Uno de los cuentos más queridos por Eduardo Sacheri es Independiente, mi viejo y yo. Narra la historia de uno de los triunfos épicos del Rojo en la Copa Libertadores, a manos de un equipo brasileño. Hay mucho de autobiográfico -por no decir todo- en ese texto. El niño que espera el resultado del partido de vuelta sabiendo que Independiente es "el rey de copas, que la copa, la copa se mira y no se toca, que los brasileños nos tenían un miedo descomunal, y que en Avellaneda y de noche se morían de frío, y no podían ni levantar las patas del pasto", es el propio Sacheri. El padre que aparece en el cuento, "que prefería verlo con su bata de siempre, calzado con sus chinelas ruidosas, con el paquete de Kent y el cenicero, pobrecito, para fumarse los nervios uno por uno", es también el padre de Sacheri.

Durante el partido, el niño se queda dormido, y cuando despierta, al día siguiente, busca a su padre por toda la casa para saber qué pasó. Y claro, Independiente ha ganado la copa otra vez.  En un momento del cuento el narrador dice: "Y no me avergüenza reconocer que ahora, ya grande, cuando tengo un problema que me agobia (…), siento un impulso difícil de dominar, una tentación casi irresistible que me invita a irme a dormir, a abrigarme con la certeza de que mientras yo sueño, mi papá e Independiente, como duendes laboriosos, van a arreglarme el mundo para que yo lo encuentre refulgente en la mañana".

Algo parecido le pasó a una buena parte de los hinchas del Rojo en la final de la Copa Sudamericana de 2010. Perdieron en la ida contra el Goiás, por 2 a 0. Había que remontarlo a la vuelta, pero no era fácil. Alguien se encontró con el cuento de Sacheri (Independiente, mi viejo y yo) y comenzó a hacerlo circular por las redes sociales. La gente quiso ver en el cuento una profecía de lo que podía pasar. Y así nomás fue. Independiente ganó en definición a penales, luego de derrotar 3-1 al Goiás en el tiempo reglamentario. Sacheri, en compañía de su hijo Francisco, bajó a la cancha a celebrar. Cuando empezaban a dar la vuelta olímpica, muchos hinchas buscaron su abrazo para agradecerle. Claro, entendían que ese triunfo también era de su padre que, desde el cielo y como duende laborioso, había arreglado el mundo para que no sólo su hijo, también ellos, los otros hinchas, tuvieran una noche refulgente.