Hosni Mubarak, quien gobernó Egipto por 30 años hasta ser derrocado en una revolución de la "Primavera Arabe" el año pasado, fue un héroe de guerra, salvador de la patria, y ancla de la estabilidad en una convulsionada región. Y en el ocaso de su vida, pasó a ser un delincuente común convicto por su participación en las muertes de los que se afanaron por derrocarlo.

El delicado estado de salud del ex mandatario empeoró, hasta su muerte clínica hoy (según reportes de la agencia estatal), tras ser condenado a cadena perpetua el 2 de junio pasado por complicidad en la matanza de manifestantes durante el levantamiento popular del 2011 que lo desalojó del poder. Sus hijos Gamal y Alaa fueron declarados inocentes de cargos de corrupción.

Fue un final vejatorio para un lí­der que llegó al poder después de que unos extremistas islámicos asesinaron a su predecesor Anwar Sadat y guió la nación en medio de guerra, terrorismo y el integrismo religioso.

Mubarak, de 84 años, escuchó aquel fallo desde una camilla en la jaula de los acusados, rodeado de sus hijos y ex colaboradores acusados de diversos delitos.

Esa escena contrastó con la imagen que intentó proyectar Mubarak como "padre de la nación". Al principio de su mandato, su carácter severo y opaco fue bien recibido como contraste al destructivo carisma de Gamal Abdel-Nasser y el temperamento veleidoso de Sadat.

A medida que Mubarak se afianzó en el poder, el statu quo que personalizó fue motivo de descontento y odio entre sus conciudadanos. Al igual que la Gran Esfinge que ha permanecido inmutable con el transcurso de los siglos, el mandatario presidió una sociedad en la que las masas tuvieron que vestirse y alimentarse por su cuenta mientras que los paí­ses del Golfo de Arabia, otrora poco más que oasis en el desierto, acapararon el papel desempeñado antes por Egipto.

En el paí­s, Mubarak, sus veteranos generales y capitanes de empresa no pudieron contener la indignación popular que latí­a en este paí­s de 80 millones de personas, la nación más poblada del mundo árabe.

PERFIL
Piloto de guerra y comandante de la fuerza aérea, Mubarak dio tí­midos pasos en el sendero de la reforma democrática al comienzo de su presidencia, pero pronto adoptó el estilo dictatorial que diera luz a las protestas callejeras el 25 de enero del 2011, detalla AP.

Un cable del 2009 de la embajada estadounidense en El Cairo, filtrado por WikiLeaks, lo consideró "un probado y auténtico realista, con una naturaleza innata conservadora y cautelosa", y "sin mucho interés por los objetivos idealistas".

Destacó que Mubarak rechazó la invasión estadounidense del 2003 que derrocó al presidente Saddam Hussein de Irak, paí­s que en su opinión necesitaba "un militar duro y fuerte que sea justo" como lí­der.

"Esta reveladora observación, creemos, describe la opinión de Mubarak de sí­ mismo, alguien duro pero justo, y que garantiza las necesidades básicas de su pueblo", dijo el cable. "Mubarak cree que es mucho mejor permitir que sufran unos pocos individuos que la sociedad en su conjunto caiga en el caos".

Esa imagen de cautelosa estabilidad fue otrora bien recibida en Occidente, temeroso de que la muerte de Sadat en un ataque durante un desfile militar desatara una oleada de agitación que diera al traste con la concordia con Israel cuando Estados Unidos y sus aliados estaban asustados por la irrupción de la teocracia integrista en Irán.

En lugar de ello, Mubarak mantuvo la paz con Israel y evitó a Egipto el azote del extremismo islamista. Encaró los problemas que aquejan desde hace tiempo al mundo árabe: sofocante corrupción, el conflicto palestino-israelí­ y el integrismo religioso. Las reformas económicas fomentaron el crecimiento, pero sus beneficios sólo fueron disfrutados por unos pocos.