Llegando al centro del puerto de Valparaíso, el domingo por la mañana, fuimos recibidos por una lluvia de cenizas y un aire denso que se hacía a veces irrespirable. Fue la "bienvenida" de la tragedia que estaba en pleno desarrollo.

¿Por dónde comenzamos? Nos preguntamos mirando a lo más alto de los cerros, donde el humo ocultaba a lo lejos un paisaje, marcado por el drama y la impotencia de miles de porteños que lo habían perdido todo.

La ciudad, en el bajo, se apreciaba silente, casi distante al "infierno" que se vivía en sus cerros, que del colorido de costumbre pasaron a un triste tono sepia.

Decidimos recorrer el cerro La Cruz. "Valparaíso fue atacado por una bomba atómica", fue lo primero que pensamos.

Llegando el mediodía, el calor no ayudaba en la labor de remoción de escombros. Había cerca de 30 grados, potenciados por cientos de construcciones que emanaban calor y todavía humo.

Seguimos caminando por el Cerro La Cruz, y entramos a lo que alguna vez fueron viviendas a conversar con sus dueños. La alta temperatura que mantenía el suelo nos derritió la suela de los zapatos.

Avanzamos cerro arriba y el panorama era cada vez peor. Cuerpos de mascotas se confundían entre escombros apilados en las veredas de las estrechas calles.

Pero al poco recorrer, conversando con los afectados, nos dimos cuenta que el chileno tiene coraje, y se levanta. "Ahora veremos mejor los fuegos artificiales", nos dijo riendo Víctor Rojas, quien como muchos otros quedó con lo puesto tras el incendio.

En medio del desastre "nivel nuclear" del cerro El Litre, nos quedamos con la historia de Alejandro Olsen y su bandera chilena. 

El hombre terminó de ampliar su casa el pasado jueves con la plata que recibió del finiquito tras quedar sin trabajo. El domingo iba a celebrar con un asado, pero su hogar se carbonizó junto a su perro. Pese a todo, dijo que tiene esperanzas de volver a levantarse e izó la bandera.

Avanzando las horas, personas que dejaron sus casas durante la evacuación volvían a lo que fueron sus hogares. Miraban atónitos, lloraban, se abrazaban, pero al final agradecían seguir juntos y con vida tras la tragedia.

Cuando parecía que nada podía ser peor, el rebrote de las llamas en el sector rural de camino La Pólvora amenazó a un centenar de casas, en su mayoría de material ligero, en el cerro Ramaditas.

A modo de prevención, al menos ocho carros de bomberos se apostaron en la tarde como una especie de muro, esperando silenciosamente que el fuerte viento que había a esa hora soplara hasta llevar las llamas a la zona residencial de Ramaditas. 

También había militares, Carabineros y funcionarios de la PDI, que resguardaban el lugar. Sabían que la llegada de las llamas a la zona residencial, era inminente, y la espera se tornó especialmente tensa. Nuevamente las llamas se expandían frente a decenas de casas, y otra vez estaba ahí el porteño listo para ayudar a bomberos en una nueva batalla con el fuego.

Los vecinos iniciaron una tímida evacuación, esperando, que ojalá su actuar fuera en vano, mientras, cinco helicópteros y un avión dromade atacaban las llamas, uno tras otro. Con cada oleada de agua, el fuego parecía desaparecer por algunos segundos, pero resurgía con mayor fuerza.

Pero sólo fue cosa de minutos, y pasadas las 18 horas el viento volvió incontrolable las llamas. Ante la emergencia, tuvimos que salir de esa zona.

Ya camino a Santiago, a las 10 de la noche por la radio del auto supimos que el lugar donde estuvimos "hace un rato", era parte del lamentable catastro.