"¡No hay pasajes a Constitución! ¡Caminos cerrados!", grita un pequeño auxiliar de bus en medio del austero terminal de Talca mientras una de las rutas para llegar al lugar que indica, arde en llamas. Su desalentador anuncio es medianamente falso. En el mismo sitio hay un bus, de una línea interprovincial, que promete pasar por la carretera pese al fuego y a la humareda que pudiesen encontrar en el camino. De 30 boletos disponibles, solo una persona ha comprado pasaje: un joven, pecoso y rubio militar que tiene que llegar a brindar ayuda a la población Santa Olga, Región del Maule. Son las 12 de la tarde y el bus sale a las tres. Constitución es la parada previa antes de llegar a la localidad más afectada por los siniestros.

Atrás del uniformado, esperando su turno para comprar un pasaje, está Leslie Brito (32) con una enorme barriga que cae y evidencian sus nueve meses de embarazo. Minutos antes de saber la hora de salida del único bus que podría llevarla de vuelta a casa, supo por el llamado de un familiar que el fuego estaba cerca de su vivienda y que entre lugareños se organizaron para hacer cortafuegos que impedirían que el hogar que comparte con su esposo y su hija de tres años, no fuera arrasado por las llamas. "Esperar tres horas para irme es mucho", le dijo la mujer que se encuentra en Talca terminando sus estudios de Educación Diferencial.

Cruzando la calle, desde el terminal de buses, está el centro de colectivos de la comuna. Al lado de uno de los cinco autos amarillos que hay para trasladar gente, está de pie un anciano que fuma como si faltara humo en el aire y una mujer, a la que le dicen Mary, sentada con algunas bolsas de supermercado. A su lado, de pie, instala Leslie. La pregunta es la misma de hace un rato: si sale locomoción a Constitución. Le contestan que es difícil. Segundos después de la pregunta, llega una joven veinteañera con mochila y cartera asegurando que debe llegar de todas formas a Santa Olga. "Imposible", le contestan a coro. Uno de los conductores les advirtió: vamos, pero cobro ocho mil pesos y no sé si alcancemos a llegar. Todos asintieron asintieron. Casi dos minutos más tarde, cuando el anciano se terminó el cigarro, partieron.

La decisión que tomaron tiene dos principales dificultades en el camino: asumir la incertidumbre que impone el avance del fuego e imbuirse en un aire denso y grisáceo, algo irrespirable, que no deja a quien maneja divisar el momento en que se puede pasar de largo entre las llamas o ir directo hacia la salvación. La melodía que acompaña la carretera, además, es un infinito sonido de sirenas de carros de bomberos y de helicópteros que repasan el lugar en todo momento. El camino hacia Constitución es una postal ardiente, de lluvia de cenizas blancas y un sol rojizo intenso que, a ratos, da miedo.

"A mi hermano le pasé una platita en Talca. Le dije: toma, por si no vuelvo", contó en mitad del camino Mary, que tomó el puesto de copiloto. Leslie confesó que no le contó a nadie que iba hacia Constitución. Sabe que el humo puede generar un problema en su embarazo y que en caso de que se queme su casa, su reducida movilidad puede ser un foco de peligro más que de aporte. Su madre la llama por lo menos cinco veces, pero ella no contesta. Entre las confesiones, el anciano dice que quiere fumar otro cigarro, que no consumía nada desde su viaje en Coquimbo, donde llegó hoy luego de visitar a su pareja. Es el bromista. La joven va como el chofer: en absoluto silencio.

Por las ventanas del vehículo miran atentos los huecos donde antes existían bosques. No comentan nada. Al costado derecho hay vacas que arrancan de incendios que se encuentran, ni tan cerca y ni tan lejos -no es una metáfora-, de manera intermitente en el camino que, el chofer advierte, durará al menos dos horas. Aunque van rápido. Llevan al menos 60 minutos dentro del vehículo.

camino

En el cruce de Deuco, el camino está cortado y con aire aún más espeso. Entre las inmensidades de bosques se puede ver un manto gris que limita la visión. Los parabrisas funcionan, como nunca, para corretear los restos que dejan los focos de incendios y que vuelan por los aires. En este auto a nadie se le ha quemado su casa, pero creen que podría pasar en cualquier momento. "Esto es intencionado, yo creo", dice Leslie.

Por la ventana derecha del auto se ve otro foco de humareda y un perro en la carretera amarrado a un paradero de buses con una cadena. A su lado, algunas personas conversando. Quizá, se especula en el auto, estaban pensando cómo sacarlo de ahí. De tanto mirar al perro, dejan de mirar hacia al frente. El chofer va concentrado.

Queda media hora para que los cuatro pasajeros lleguen su destino: Constitución. No se dan cuenta, pero tienen focos de incendio al lado izquierdo y derecho. Recién lo notan cuando dejan de mirar el paradero con el perro amarrado. En segundos, se les nebuliza la vista, ponen la cabeza en dirección al volante y el conductor, por primera vez, alza la voz mientras pasan por una encerrona de fuego a ambos costados: "No, mejor no miren más. Cierren los ojos". Leslie no los cierra. Piensa en su hija mientras ve que ella, que está al lado de la ventana izquierda, está casi dentro del fuego.

Tienen las cabezas revueltas. Aún así, todos atraviesan las llamas en silencio.