver más complicado después", asegura.
Los resultados llegaron y Martín recibió con alegría la confirmación de que era el padre de la guagua, que hoy tiene un año. "Yo había confiado harto en la palabra de ella, así que fue un alivio saber que realmente era el padre y que ella no me había mentido". Durante un tiempo, Martín trató de seguir siendo pololo a la vez que papá del hijo de otra mujer, pero no resultó. "Creo que fue para mejor, porque era un tema que nunca iba a quedar resuelto. Además, si una mujer es complicada, dos son peores, así que tuve que tomar decisiones y hacerme cargo de mi hijo. Hoy encontré estabilidad laboral y me llevo bien con la mamá de la guagua. Las tres cosas juntas no se podían, pero de a una, son un poquito más fáciles".
LA ANGUSTIA DE LA INCERTIDUMBRE
Martín tuvo una respuesta pronto, pero Felipe (27) sufrió meses de insomnio por una certeza que no llegaba. En mayo de 2008, cuando ya llevaba un buen tiempo pololeando, conoció a Mónica, con quien fue infiel. Tiempo después, cuando Felipe se encontraba fuera de Santiago cumpliendo sus labores como uniformado, Mónica lo llamó para contarle algo importante: tenía dos meses de embarazo. A su regreso a Santiago, Felipe se juntó con Mónica a discutir la situación: ella habló de la posibilidad de un aborto y de que él asumiera su responsabilidad, pero eran escenarios en los que Felipe ni siquiera se ponía, porque no creía ser el padre.
Honestamente, dice Felipe, después de esa conversación se olvidó del tema, hasta que a comienzos de 2009 llegó la mamá de Mónica a su trabajo a reclamarle que se hiciera cargo de los gastos de la guagua, que había nacido con cáncer testicular. "Si usted quiere plata, demándeme", le respondió Felipe. Así lo hizo. Un mes y medio después, Felipe abría la puerta de su casa para recibir un aviso de demanda por pensión alimenticia.
"En ese momento se me vino el mundo encima, porque me había enterado hace poco de que mi pareja, con la que quiero casarme y proyectarme, estaba embarazada". Además, como uniformado, esto habría significado una notificación en la hoja de vida de Felipe, lo que, a la larga, podía llevar a que lo dieran de baja de la institución.
"Fue terrible. Estaba sicológica y anímicamente dañado. En la noche no podía dormir, andaba todo el día nervioso. Cuando tenía tiempo libre me preguntaba qué iba a pasar si el niño era mío, cómo le iba a contar a mi pareja la situación por la que estaba pasando, cómo lo iba a tomar. De partida, pensaba que todo se iba a terminar y que iba a tener que afrontar otra demanda, la de mi polola. Durante ese tiempo era terrible el dolor de estómago".
Felipe se sometió al test de ADN y la certeza llegó en julio de este año. "Cuando supe que no era el padre, me volvió el alma al cuerpo; esa fue la noche en que más descansé. Recién el martes pasado se acabó todo el asunto legal, y le comenté a un amigo que si no resultaba la devolución de la pensión por gracia que le di a Mónica durante cuatro meses, no me importaba, porque ya había actuado como un padre y me daba pena que ese niño no tuviera a quién recurrir".
"Yo creo que más adelante le voy a contar a mi pareja, dice, por una cuestión de seguridad en la relación. Tenemos muchos proyectos a futuro, matrimonio y todas esas cosas. Y ahí no se juega: el matrimonio es para toda la vida".
Lo que debe saber sobre el test
Los costos varían del servicio público al privado, tanto como el tiempo de espera y los métodos utilizados.
1. La Ley de Filiación que entró en vigencia en 1998 le dio mayor validez al examen de ADN como medio de prueba frente a los tribunales.
2. En 2005 se crearon los juzgados de Familia, que aumentaron el número de peticiones de exámenes de ADN.
3. En el SML se requieren muestras de sangre de madre, hijo y presuntos padres para efectuar el test. Los laboratorios privados extraen la muestra de la saliva y, en algunas ocasiones, pueden prescindir de la muestra de la madre.
4. Si en 1992 , 10 personas se sometieron a un estudio de ADN de paternidad, en 2009 lo hicieron más de 16 mil, según el Servicio Médico Legal.
5. Cerca de 120 días demora la entrega de resultados en el SML, pero esperan llegar a los 100. En los laboratorios privados, el análisis completo puede llegar a demorar sólo un día.
6. Alrededor de 200 mil pesos cuesta el examen de ADN de paternidad en los laboratorios privados. En el SML el análisis es gratuito, pero requiere una orden judicial.
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