Las imágenes aparecieron en todos los noticieros locales. A las 3.34 de la madrugada del 27 de febrero de 2010, las cámaras de seguridad del hostal La Casa Roja registraron a los despavoridos turistas -que a esa hora dormían- corriendo en ropa interior por los pasillos de la antigua casona ubicada en el barrio Brasil. La escena se repitió innumerables veces por televisión y recibió miles de visitas en YouTube. Aunque los muros de la hostería se sacudieron durante casi tres minutos, lograron aguantar la magnitud del sismo.

La Casa Roja, como muchos otros hostales que se han inaugurado esta última década en la capital, se instaló en una vieja casa que fue restaurada para convertirse en punto de llegada de mochileros y turistas que aterrizan en Santiago. Por un lado, ofrecen al extranjero precios más baratos - $ 10.000 las habitaciones compartidas y sobre $ 20.000 las privadas, en promedio- y la posibilidad de conocer de cerca el patrimonio arquitectónico y la identidad de los barrios en que se emplazan. Al mismo tiempo, entregan instalaciones más sofisticadas que las que solían tener los hostales de antaño. Desde una cuidada decoración interior, hasta servicios de salón de belleza, por nombrar sólo algunos.

Tatiana Geldrez y Simon Shalders abrieron este hostal en febrero de 2002, en calle Agustinas. "Nos dimos cuenta que el barrio Brasil tenía mucho potencial. Por eso, buscamos una casa que fuera grande, para restaurarla y así destacar la identidad de este sector", cuenta Tatiana.

La casona data de 1903, aproximadamente, y como lo indica su nombre, hoy luce su fachada neoclásica completamente pintada de rojo. Tatiana y Simon partieron refaccionando 400 m2 de la vivienda que, en total, alcanza los 1.400 m2. "Abrimos con 20 camas y, poco a poco, fuimos creciendo", dice la dueña.

Según ella, además de trabajar con sus propias manos para resucitar el inmueble, algunos de los primeros huéspedes también ayudaron. "Por ejemplo, las ventanas del segundo piso las hizo un carpintero australiano. Y la página web, otro turista. Hacíamos una especie de trueque: ellos colaboraban y podían alargar su permanencia", cuenta.

Casi 10 años después, la casa, más que un hostal, parece un complejo turístico. Cuenta con 100 camas y servicios poco habituales. Además de comedor, salas de estar, de computación y una enorme cocina, La Casa Roja tiene un amplio jardín con palmeras, donde construyeron una piscina conectada a paneles solares. "Así, aunque no es temperada, el agua está tibia y desde octubre los turistas comienzan a usarla", dice Tatiana.

A un costado de la piscina hay una pequeña cancha de cricket y para los huéspedes más fiesteros también hay un pub. Además, hace poco abrieron un salón de belleza. "Ahí se pueden cortar el pelo, hacerse las manos y tener una sesión de masajes", agrega.

Muy cerca de ahí, en calle Moneda con Almirante Barroso, en julio del año pasado abrió el hostal Happy House. Durante media década había funcionado en calle Maturana, pero tras sufrir algunos daños luego del terremoto se instalaron en una antigua casona construida en 1910.

"Antes había sido una clínica y luego un hogar de ancianos, hasta que llegamos nosotros", explica Alejandra López, mánager del hostal. Hoy, la casa que fue proyectada por el arquitecto Alberto Cruz Montt conjuga los elementos del diseño original con una decoración moderna. Los pilares tallados y las decoradas cornisas contrastan con lámparas de líneas simples y coloridos sillones estampados con flores.

"En el primer piso hay sólo habitaciones privadas. Cada una está decorada de manera distinta y son muy amplias, con un concepto como de hotel boutique", cuenta Alejandra.

Algo similar fue la apuesta del recién inaugurado Hostal Boutique Casa de Triana. Está ubicado en una casa de estilo inglés de inicios del siglo pasado, en calle Viña del Mar, a pocos pasos de Plaza Italia, en un sector donde aún se pueden ver viviendas construidas con el modelo de Ciudad Jardín.

"La casona posee 280 metros cuadrados construidos y fue completamente restaurada para los fines del hostal. Se rescataron sus materiales nobles para mostrar el diseño original y generar ambientes amplios, cálidos y de gran luminosidad", explican Alejandra Bastías y Rocío Carrera, quienes adquirieron la casa en 2005.

En cambio, la apuesta del Plaza de Armas Hostel fue instalarse en el corazón de la ciudad. En 2005, Pablo Egaña y tres socios compraron un departamento en el último piso de un edificio en el Portal Fernández Concha, frente al kilómetro cero de la ciudad.

"Era una oportunidad, porque lo estaban vendiendo muy barato. Al comprobar que había funcionado antes un motel, se nos ocurrió que serviría de hostal", dice Egaña.

Ahora, los extranjeros que llegan a este hostal -con 51 camas habilitadas- pueden pasar las horas en dos extensos balcones con vistas al edificio de la Catedral. "Como en Europa los edificios céntricos son carísimos, casi inaccesibles, a los turistas de esos países les llama la atención que un hostal funcione en medio de la ciudad y frente a lugares históricos", remata Egaña.