El estudio de marcas BAV 2009 revela, en lo central, que la totalidad de las instituciones ha sufrido un retroceso en su apreciación pública desde el 2007. Este deterioro es especialmente significativo, porque hasta ese año muchas de ellas registraban un ascenso continuo.
Entre las Fuerzas Armadas y de seguridad, el Ejército perdió tres puntos en los últimos dos años, aunque aun así está 15 más arriba que en el 2001. La Armada perdió 13 desde 2007 y la Fuerza Aérea 17. La única de todas las instituciones que sube es Carabineros, que llega a 96 puntos, cuatro puntos más que hace dos años. Entre los servicios públicos hay descensos desde 17 puntos (Impuestos Internos) hasta 22 (Sernac).
¿Qué ocurrió el 2007 para que se haya introducido esta brusca desconfianza en las instituciones públicas? La palabra Transantiago podría estar entre las explicaciones. Que contamina también el prestigio declinante del Metro (aún se ubica en 85 puntos, pero estuvo en 99 el 2003) y que, más allá de los problemas técnicos y económicos, expandió la desconfianza sobre la eficacia de las grandes decisiones de políticas públicas.
El trabajo de campo del BAV 2009 se realizó en enero y febrero de este año, antes de los efectos de la crisis financiera y el caso farmacias. De hacerse después, probablemente mostraría también una caída en la confianza de las empresas privadas.
No hay duda de que el Chile de hoy es más crítico, escéptico y exigente.
Pero lo que el estudio confirma con especial dramatismo es lo que se divisaba con claridad en la esfera pública: el debilitamiento del prestigio y la influencia de la Iglesia Católica en Chile. En los últimos ocho años, la imagen de la Iglesia perdió casi la mitad de su valor y cayó desde una posición de liderazgo (sobre 90 puntos entre 1.236 instituciones medidas) a una de baja relevancia (bajo los 50 puntos).
Ninguna de las pérdidas de reputación de las instituciones es tan fuerte como la de la Iglesia. Por el contrario, cuando el análisis se amplía hasta el 2001, entre las Fuerzas Armadas hay alzas de hasta dos dígitos. El Ejército, por ejemplo, se eleva del índice 55 al 70 en 2009.
Si se quiere sostener que la Iglesia Católica es víctima de una crisis generalizada de importancia, a lo menos habría que añadir que lleva la delantera.
Como no hay peor sordo que el que no quiere oír, habrá quien diga que la Iglesia no puede ser medida como una marca, porque su tarea trasciende los terrenales problemas de la imagen y el prestigio. Sin embargo, pensar de esta manera podría ser un trágico error, porque las consecuencias del deterioro también están a la vista.
Según el estudio, las personas dispuestas a hacer donaciones o prestar voluntariado para la Iglesia Católica cayeron de cerca del 60% a menos del 40%, en el mismo período. Los jóvenes de 18 a 24 años que no la considerarían para tales acciones han crecido desde 20% a más de 40% y en el segmento ABC1 el retroceso de esa voluntad, en números gruesos, es de 70% a 50%.
Esto no es inevitable ni irreversible. Entre el 2003 y el 2005 (el año de la muerte de Juan Pablo II), la Iglesia recuperó casi 10 puntos de 18 que había perdido en los dos años anteriores, aunque los volvió a perder el 2007.
¿Será un consuelo que las iglesias evangélicas hayan perdido un 48% de relevancia en el mismo lapso de nueve años, aunque su punto de partida siempre haya sido menos de un cuarto de los católicos? Puede ser: la competencia en el "mercado" de la fe ha sido dura por ya varias décadas. Pero otra encuesta, Chilescopio (Visión Humana-UAI), determinó, esta misma semana, que el 84% de los chilenos siente afinidad con alguna religión.
Lo que está en cuestión no es la fe, sino las instituciones que la administran. Por lo demás, el BAV 2009 muestra que en las organizaciones sin fines de lucro, hay dos de la Iglesia Católica que se mantienen entre las cinco más prestigiosas, por arriba de los 90 puntos: el Hogar de Cristo (con un ligero descenso respecto del 2007) y Un Techo para Chile (con un ligero ascenso). Otros estudios señalan, en forma consistente, que las universidades pontificias, allí donde existen, ocupan lugares preeminentes de prestigio dentro del sistema de educación superior.
La conclusión es que no todas las instituciones de la Iglesia están afectadas por un debilitamiento de su reputación, sino su liderazgo, que es, por así decirlo, el principal depositario de la "identidad corporativa". En el lenguaje de las comunicaciones, los productos están menos dañados que el corporate; pero si se siguen las teorías sobre este tipo de fenómenos, es muy probable que más temprano que tarde el perjuicio se extienda a tod la cadena.
De los cuatro grupos de atributos que analiza el BAV, las caídas más fuertes se producen en Diferenciación y Estima, en tanto que el declive es menor en Relevancia y Familiaridad. El significado global es que la Iglesia parece haber perdido capacidad de identificación con lo que las personas esperan de ella y, lo que es peor, capacidad de mostrarse como un camino único, insustituible en sus virtudes.
Las peores noticias se encuentran al mirar atributos específicos. En el 2001, el 90% de los encuestados consideraba a la Iglesia "visionaria"; en el 2009 ese porcentaje ha caído a alrededor de 40%, y el 80% que la calificaba de "actualizada" se ha reducido a poco más de 30%. No es lo que se querría escuchar de una institución que aspira a guiar a la sociedad.
Los atributos que se han consolidado en estos años, en niveles cercanos al 100, son los de "tradicional", "conservadora" y "arrogante", mientras se vienen debilitando los de "servicial" y "amigable". Uno tiende a pensar en los debates sobre el aborto terapéutico y la "píldora del día después". Pero las cosas podrían ser aún más complejas. Otro estudio, esta vez de Conecta Media Research, revela que las apariciones en televisión abierta de los obispos (sólo cuatro) en el caso del aborto ocuparon el 11% del total de minutos, y en el de la píldora (tres), el 5%.
En ese medio, el 79% y el 68% de ambos debates fueron llevados por "políticos y otros" (¡y los médicos sólo tuvieron 5% y 1%!), lo que sugiere una cosa: que los cuidados de los sacristanes pueden… Si esto es verdad, entonces es la virtual ausencia del Episcopado en el espacio público, y el encapsulamiento en temas de la vida privada, lo que está llevando a la Iglesia Católica por esta senda de silencioso ensombrecimiento. En estas condiciones, no ejercer la autocrítica es una mala idea, aunque hay una peor: dispararles a los mensajeros.