Durante más de 20 años la cúpula de cobre del Santuario Santa Rosa de Pelequén fue uno de los íconos más emblemáticos de los edificios religiosos en Chile. Su brillo cobrizo funcionaba como un faro  para los miles de fieles que cada 30 de agosto se acercaban al templo a pedir favores a Santa Rosa de Lima y a pagar mandas. No siempre fue así. La cúpula, donada por la empresa Codelco tras el sismo de 1985 que destruyó la cruz original de la torre, fue en un principio rechazada por los pelequeninos que la apodaron "la cebolla". El cariño llegó con el tiempo, pero volvió a verse afectado cuando el terremoto del 27 de febrero de 2010 la hizo caer: destruyó el campanario, atravesó el techo e hizo trizas la nave central del santuario, que data de 1881.

Un día después de la tragedia, la reconstrucción se puso en marcha. El obispo de Rancagua, Alejandro Goic, permitió que las donaciones de los miles de fieles, organizados por el sacerdote José Miguel Ortiz, se destinaran al rescate del edificio. La comunidad postuló ese mismo año al recién creado Fondo Concursable para la Reconstrucción y recibieron un aporte del Consejo de la Cultura (CNCA) de $ 100 millones. Con un costo total de $ 333 millones 579 mil, en julio de 2011 el edificio ya estaba en pie,  aunque sin la característica "cebolla" en su cima.  El cobre de la cúpula se utilizó para construir una cruz, similar a la original, y el resto se repartió en pedacitos entre los fieles.

Santa Rosa de Pelequén es sólo uno de los 87 inmuebles que quedaron devastados tras el terremoto, evidenciando la fragilidad del patrimonio histórico y las graves falencias del Estado en materia de reconstrucción. La emergencia llevó a que el CNCA creara el fondo, el que se convirtió luego en un programa permanente y abierto para recuperar inmuebles de dominio público, que cubre el 50% del financiamiento total del proyecto, con un tope de $ 120 millones.

El legado es contundente. En estos dos años se invirtieron más de $ 18 mil millones, entre aportes públicos y privados, con los que se reconstruyeron casonas patrimoniales, bibliotecas, museos y, sobre todo, iglesias. "Es una iniciativa público-privada pionera que se basa en dos convicciones: el patrimonio nos pertenece a todos y que esta apropiación social asegurará la preservación de lo invertido", dice el ministro Roberto Ampuero.

SITIOS DE ENCUENTRO

De norte a sur, la reconstrucción llegó a diversos rincones de Chile, concentrándose en las regiones Metropolitana, del Biobío, Maule, Valparaíso y La Araucanía, donde el sismo impactó más fuerte y donde aún existen obras en ejecución, como la Parroquia San José de Constitución, el Palacio de la Alhambra en Santiago, el Santuario María Auxiliadora en Talca o la Casa Plaza de Armas de Curepto. Otras, como la Casa de la Cultura de Antofagasta, el Palacio Iñiguez en Santiago o el Museo Histórico Chiflón Schwagger, en Coronel, están por comenzar las obras.

La mayoría de los proyectos postulados corresponde a inmuebles de carácter religioso, 47 en total, entre iglesias, capillas, santuarios y casas parroquiales. Está, por ejemplo, la Iglesia Matriz en Valparaíso, bautizada así, ya que alrededor de ella creció espontáneamente la ciudad. Desde 1559 se han levantado en ese mismo sitio cuatro templos. Los tres primeros derribados por ataques de piratas, incendios y terremotos. El último remezón destrozó la cuarta construcción, declarada Monumento Histórico en 1971. El muro frontal se separó por completo y la torre quedó llena de grietas. La reparación total costó $ 204 millones.

En materia reconstructiva, la mayoría de los arquitectos e ingenieros a cargo aprovecharon la magnitud de los destrozos para   investigar en los orígenes de los inmuebles y, así, corregir las malas intervenciones y quitar elementos decorativos discordantes, hasta recobrar el espíritu original de las construcciones. Ese fue el caso de "la cebolla" de Santa Rosa de Pelequén y el de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Valparaíso, que data de 1900, y donde lo que comenzó como una reparación de grietas y fisuras, terminó en un hallazgo de asombrosas obras de arte religioso, que por años estuvieron escondidas tras capas de pintura. No fue el único caso: la capilla Nuestra Señora del Rosario de la Torina, en Pichidegua, construida por Joaquín Toesca en 1793, también recuperó todas sus obras de arte, además de rehacer según planos originales los muros, techos, pisos y puertas.

Al contrario, otros ejemplos muestran la habilitación de nuevos espacios que engrandecen el edificio original. Como la Biblioteca Severín, también en Valparaíso, que transformó un auditorio abandonado en el tercer piso  en una sala de consulta para investigadores. "Lo notable de este edificio es su estructura de acero, que en esa época era algo poco común y más raro aún que decidieran cubrirla con cemento. No quisimos pasar a llevar esa decisión y rescatamos la carcasa exterior. Sin embargo, lo principal fue dejar al acceso público cerca de 20 mil libros en la sala de investigadores, donde además descubrimos por completo el piso original", dice el arquitecto a cargo, Claudio Iglesias. El costo fue de $ 191 millones.

Algo similar sucedió con el Cuartel General de Bomberos, en Santiago, ubicado en calle Santo Domingo. De estilo victoriano-francés, el edificio fue diseñado por Fermín Vivaceta en 1863 para el regimiento de húsares, en las antiguas quintas de Inés de Suárez. Sin embargo, tras el famoso incendio de la Iglesia de La Compañía, donde murieron más de dos mil personas, el gobierno se vio obligado a crear la primera Compañía de Bomberos que ubicó su sede ahí. Tras el terremoto,  y con un gasto de $ 282 millones, se aprovechó de rediseñar todos los espacios interiores, echando abajo muros, construyendo nuevas oficinas y ganando luz.

Más allá de los números, el fondo para la reconstrucción deja lecciones intangibles. La principal es que una catástrofe nacional bien puede transformarse en una oportunidad ideal para que las comunidades revaloren sus sitios de encuentro y afiancen su memoria e identidad local.b