Hace muchos años que Igor Wilkomirsky (76) dejó de preocuparse por el costo de calefaccionar su casa a un costado del río Bíobío, en Concepción. Mientras le pone leña a la máquina de acero que él mismo diseñó y puso a un costado de su cocina, se jacta de que gracias a su invento ahorra hasta el 60% de lo que gastaría si usara sistemas como los que operan con gas licuado o petróleo. "Tengo leña suficiente para dos años", cierra orgulloso.
Hasta esta entrevista, el académico del Departamento de Ingeniería Metalúrgica de la Universidad de Concepción no sabía que tiene un récord nacional: es el hombre con más patentes aprobadas de inventos en el país: 38 según el registro del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (Inapi). Sus creaciones incluyen desde plantas instaladas en algunas de las principales mineras del país, hasta su sistema de calefacción doméstica. Cuenta además con 23 patentes en el extranjero.
Cada año se presentan alrededor de cuatro mil solicitudes que buscan obtener una patente en Chile. Esta es la forma más común de proteger los derechos de un inventor, ya que por esa vía el Estado le da la posibilidad de explotar comercialmente y vender en forma exclusiva su creación. Se aplican a productos de uso cotidiano -como el clip que sujeta papeles-, a remedios o procesos complejos para grandes empresas y son para un país determinado y por un periodo específico que generalmente es de 20 años.
Por eso las peticiones que recibe la Inapi, el organismo encargado de darlas, vienen de distintas partes del mundo. "El 85% de las solicitudes que se ingresan proviene del extranjero y el 15%, desde Chile", dice el director de la institución, Maximiliano Santa Cruz. El año pasado, por ejemplo, hubo 600 chilenos que al igual que Wilkomirsky intentaron registrar sus inventos. Un camino lento, a veces engorroso, que tiene varias etapas y requiere la revisión casi majadera de peritos y examinadores. Todo para determinar que la creación sea realmente novedosa y, por cierto, que se pueda vender. (Ver recuadro).
Un trabajo que ha sido reconocido a nivel internacional porque a partir de octubre Chile será parte del grupo de 18 países cuya oficina de patentes está facultada para validar inventos desarrollados en alguno de los 148 países miembros del Tratado de Cooperación de Patentes, al que Chile se suscribió en 2009. "Nos ven como una oficina modelo", se jacta Maximiliano Santa Cruz.
LOS PRIMEROS INVENTORES
La oficina principal de la Inapi, ubicada en un moderno edificio frente al GAM, conserva un documento amarillento, escrito a mano con redacción anticuada. Es la primera patente de la historia de Chile, que describe en detalle "un método para hacer ron en Chile" y que fue presentada en Valparaíso en 1840 por Andrés Blest, tío del novelista Alberto Blest Gana, autor de Martín Rivas.
La Inapi fue creada recién en 2009, pero es el resultado de un largo recorrido. De acuerdo a lo que cuenta el profesor de la Escuela de Diseño de la UC Pedro Álvarez en su libro Historia de la Propiedad Industrial en Chile, la primera ley de patentes fue dictada por el Senado veneciano en 1474 y, durante el siglo XVIII, se crearon las primeras leyes sobre la materia en España. En Chile, la Constitución de 1833 fue la primera que les garantizó a autores e inventores la propiedad exclusiva de descubrimientos y producciones.
Uno de los primeros examinadores de patentes o "peritos" que hubo aquí fue el naturalista de origen francés Claudio Gay. El autor de la Historia física y política de Chile, revisó las primeras solicitudes. "A través de los registros de patentes y marcas se puede ver cuál ha sido la evolución en la innovación y la productividad de un país", explica Maximiliano Santa Cruz, mientras muestra un grueso y ajado libro con las primeras patentes. En una de ellas, presentada en 1863, el ingeniero Simon Lake describe detalladamente y con muchos dibujos hechos a mano un diseño para introducir mejoras en submarinos. Otra de 1906 describe la llamada "rueda universal", que no significa que un chileno haya patentado la rueda, sino que describe una en particular para ser usada en carretas y carretones, metálica y que dice ser resistente a "terrenos rocallosos y que deben soportar pesos de consideración". Así, la mayoría de los inventos patentados van mostrando las preocupaciones, necesidades y, por qué no, también los sueños de cada época.
No sólo los inventores criollos tienen páginas en esos registros nacionales. También aparecen figuras como el inventor de la ampolleta, el estadounidense Thomas Edison y el italiano Guillermo Marconi, impulsor de la radio transmisión y el telégrafo, quienes también patentaron en Chile parte de sus innovaciones que sentaron las bases para el desarrollo de la electrónica y las comunicaciones en el mundo. Según consta en el libro de Álvarez, estos genios no vinieron al país a registrar sus inventos, pero contaban con agentes que realizaban el trámite por ellos. Marconi delegaba todo en su abogado. Edison firmaba él mismo, de puño y letra, los inventos que presentaba en el país.
