Histórico

Impresionistas: los artistas que derrotaron a la academia

En 1874, Renoir, Monet, Sisley, Cézanne y Bazille desafiaron el canon de la época, al organizar una gran exposición con las obras rechazadas del Salón de París. Fue el nacimiento del impresionismo.

Desde el suelo y hasta el techo, las murallas del Salón de París eran, en el siglo XIX, sinónimo de calidad, prestigio y buen gusto. La exposición anual que organizaba la Academia de Bellas Artes de Francia se convertía rápidamente en el acontecimiento artístico más importante. Cientos de creadores enviaban esperanzados sus obras para clasificar en la muestra: si no estaba en el Salón de París, no era nadie.

Todo cambió en 1870, cuando cinco pintores alteraron ese paradigma. Con Edouard Manet a la cabeza, los jóvenes Pierre Auguste Renoir, Claude Monet, Alfred Sisley y Frédéric Bazille modificaron el rumbo de la pintura del siglo XIX. Renunciaron a las formas y se concentraron en la luz, saliendo de los talleres para ir a la realidad a captar lo natural. Usaron el desnudo no sólo como representación mitológica y dieron autonomía a la pintura, concentrándose en la técnica más que en el tema.

Al final, constituyeron un mercado paralelo al de la Academia de Bellas Artes que supuso la independencia del artista moderno. Bautizado como impresionismo, por el título de un cuadro de Monet, el movimiento es recordado hoy como uno de los más influyentes en la historia del arte. "La idea era fundar una nueva pintura que sirviera para el mundo moderno, que es el mundo en el que todavía vivimos", ha dicho Pablo Jiménez, curador de la muestra Impresionismo. Un nuevo renacimiento, que por estos días presenta la Fundación Mapfre en Madrid y que reúne a los pintores a través de 90 obras del Museo d' Orsay, poseedor de la colección más grande de arte impresionista en el mundo. En la exposición no sólo está el grupo original, sino también sus seguidores, Cézanne y Degas, y algunos pintores que no se desligaron del todo de la Academia, como Pierre Puvis de Chavannes y Gustave Doré.

LA GUERRA Y LA FAMA

En 1863, Manet pintó su lienzo más escandaloso: Desayuno sobre la hierba, con una mujer desnuda junto a dos caballeros totalmente vestidos. Era el primer signo del artista revolucionario. Luego de dos años, un viaje a España terminó por abrirle la mente. Conoció la obra de Velázquez, a quien no se cansó de calificar como "el mejor artista del mundo". Su influencia se vio en El pífano, donde usa un inédito fondo monocromo, que fue rechazado en el Salón de París. Manet lo expondría en su taller en 1867. La osadía llamó la atención de un grupo de innovodores que se volverían admiradores del pintor.

Manet fue considerado el primer impresionista, aunque siempre se negó a exponer con ellos. Sin embargo, la amistad quedaría registrada en el lienzo El taller (1870), donde él aparece junto con Renoir, Monet y Bazille, autor del cuadro. Meses después estallaría la guerra franco-prusiana, que separó al grupo y retrasó el nacimiento propiamente tal del impresionismo. Bazille, el más adinerado, murió joven en combate, mientras Monet, Renoir, Sisley y Cézanne abandonaron París para refugiarse en Londres. En 1874, de vuelta en la capital francesa, el grupo organizó la primera exposición impresionista, que fue un verdadero fracaso. No desistieron. Entre 1876 y 1886, le siguieron otras siete muestras que sí catapultaron la fama del grupo, pero que los desvío a distintos caminos.

Monet se convirtió en el líder del movimiento. Pintando en un estudio flotante, a bordo de un bote en el Sena, manejó la luz como ningún otro, abandonó las formás sólidas y cultivó una pincelada suelta y vibrante, rayana en la abstracción. Su fiel compañero al inicio fue Renoir, quien luego cambió el impresionismo por la pintura de cuerpos femeninos. Logró brillar con luz propia: a su muerte en 1919, sus obras habían llegado al Louvre. Otra suerte corrió Sisley, quien aunque  mantuvo un estilo puramente impresionista, nunca logró el renombre de sus amigos y murió en la absoluta miseria. A Cézanne y Degas, la consagración les llegaría después. El primero se movió en el postimpresionismo, plasmando la vida contemporánea en formas simples y planos de color. Degas adoptó una afición por el movimiento y sobre todo por el mundo del ballet, capturando escenas sutiles, influenciadas por Ingres y el arte japonés.

La fuerza del impresionismo se expandió a Alemania, Holanda, Belgica, España e Italia. Para inicios del siglo XX ya era hora de dar paso a nuevas revoluciones en el arte. Corrientes como el surrealismo, cubismo y la abstracción se convertían en el nuevo blanco de miradas y también de críticas. Cada movimiento triunfó a su manera, pero nada habría sido posible sin el arrojo de los impresionistas.

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