EL GENIO INCOMPRENDIDO (A VECES)
En la actualidad las patentes de inventos que se presentan en Chile abarcan todas las áreas de la técnica: mecánica, química, farmacia, biotecnología y electrónica. De vuelta en Concepción, el profesor Igor Wilkomirsky muestra el enorme laboratorio que tiene para probar sus inventos en la Facultad de Ingeniería Metalúrgica de la Universidad de Concepción. Allí hay desde reactores capaces de frenar las emisiones de metales pesados en la industria del cobre, hasta su estufa a leña que logra la misma eficiencia que las que se comercializan en el país, pero con la mitad de la leña.
La historia de esta estufa empezó cuando la Cámara de Comercio de la ciudad lanzó una propuesta para financiar el desarrollo de ideas innovadoras. Como era de esperar, Wilkomirsky fue uno de los primeros en apuntarse en la lista de inventores. Pasó un año probando la máquina en una habitación especial que construyeron en su universidad para comparar el desempeño de la estufa con las de las principales marcas que se venden en las tiendas. En todas las pruebas que hicieron, dice que demostró ser el doble de eficiente. "Pero cuando tratamos de ofrecer esta idea, resultó que los fabricantes no nos creyeron. 'Nooo -dijeron- las nuestras son más eficientes'. Lo mandamos a la Conama pero nunca nos respondieron. Y ahí murió todo", dice el profesor encogiéndose de hombros. Para él es una prueba de lo difícil que es vender un invento en nuestro país. "Muchas ideas mueren así, sin financiamiento. Lo más típico en Chile es que cuando tú comentas una te digan 'pero oye, si la idea es tan buena cómo no se le va a haber ocurrido a alguien antes'. Eso está arraigado en nuestra mentalidad y explica la falta de confianza que tiene la gente en sí misma", especula el científico.
A él ese espíritu no lo ha desalentado. En su oficina, repleta de planos y muestras de metales desparramadas en distintos estantes, cuenta que sus primeros inventos datan de cuando estaba en la escuela. En la década del 40, cuando iba al colegio, comprar una bicicleta era un lujo prohibido para muchos niños como él, por lo que se hizo una con sus propias manos. Cada día después de clases, él y su hermano se dedicaron a construirla. Para hacer funcionar los pedales, consiguió que en una soldaduría le armaran los fierros que necesitaba. De ahí no paró más. Su siguiente invento fue una estación meteorológica para medir el viento y la lluvia que instaló en el patio de su casa. Construyó una tarima desde donde observaba las nubes y allí colocó una estructura de madera y alambres que era capaz de medir la dirección del viento, su velocidad y determinar parámetros de clima como la cantidad de agua caída.
Al terminar el colegio tenía muy claro que su camino era la ingeniería. A fines de los años 50 en la Universidad de Concepción sólo existía la especialidad en química, por lo que se matriculó ahí. Luego pasó por la Escuela de Minas de la Universidad de Colorado en Estados Unidos, regresó a Chile y se dedicó a la docencia, pero una oferta para trabajar como experto en metalurgia en la empresa siderúrgica Huachipato lo llevó a la empresa privada a mediados de los 60. Incluso trabajó en Santiago como encargado de atención a clientes, pero su inquietud académica pudo más y, en 1969, regresó a la U. de Concepción.
A mediados de los 70 se fue a Canadá y se doctoró en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver. En ese país, mientras trabajaba en el Centro de Desarrollo de la Tecnología de New Brunswick, pudo ver cómo las ideas originales eran patentadas y llevadas a la práctica. "En el mundo académico lo más importante es publicar, pero los países desarrollados también buscan que los científicos que realizan investigación hagan aportes tangibles, que se traduzcan en utilidades y bienes para la sociedad", explica el inventor nacional.
Uno de los problemas que ayudó a resolver mientras trabajaba en Canadá se relaciona con las fundiciones de metales que hasta entonces perdían el 25% de lo que producían en el proceso. El problema parecía insalvable, pero el profesor Wilkomirsky ideó un proceso nuevo que permitió eliminar esta pérdida. La idea fue patentada y se sigue aplicando en la industria en Canadá y Estados Unidos.
De regreso en Chile, a partir de los años 80 no paró de inventar. Una de sus creaciones más interesantes y que está desarrollando hoy, es una planta demostrativa que instaló camino a Coronel. Allí quiere comprobar que el sistema que inventó para generar biodiésel utilizando desechos de la industria forestal como el aserrín, mediante un mecanismo conocido como pirólisis, es el más eficiente del mundo. Diversos grupos de científicos están detrás de esa meta. "Al menos 20 países están estudiando intensamente este sistema como alternativa para la producción de biodiésel. Cada uno tiene su método, pero creemos que el nuestro tiene ventajas", dice Wilkomirsky.
Ya se solicitó la patente en Chile y también en la comunidad europea. "Es competitivo con el petróleo y su precio comparativo es un 50% más bajo. La técnica que usamos demora menos de un segundo para transformar el aserrín en combustible", dice. Otro de los problemas que está tratando de resolver por estos días es el de la contaminación y los desechos en la industria del cobre. Desde el año 2003 que está trabajando, como parte de un proyecto Fondef respaldado por la U. de Concepción, en un sistema que permite recuperar lo que se conoce como "escorias" en la fundición de cobre, vale decir, residuos que contienen también cobre y otros metales como el hierro. "Es un problema ambiental severo en Chile. Cada año se producen tres millones de toneladas de estas escorias", explica el inventor. Se acumulan cerca de las fundiciones, como verdaderas montañas sobre el suelo, similares a la huella de cenizas que arroja un volcán antes de su erupción. "Si bien no es tan contaminante, porque es muy poco soluble, pueden pasar siglos ahí. Nuestro sistema permite recuperar el 98% del cobre desde estos desechos, todo el hierro y también otros metales. Nuestros cálculos indican que podemos obtener 120 dólares por tonelada a partir de estos desechos que actualmente aportan nada", dice el profesor, mientras revisa los planos de uno de sus inventos con un académico que llega a su oficina.
Casi todos conocen a "don Igor" en la Facultad. Quienes han trabajado con él no ocultan su admiración y lo describen como detallista, minucioso. "Tiene un ritmo de trabajo intenso y continuo, pasamos de un proyecto a otro", comenta Alfredo Devenin, ingeniero que desde hace 20 años diseña los complicados planos que idea el profesor. Todas las patentes derivadas del trabajo de Wilkomirsky son propiedad de la Universidad o de la empresa que paga los costos necesarios para poder llevar adelante la investigación que deriva en un invento.
PURO INVENTO
Una buena proporción de los inventos que se patentan en Chile están asociados a grandes industrias, como la minería, y provienen de científicos que obtienen fondos del gobierno y las universidades para desarrollar sus ideas. Pero la mayoría vienen de afuera, de empresas extranjeras que quieren llegar al mercado nacional. "Chile tiene una infraestructura industrial bastante básica. Compramos todo afuera. Tampoco hay empresas intermediarias para el desarrollo de tecnología como en otros países, donde uno lleva una idea y ellos ayudan a desarrollarla y promoverla", sostiene Igor Wilkomirsky. Prueba de que ahí todavía falta mucho por hacer a nivel regional, es que sólo las patentes de inventos que produce cada año el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos, superan al total de las que se registran en Latinoamérica en el mismo período.
Pese a eso, Chile destaca en la región como uno de los países donde más inventos se patentan. Si bien en números absolutos es superado por naciones más grandes como México y Brasil, a nivel per cápita el país lleva la delantera. Y con inventos para todos los gustos, desde los curiosos hasta los que son tremendamente significativos y necesarios. Un ejemplo de una creación que resuelve un problema con impacto en la economía del país es la máquina para controlar heladas de Florencio Lazo, arquitecto de la VI Región dedicado a la agricultura desde hace décadas.
En 1991 la Región de O'Higgins fue afectada por una de las peores heladas que registra la historia en esa zona y, Lazo lo perdió prácticamente todo. Fue así que ese mismo año comenzó a trabajar en una máquina que toma el aire helado a nivel del suelo, lo calienta y lo lanza en dos chorros hacia los costados, formando un verdadero colchón temperado entre el suelo y la capa de inversión térmica, evitando así la pérdida de los cultivos producto de las heladas. Su invento fue desarrollado y patentado en Chile, Estados Unidos y Europa.
José Luis Alegría, en cambio, ideó en 1992 "la cama que se hace sola". Desarrollada por la empresa NexDream, estuvo lista en 2006 y cuenta con un mecanismo extensor de ropa que permite el "milagroso" objetivo del invento. Tiene un motor que le permite cumplir con su tarea en tres minutos y ha sido patentada en 164 países. Uno de los casos más connotados es el de Fernando Fischmann, el chileno que patentó las lagunas artificiales Crystal Lagoons. El ingeniero bioquímico creó en Algarrobo, en el complejo San Alfonso del Mar (del cuale es propietario) una laguna artificial de ocho hectáreas, que el Record Guinness reconoció como la más grande del mundo. Su empresa tiene hoy 80 lagunas en construcción en 35 países, con una inversión que ya alcanza los US$ 60 mil millones.
A esos proyectos se suman otros como el "sistema mecanizado que permite extraer espinas de filetes de pescado sin quebrarlas ni romper la carne, por medio de fuerzas vibratorias controladas electrónicamente", describe la patente que amenaza con volver innecesario el oficio de quienes se dedican a limpiar pescado. También hay patentado un exoesqueleto, de esos mecánicos, como los que salen en las películas de Spielberg, o un sistema para "engañar" a las uvas, y que estas, al ser cortadas, sientan que siguen colgando del árbol y se mantengan frescas por más tiempo.
Pero estas son de las pocas iniciativas que finalmente se concretan. Se estima que sólo una de cada 10 ideas llegan a ser un éxito comercial. "Las ideas innovadoras surgen en momentos inesperados, cuando uno está tomando un café, o pensando en un problema totalmente diferente. Uno a veces pasa meses pensando en un invento hasta que, de súbito, la solución aparece", concluye Igor Wilkomirsky.